6. Pillado por ti

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Los ojos verdes de Matthew me teletransportan al colegio de educación primaria "Camper Road", uno de los centros más prestigiosos de Boston, donde el noventa por ciento de los alumnos eran hijos de banqueros, políticos, o en mi caso, abogados de l...

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Los ojos verdes de Matthew me teletransportan al colegio de educación primaria "Camper Road", uno de los centros más prestigiosos de Boston, donde el noventa por ciento de los alumnos eran hijos de banqueros, políticos, o en mi caso, abogados de la élite.

La profesora Norris quería mucho a sus mimados estudiantes, en cambio a mí no me soportaba; cuando yo me hurgaba la nariz en clase y le tiraba mis mocos a quien tuviera delante, ella se convertía en una locomotora: sus dientes rechinaban, su cara se ponía roja, ¡hasta le salía humo por las orejas! Me recordaba un poco a mi madre, pero la profesora era más verbal a la hora de maldecirme.

—Esa Jenna Rose es un infierno. Es peor que ese muñeco horroroso... ¡Chucky! Incluso se parecen un poco. Por Dios, no la soporto —dijo ella al otro lado de la puerta, hablando con el profesor de matemáticas.

Aun sabiendo que quizás llamasen a mis padres para tomar cartas en el asunto, lo único que me interesaba era que se fueran de la sala de profesores para poder colarme y así conseguir unas deliciosas galletas de la máquina expendedora. Desafortunadamente, siguieron de cháchara hasta que sonó el timbre que indicaba el fin del recreo, por lo que terminé marchándome.

El día ya había empezado con mal pie, empeorando cuando un niño se interpuso en mi camino. No recordaba su nombre.

—¡Jenna Rose, de la clase cuarto A! ¡Somos compañeros! —grita él, nervioso—. Soy Matthew Rivera. El otro día te vi comprando galletas de chocolate en la sala de profesores. Aunque yo prefiero las de limón, las de chocolate también están muy ricas, por eso creo que somos compatibles. ¡Escribí esto para ti!

Estaba segura de que había ensayado su discurso. Matthew se aclaró la garganta y desdobló el papel que sostenía entre sus dedos manchados de un polvillo naranja.

—Jenna. Cinco palabras tiene tu nombre, al igual que...

—Letras —le corregí.

—¡Letras! Sí, eso, letras. Cinco letras tiene tu nombre, al igual que la dulce colmena de tus ojos. Escuché a la hiena aullando con gran pena, y me desveló el secreto enredado entre tus cabellos pelirrojos. Una fiera que esconde sus sollozos tras la niebla. M...mi voz no es hueca, pues si de mí dependiera, jamás dejaría que su fuego se extinguiera.

En cuanto terminó de recitar el poema, pestañeé un par de veces. Llegué a la conclusión de que no se estaba burlando de mí; de hecho, era la primera vez que alguien me escribía algo tan bonito, por lo que se me escapó una risa que Matthew malinterpretó.

—¡No! No me río del poema, me ha gustado mucho —aclaré, rascándome los rizos. Como vio que volví del recreo con las manos vacías, me ofreció la bolsa de bolitas de queso que guardaba en el bolsillo; Matthew estaba sonriendo con tanta dulzura que fue imposible no devolverle la sonrisa. Sin embargo, antes de que pudiera aceptar su generosa oferta, una mano le golpeó en la sien con bastante fuerza.

El café de todas las tardes [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora