Epílogo

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Durante toda su vida, Kakashi había estado rodeado de muerte

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Durante toda su vida, Kakashi había estado rodeado de muerte. Su madre había muerto antes de que él pudiera recordarla y su padre se suicidó años más tarde, después de que la depresión le calara tan hondo que apenas podía levantar una cuchara para comer. Kakashi había pasado por un ciclo de hogares de acogida, su vida era un borrón mientras intentaba asimilar la muerte de Sakumo; siendo tan joven, había pensado que su padre volvería por él algún día, para tenerlo de nuevo en sus brazos. Incluso cuando se descuidaba, siempre se acordaba de cuidar a Kakashi, cepillándole el pelo con el máximo cariño y preparándole el almuerzo para la escuela con pequeñas notas. Todo lo cual el doctor aún conservaba, algunos de los últimos recuerdos que tenía de su padre.

Viviendo en esta ciudad, había visto morir a innumerables personas en las calles, acurrucadas en un callejón después de una noche especialmente gélida, o a otro cadáver escondido bajo un contenedor de basura tras una pelea que fue demasiado lejos. Luego, como residente en el único hospital cercano a la casa de su infancia, se había familiarizado incómodamente con la visión de las bolsas de cadáveres que se extendían sobre las camas, demasiado familiarizado con la culpa que suponía no poder salvar a alguien.

Kakashi conocía demasiado bien la muerte.

Pero eso no significaba que ahora pudiera lidiar mejor con ella.

Se sentó con las piernas cruzadas en la hierba, el cementerio en un inquietante silencio mientras el viento pasaba, las briznas de hierba le hacían cosquillas en los tobillos. La mano de Kakashi rozó la lápida que tenía delante, limpiando el musgo fresco que empezaba a florecer sobre el nombre grabado, y algunas de sus lágrimas mojaron la piedra agrietada. Años, y todavía no podía superarlo.

Otra lágrima se deslizó por su mejilla. Era duro estar rodeado de tanta oscuridad y dolor. Lo único que había evitado que se hundiera demasiado había sido Obito; el vínculo que compartían desde el momento en que se habían conocido en el patio de recreo cuando eran niños, cuando Obito había unido sus meñiques para arrastrarlo por todo el parque. Fue en ese preciso momento cuando supo que Obito había sido su salvador, que había llegado a lo más profundo de su corazón y lo había levantado, que le había devuelto el aliento de vida a su alma. En ese momento, Obito había sido la luz de su vida, y todavía lo sería para siempre.

Había muchas cosas que Kakashi deseaba haber podido arreglar. Pero a diferencia de un hueso roto, algunas cosas no eran capaces de sanar. Durante años, había visto el deterioro de la salud de Obito, la forma en que entraba tambaleándose en su apartamento, con la sangre goteando de la boca y las heridas por todo el cuerpo.

Casi como aquella noche, cuyos recuerdos mantenían a Kakashi despierto más allá de la medianoche, levantándose con un sudor frío, recordando la sangre —tanta sangre—, y los ojos vidriosos de Obito, la forma en que su meñique se había enroscado tan fuertemente alrededor del del doctor antes de quedar inerte. No pudo evitar el gemido que se le escapó al recordarlo, sacudiendo la cabeza para disipar las imágenes de hace casi dos años, que se sentían tan frescas cada vez que pensaba en ellas. Imágenes que volvían cada vez que caminaba por esa calle, pasando por lo que solía ser el almacén pero que ahora se había convertido en otra tienda de comestibles destartalada, pero ninguna cantidad de baldosas o cajas podría borrar la sangre que había empapado permanentemente los cimientos. Nunca podrían ocultar todas las muertes que habían ocurrido en ese sótano, injusto y fuera de control.

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