La tímida luz del baño basta para iluminar algunas facciones del rostro de Matthew. Sus ojos verdes se dilatan concentrando toda su intensidad sobre mí, mientras que yo aguanto la respiración.
Mi corazón se detiene al igual que las motas de polvo acumuladas en el pasillo, y que volaban entre nosotros posándose sobre sus rizos.
La necesidad de huir de esta situación comprometida resulta asfixiante, pero mis recuerdos me han atrapado; siento que, si me aparto ahora, estaría dándole la espalda a aquel niño del que tan cruelmente se habían burlado por mi culpa hace tantos años.
—¿Qué crees que estás haciendo? —logro preguntar. La expresión impasible de Matthew no me da ninguna pista acerca de sus verdaderas intenciones.
—Solo venía al baño —responde con simpleza.
—Apártate o te aparto yo de un guantazo. —Mi comentario agresivo consigue que se le arrugue la nariz, dejando entrever la enorme molestia que mi cabezonería le provoca.
—Apártate tú, quiero ir a mear —ladra Matthew antes de hacerme a un lado para entrar en los aseos. Deja la puerta abierta, apresurándose a lavarse las manos. Observo su espalda unos segundos antes de decidir que no le aguanto ni un segundo más, pero su voz me retiene en el sitio—. ¿Sigues metiéndote en peleas?
—¿Qué? —respondo ahogando mi enfado.
—¿Sigues peleándote con el primero que te respira en la cara?
—Si fuera así, ya te habría dado una tunda —digo resuelta.
Matthew se lava las manos con mesura, concentrado en exterminar hasta el último germen que hay entre sus dedos.
—He visto la cicatriz de tu mejilla —añade. Una insoportable incomodidad se apodera de mi cuerpo tan pronto Matthew menciona la marca que Elliot dejó en mi rostro, y aprieto los puños en un intento por apaciguarla. El agua sigue corriendo, mientras Matthew espera una respuesta que no llega—. Ya eres un poco mayorcita para esas cosas, ¿no? Sobre todo estando en el bufete de tus padres... No sé, es un poco inmaduro de tu parte.
La sangre hierve por mis venas y, cuando noto el característico tic en el ojo previo a la erupción de mi volcán interno, recuerdo algo que puede servir para atormentar a Matthew un poco.
—Jenna —digo con gran decisión. Una vez el veneno ha decidido salir de mi lengua, ya no puedo contenerlo. La mención de mi nombre logra que Matthew cierre el grifo y se gire hacia mí—. Jenna —repito más lentamente.
Matthew me mira como si me faltase un hervor. Algo que cambia en cuanto hablo de nuevo.
—Cinco letras tiene tu nombre, al igual que la dulce colmena de tus ojos —prosigo cruzándose de brazos. Al darse cuenta de lo que estoy haciendo, sus mejillas se encienden por la vergüenza. Sus dedos mojados se aferran a sus pantalones, suplicando en silencio que no recuerde el resto del poema que me escribió en la escuela.
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El café de todas las tardes [#2]
RomanceJenna Rose sigue siendo la chica arisca y directa de siempre; Sam Záitsev sigue siendo el chico de aspecto intimidatorio y acechado por rumores de siempre. Pero una cosa ha cambiado, y es que estas dos personas tan diferentes ya no pueden vivir la u...