La pequeña Ninfa se sentía tan desdichada que lo único que la calmaba era la sensación que provocaban las píldoras deslizándose por su garganta; como si éstas fueran niños jugando, tirándose por un tobogán y cayendo sobre la colchoneta que era su estómago.
Sin los diablillos el mundo era aburrido e incoloro así que busco consuelo en las flores.
Podía pasar horas rozando con los dedos cada uno de los pétalos mientras tarareaba alguna canción de cuna hasta quedarse dormida bajo los rayos tenues del sol.
Los pequeños bribones alados subían en cuanto se aseguraban de que ésta dormía y la acariciaban dejando algún que otro arañazo de vez en cuando para que se percatase de que no la habían dejado, a pesar de tener totalmente prohibido subir a la luz del día y ser vistos por humanos.