Capítulo 2

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Nostalgia
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El estruendo de las teclas causó la impresión del público, quienes comenzaron a susurrar ante la abrumadora detención de la melodía.

Parpadee. Y en cuestión de segundos sus ojos habían desaparecido.

Continué buscando, desenfrenada entre los asientos del teatro, con el corazón latiendome tan fuerte que temí que se saliera de mi pecho en busca de él.

Pasé por la mirada confundida de cientos de espectadores hasta que choqué con otro par de ojos que me robaron del aliento.

Aran, de píe atrás de los últimos asientos, me observaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Me atrevería a decir que su rostro carecía de expresión o sentimiento humano. Me quedé unos segundos más sosteniendole la mirada y mis muñecas se relajaron sobre mi regazo. Había pasado más de un año desde que no tenía contacto con él, su presencia creaba en mí un retroceso trágico, que me recordaba una y mil veces la muerte de su hermano.

Esquivé sus ojos cuando dejé de soportarlo, temía que su aura y pupilas fueran tan parecidas a los de Eros que haya confundido su rostro con el de él. Negué con la cabeza y traté de concentrarme, estaba volviendome loca.

Y en definitiva, no dejaría que Aran tuviera el poder de alterarme nunca más. Llevé las manos a las teclas y aunque me fue imposible terminar la melodía, comencé con una nueva y finalicé mi concierto con una ovación a píe.

Salí de ahí lo antes posible, sin volver a ver a la audencia ni por el rabillo del ojo, no necesitaba un retroceso. Había luchado por salir del abismo y no volvería a regresar a él. Tras bambalinas todos acudieron a mí con preguntas y preocupaciones, pero los evadí entre los elegantes y oscuros pasillos hasta el camerino.

Mi decepción fue grande cuando apenas cruzar la entrada observé a Aran en medio de este. Retrocedí un par de pasos y sujeté la puerta, como si fuera a cerrarse por sí sola. No estaba lista para verlo, mucho menos en ese lugar.

-¿Que sucedió en el escenario? - Preguntó con seriedad, un pequeño deje de preocupación se vió reflejado en sus facciones. - ¿Sigues teniendo crisis nerviosas? - Negué.

El había cambiado, no sabía si para bien o mal. Tal vez la expresión correcta sería "madurar", pero desde la muerte de Eros no lo había visto sonreír ni una sola vez - Lo ví... entre el público- Susurré, y para mi sorpresa su rostro no se modificó, era siempre triste - Se sintió tan real... - Mis hombros se encogieron y ambos callamos.

-Murió - Dijo tras un largo silencio, sin un mínimo gramo de tacto. Intenté controlar la respiración, pero mi pecho comenzaba a subir y bajar entre inhalaciones erráticas. La situación me hizo recordar los primeros meses después de su muerte.

-¿Que haces aquí? - Cuestioné de pronto en mi mejor intento de actuar con tranquilidad. Me observó con atención.

-Quería verte - Su respuesta me hizo sujetar con mayor fuerza la puerta - Por Eros.

Asentí, bloqueando los últimos recuerdos que tenía de él junto a mí en un camerino - Estoy bien - Apretó los labios.

- Engaña al mundo entero, si quieres - Continuó con susurros, mientras avanzaba a mí, yo me alejé apenas rompió el metro de distancia. Me quemaba su cercanía - No lo estás.

Y con aquello concluyó su visita. Me pasó de largo hasta desaparecer por el pasillo y yo permanecí ahí, entre la oscuridad y con la mirada perdida en mi memoria. Transcurrieron largos minutos de angustia hasta que mis pensamientos llegaron a la culpa. Entonces detuve toda agonía, lo había prometido frente a la tumba de Eros, sería agradecida.

Solté mis penas y cambié el largo vestido de gala por unos jeans y un saco hasta las rodillas, Londres estaba lejos de recibir la primavera. Me despedí de las personas de seguridad fuera del teatro y fuí recibida por el centro de la ciudad, el cielo estaba gris y los arboles alineados fuera del edificio se agitaban a causa del viento. Me dí el tiempo para apreciar eso y respirar con fuerza, dejando que mis pulmones se llenaran por completo.

El atardacer estaba culminando y pronto el cielo se volvería oscuro. Metí las manos a los bolsillos del saco y bajé las escaleras blancas que conectaban la entrada del teatro con la acera, mis pies bajaban uno tras otro mecánicamente, mientras mi mirada se plasmaba en la nada. Pensaba en todo, en el número de pasos que estaba dando, en la hora del día, en lo que haría al llegar a casa... Cualquier cosa era buena mientras no pensara en él.

Entonces, esas pisadas automáticas que recién habían tocado la acera fueron interrumpidas por otra persona. Y pronto mi cuerpo chocó contra otro, del cual tuve que sostenerme para no caer. Ahí, con las manos hechas puños alrededor del saco de un hombre y la nariz rozandole el pecho; toda mi piel sintió una comezón insaciable.

Mis sentidos, de alguna manera, me resguardaron de un colapso inminente mientras me alejaba, pero ni una década de preparación habría sido suficiente para ese momento.

Sus manos sujetaron mis brazos en ayuda para que me reincorporara, y entre las ebras de mi cabello observé su cuello, su barbilla inclinada ligeramente hacia abajo, sus pómulos y finalmente... los mismos ojos que había visto en el teatro.

Mi mundo se derrumbó entre largos cimientos de mentiras y tuve la sensación de querer vomitar. Con el rsotro destrozado, permanecí ahí, paralizada.

Todo se desvaneció en el rostro al que proclamé tantos lamentos, cuyo dueño me observaba con cuidado y precisión.

El tacto, sus ojos siempre impenetrables, el perfume que salía de su escencia de forma natural, el cosquilleo de mi lengua al sentir un sabor amargo, e incluso sus palabras azotar contra mis oídos como olas galopando contra la orilla del mar.

-"¿Estás bien?".

Cenizas al amanecer [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora