-III-

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Era una mañana como todas, la misma niebla de siempre, el mismo pueblo aburrido y sombrío. Acomodé mi largo cabello rojo cobrizo en una trenza y me puse un vestido ocre de mangas largas pero que no cubría del todo mis largas botas negras de montar, me agradaba el toque atrevido de dejarlas al aire libre. Me observe unos segundos en el espejo de la cómoda que estaba cerca de mi cama, uno mismo nunca nota lo mucho que uno crece hasta que entra en conciencia de eso. Ya había dejado de crecer de alto, pero aun así media como el resto de las mujeres del pueblo, era muy delgada, y Morgana se encargaba de remarcarme lo esbelta que era a manera de burla, aun con 19 años me avergonzaba con facilidad.

-Buenos días Pequeña- me saludo Morgana cuando me vio bajar las escaleras – Hoy hubo correspondencia....pero nada de Zul- me anunció con un suspiro.

-Está bien, no tienes que sentir lastima por mí, ya me escribirá- sonreí falsamente. La verdad era que desde que Zul había comenzado con sus misiones había espaciado el contacto conmigo, de vez en cuando su hermana mayor Zada me escribía para ponerse al día conmigo e informarme del nuevo destino de su hermano.

- Si, seguro que sí, Talfan me aseguro que había vuelto a salvo de su última misión – me comentó. Eso dolió, había regresado a su casa, pero no me había escrito en meses, fue un golpe bajo.

- Que suerte- respondí de espaldas a Morgana, ocultando mi malestar ante la nueva información- Iré a cabalgar un rato, Helia merece salir a estirar las patas también. - anuncié y me fui antes de escuchar las siguientes palabras de mi mentora.

El establo estaba a la vuelta de la cabaña, Helia, mi noble corcel negro con manchas blancas descansaba ahí y golpeo el suelo con sus patas en señal de alegría al verme acercarme. Era enorme, un regalo de Morgana cuando cumplí los 16 años, tenía crines largas y patas gigantes, pero aun así era muy cariñoso, aunque algo testarudo, al dármelo aseguro que teníamos caracteres similares y que seguro nos llevaríamos más que bien.

-Hola muchachote –lo saludé acariciándole el cuello suavemente - ¿Con ganas de salir de aquí? – le pregunté esperando una respuesta, ojalá pudiese hablar, seriamos los mejores amigos de seguro.

Abrí la puerta de su gabinete y le coloqué la montura tan rápido como pude, ya que su ansiedad le impedía quedarse quieto. Me monté y tan solo fueron segundos para Helia saliera despedido a un galope veloz que lograba mover las hojas caídas de los árboles en el camino. El paisaje otoñal de Zosma era bello a su manera: hojas en tonos marrones por todos lados y su característica bruma por todos lados, sin un rayo de sol.

El viento me golpeaba la cara, dándome una pequeña sensación de libertad a mi paso, la única que tenía, seguía siendo prisionera por culpa del Concilio de los Oscuros. No podía circular por la vida como si nada sin el temor de que aún me estuviesen buscando para matarme.

En los últimos años, Zul se embarcaba constantemente en misiones para frustrar sus planes como Talfan y Morgana habían hecho antes que él, moría por el día en que me permitieran hacer lo mismo, la magia que corría dentro de mí era cada día más fuerte, mis hechizos con hielo eran letales según Morgana, pero aun así "tu momento de brillar aún no ha llegado, pequeña estrellita, pero llegara muy pronto" repetía mi mentora hasta el cansancio. Ansiaba que el bendito día llegara para poder liberarme y por fin vengar a mi familia.

Me pase el resto del día leyendo conjuros de los libros de Morgana y practicándolos en la parte de atrás de la cabaña, aunque estuviésemos lejos de la ciudad, no podíamos arriesgarnos a que alguien nos viese practicando magia, podría ser un riesgo muy alto, nunca sabíamos cuando un miembro del Concilio podría andar por ahí.

Esa noche, me acosté a dormir como todas las anteriores, con la esperanza de que mi momento de brillar llegara, pero nunca lo hacía. Caí dormida al poco tiempo de acostarme, y soñé profundamente. Recuerdo ese sueño de memoria, un largo camino lleno de bruma, en el lado contrario, a lo lejos podía observar dos figuras encapuchadas, una parecía tan perdida como yo, alta y con cabello largo ondeando en el viento, mientras que la otra aún estaba más lejos, una capa gris vieja hecha pedazos. Me acerque a la figura de cabello largo, pero ni se percató de mi presencia, en cambio la otra figura sí, y enseguida se volteo, consiguiendo que despertara de golpe.

Lesath Story: La Chica de Fuego y HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora