1. Amistades

366 39 20
                                    

—¡Sukuna! ¡Sukuna!— El pequeño Yuuji, ahora un par de años mayor respecto al día en que conoció a la maldición, correteaba frente al susodicho tratando de atraer su atención

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¡Sukuna! ¡Sukuna!— El pequeño Yuuji, ahora un par de años mayor respecto al día en que conoció a la maldición, correteaba frente al susodicho tratando de atraer su atención.

Tratando en vano, porque tras dos años de aquello a lo que el humano llamaba "amistad", Sukuna había aprendido bastante bien a desconectar su cerebro de la realidad y ser totalmente capaz de simplemente... No escucharlo. O más bien, actuaba como si no lo escuchara, porque la realidad era que siempre tenía un mínimo de atención puesta sobre el niño.

—¡Sukuna!— Silabeó su nombre a la par que tironeaba de su kimono, a esas alturas exigiéndole que le hiciera caso.

El ser milenario dejó ir un suspiro, exasperado por la insistencia del niño, que tras dos años conociéndolo sabía que no se detendría hasta obtener aquello que quería.

—¿Qué quieres, mocoso?— Cedió finalmente, bajando su mirada a la pequeña figura frente a él.

El rostro del pelirrosa, que de por sí era más brillante que el sol, se iluminó totalmente al recibir una respuesta.

—¡Levántame!— Pidió con ilusión, levantando los brazos para recalcar su deseo.

—¿Otra vez?— Gruñó—. Yo no tengo la culpa de que seas un mocoso enano y una brizna de hierba sea más alta que tú. Apáñatelas.

Sin decir más pasó de largo al pequeño, echándose bajo el árbol que tenían en el patio delantero y había proclamado como su lugar de descanso, donde podía pasar largas horas echado sin hacer mucho más que mantener uno de sus ojos siempre puesto sobre Yuuji. El menor lo seguía de cerca, haciendo pucheritos que aunque no fueran vistos sí eran presentidos, tratando de atacar a la conciencia del mayor, que se mostraba afectado a unos niveles inexistentes por los intentos de dar lástima.

—Necesitarás más que eso para persuadirme, niño. Soy prácticamente un dios... Y no uno generoso.— Entrelazó las manos de sus brazos superiores tras su cabeza, usándolas de almohada para no apoyarse en el duro tronco del árbol—. Creí que tras dos años habrías aprendido algo. Parece que sobreestimé tu inteligencia.

Abrió uno de sus ojos, topándose con los pucheros que había estado percibiendo todo aquel tiempo. Debía admitir que Yuuji sabía cómo hacer uso de su rostro inocente y tierno, pero algo como aquello no tenía efecto en alguien con una mentalidad muy por encima de la humana como lo era Sukuna. Nunca caería tan bajo como para rendirse a unos simples pucheros lastimeros. No tardó demasiado en sentir el casi nulo peso del niño impactar en su abdomen. No fue sorpresa alguna, puesto que lo vio coger carrerilla y prepararse para saltarle encima, pero eso no reducía la gravedad de la osadía que había cometido.

—Tú, maldito mocoso...— Sus otros tres ojos se abrieron, una mirada amenazante evidente en cada uno de ellos. Su torso se enderezó levemente y quitó las manos superiores de detrás de su cabeza, en su lugar usando una de ellas para sujetar a Yuuji por el cuello de su camiseta y alzarlo hasta la altura de su rostro—. ¿Crees que puedes hacer algo así y no recibir castigo alguno? Tratar y tocar tan osada y descaradamente al Rey de las maldiciones... ¡No olvides que soy como un Dios! Deberías-

The last priestess | Sukuna x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora