Capítulo: O7

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A diferencia del beso en la escalera, tan doloroso y de corta duración, éste estaba lleno de cada gramo de anhelo almacenado en lo más profundo de sus almas

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A diferencia del beso en la escalera, tan doloroso y de corta duración, éste estaba lleno de cada gramo de anhelo almacenado en lo más profundo de sus almas. Obito besó a Kakashi como si fuera la única forma de respirar, sus ásperas manos sujetando el rostro del médico mientras retrocedían a trompicones, el más joven cerrando la puerta de una patada. Cada centímetro cuadrado del cuerpo de Kakashi estaba empapado por la furiosa tormenta, y sólo entonces, por la preocupación que floreció en su pecho de que el residente enfermara, se apartó. La aprensión de Obito casi se derritió cuando Kakashi persiguió ciegamente sus labios, sólo para ser retenido por el fuerte agarre del mayor.

—¿Has venido en coche hasta aquí? Kakashi, eres un... —Otro beso acalorado lo silenció, las uñas del médico arañando líneas espinosas en su nuca. Incluso en la oscuridad del apartamento, Obito pudo ver la desesperación en los ojos del médico cuando tiró del luchador para darle un suave y adormecedor beso. Toda una vida juntos hacía fácil leer lo que Kakashi necesitaba: no quería hablar, intentaba llenar el hueco que Obito había dejado en su corazón la otra noche. Tal vez el residente había comenzado a pensar demasiado, y necesitaba algo más permanente que esa fugaz despedida, algo tan indefinido como sus cuerpos como uno solo.

—Te necesito —susurró Kakashi contra sus labios, agitando las pestañas cuando Obito le echó el pelo mojado hacia atrás. Hace años, esas palabras habrían provocado el frenesí del luchador, uno que terminaría arrastrando al hombre más joven a la superficie más cercana para poder joderle la vida, pero sabía lo que esto implicaba, esta vez.

A Obito le dolía el corazón, deseando poder decirle al residente que éste sería su último combate, que estaba intentando ser mejor, pero no quería ver cómo la esperanza volvía a esos ojos cuando no había ninguna garantía de que volviera mañana. En su lugar, frotó un pulgar sobre ese suave labio inferior. Le daría a Kakashi lo que necesitaba. Cualquier cosa que necesitara.

Obito apretó sus labios, absorbiendo con avidez cada gemido que se escapaba de Kakashi mientras lo apretaba contra la puerta principal. Metió las manos por debajo de la camiseta del médico, el material húmedo se pegaba a la pálida piel que había debajo, y rompió el beso sólo para poder quitársela al joven, con el pelo plateado alborotado. Joder. Obito se quedó mirando la suave piel que tenía delante, asombrado: los recuerdos no le habían hecho justicia, poder mirar a Kakashi así después de tanto tiempo le hacía aferrarse a duras penas a los hilos de su cordura. Sus cálidas manos se movieron por el abdomen del médico antes de subir hasta su pecho, con sus dedos curtidos tirando del pezón del más joven sólo para escuchar el jadeo que siguió.

Algunas cosas nunca cambiaban, como ese revelador rubor en las mejillas del médico cuando se quitó la capucha, y el suave material negro se unió a la empapada camiseta en el suelo. Era aún más fácil apretujar a Kakashi contra la puerta de esta manera, sus manos apoyadas en las caderas del más joven mientras las volvía a juntar, sus labios volviendo a la comisura de la boca del residente. Kakashi no perdió el tiempo y se reunió con él para darle otro beso, incluso mientras sus frías manos recorrían toda la piel expuesta del luchador, los músculos se crispaban con cada toque. Sabiendo que Tobi seguía en el sofá, y el hecho de que no iba a coger a Kakashi contra la puerta si ésta iba a ser posiblemente su última oportunidad de tener al otro así, Obito deslizó sus manos desde las caderas del médico hasta debajo de sus muslos.

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