Prólogo

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Durante mucho tiempo la familia Shinja vivió en el continente oscuro, al otro lado del mundo sin ser descubierto por nadie, la vegetación era abundante y los animales muy variados, incluso había especies que se creían extintas o que solo existían en libros.

En ese tiempo la familia Shinja eran los gobernantes junto con otros clanes ya extintos, se diferenciaban de los demás clanes por sus pieles morenas, Chakra abundante, estaturas altas y dōjutsus únicos, junto con una vida muy prolongada, siendo su estimación de vida los ciento cincuenta años, para los más débiles.

Pocos son los que saben el porque de que abandonaran el continente oscuro, pero pasaron de ser cerca de trescientos a quedar uno solo, Yūn Shinja, el hijo más joven pero más habilidoso del líder del clan. Luego de tres años en el mar en busca de civilización llego al país del fuego, sin embargo eran tiempos de guerra y tuvo que aislarse a las montañas en los límites de un pequeño valle, actualmente conocido como Konohagakure no sato.

Pasaron los años y construyó un Templo para poder seguir con el legado de sus antepasados, ser un puente entre el mundo espiritual y el mundo terrenal. Con ayuda del dōjutsu de su clan logro cumplirlo, pero a un alto costó, viviría sin poder amar con todo su corazón y alma.

Cuando pensó que iba a pasar su vida solo, una mujer de cabello escarlata y con gran dominio en los jutsus de sellados apareció en su vida durante una noche de invierno.

Se encariñó con aquella mujer pero ese cariño lo confundió con amor, la mujer era egoísta y manipuladora así que se aprovecho la inocencia del hombre para dejarla embarazada y poder mantenerlo controlado, cuando los nueve meses pasaron la mujer se fue, pero no sin antes llevarse un pergamino secreto del Clan Shinja.

Yūn crió a su hija solo, aún con la ceguera que recibió a causa de las guerras, le enseño todo lo que pudo y la entreno como el fue entrenado, le enseño sobre su religión y su deber como Monje pero también a como defenderse, él ya pasaba de los cuarenta años pero se seguía viendo como un hombre de veinte.

Durante el tercer cumpleaños de su hija, una mujer de cabellos rosados y puntas verdes apareció en su puerta pidiendo alojamiento, el acepto pero no le quitó los ojos de encima, metafóricamente, sin saberlo le tomo aprecio y la mujer se volvió una figura materna para la niña.

Ahora debía ver cómo su hija entraba a la academia ninja en aquella aldea llena de gente hipócrita y cruel, Konoha.

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