Capítulo 5

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Crudeza. Parte II
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— No — Exclamé con fuerza y coraje.

Y no me dí el tiempo de observar más tiempo a Aran o de pensar en las consecuencias de mis siguientes acciones. El egoísmo me estaba consumiendo desde adentro, con la misma necesidad en la que se busca el aire.

Me alejé, corriendo entre los pasillos con temor de que la cordura y la razón pudieran alcanzarme.

Al salir del teatro busqué su escencia sin vacilo, con una necesidad tremenda creciendo dentro de mí. Más tardaron mis pisadas en detenerse al filo de la salida que lo que mis ojos demoraron en encontrarlo.

El aliento se me escapó de los labios y mi corazón por primera vez en dos años comenzó a bombear sangre.

Cruzando la acera, se había sentado en la misma mesa que yo elegía día tras día antes de presentarme en el gran edificio a mis espaldas. Tal vez su alma aún buscaba un pedacito de la mía.

Tenía un libro extendido frente a él y esa postura relajada que dejaba al descubierto la humanidad que vivía dentro de su cuerpo.

Ni siquiera me percaté de como se devanecía mi sonrisa conforme su imagen se formaba frente a mí. La suya, sin embargo, era genuina mientras agradecía a la mesera que se alejaba de la mesa.

El café de vainilla, el libro de Anne Sophie Brasme y una sinfonía mía en la radio del lugar.

Respiré profundo, ahora con los labios en linea recta.

Su ceño se fruncía, mi corazón se partía.

¿Había algo cuerdo que pudiera escribir en este momento?

Quería que esa linea entre sus cejas se formara solo por parrafos y versos en libros que tenía que releer para comprender esas emociones tan complejas.

Y que jamás tuviera la necesidad de vivirlos en carne propia.

Solo entonces noté la presencia de Aran detrás de mí, envolví la orilla de mi saco en un puño y me aferré a ese lugar en el suelo. Deteniendo mis impulsos de avanzar.

Tensé la mandíbula con coraje, a mí, a él y a la injusta vida que nos tenía rodeados.

-¿Y Nathan? - Pregunté de pronto, cansada y rendida.

Solo entonces los ojos de Eros conectaron con los míos, sabía que no podía escucharme y que mi autocontrol era básicamente nulo, pero aún así no aparté la mirada. Porque en mi interior deseaba que fuera imposible olvidar todo lo que vivimos, porque anhelaba que se levantara y fuera a mi encuentro.

Porque lo necesitaba para vivir.

—No he podido localizarlo.

—Durante todos estos años no tuve la fuerza de pelear por mí — Tragué con fuerza, embriagandome de Eros y recolectando cada mínimo detalle que pudiera ayudarme a sobrevivir su ausencia — Pero me bastan un par de minutos para saber que vale la pena pelear por Eros.

Aparté la mirada por temor a que mis ojos gotearan y él pudiera verlo.

También me enfrenté a Aran, con tanto odio como compasión, comenzaba a creer que había hecho lo correcto — Buscaré a Nathan.

Dejé que el aire que tenía retenido en mis pulmones saliera por mi boca en un último aliento y me acerqué un poco más a Aran.

Con un impulso brusco, cerrando los puños sobre su camisa a la altura de su pecho.

 — Que viva — Exigí con suplica, sintiendo como si mis manos se quemaran al hacer lo que durante dos años no había querido: tocarlo — Que viva bien.

Él sujetó mi antebrazo con la misma fuerza y necedad — No vuelvas a caer  — dijo, como si alguna fracción de él aún se preocupara por mí, bufé sin ganas de reírme de tal comentario y me alejé, bajando las escaleras del teatro hasta la acerca.

Me pregunté cuantos sucesos cabían el mismo escenario y cuantos sentimientos podrían cambiar entre cada uno. ¿Cuantas veces habré bajado esas escaleras pensando en su muerte? Evitando desmoronarme. Y ahora, que tengo su mirada clavada en mi espalda me siento mucho más muerta que su recuerdo — En cinco días me iré y después desapareceré de sus vidas.

— ¿Para que necesitas cinco días? — alcancé a escuchar.

— Para caer.

Cenizas al amanecer [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora