2. ÉRASE UNA VEZ

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SURIE

Hubo un tiempo en el que Ángel y yo fuimos mejores amigos, teníamos un lazo que nos unía demasiado fuerte. Pero no fue así al inicio. Él era un poco mayor que yo, pero desde que nací nuestras madres nos criaron juntos, ellas eran las mejores amigas. Al haber crecido sin familia eran prácticamente hermanas, y después de la huida de mi padre y desaparición del papá de Ángel, en aquella embarcación en medio del huracán, ambas tenían ya demasiado en común; sin familia, sin marido y ambas con un hijo. Ángel y yo al principio no éramos amigos, supongo que yo era solo una carga para él, puesto que al ser el mayor tenía que cuidarme como si realmente fuera mi hermano. Él con su actitud siempre bondadosa, servicial y gentil, mientras que por otro lado yo era una niña mal portada, introvertida y a la vez, la angustia de nuestras madres. Tener que llevarme a todos lados como condición para salir a jugar, solo me convertía en una larva pegada a él de la que no podía deshacerse.

Sin embargo, desde pequeña fui una niña muy calculadora, así fue como me hice amiga de Ángel. Teníamos que vernos todos los días porque éramos vecinos, nuestros papás habían trabajado juntos y nuestras mamás se convirtieron en las mejores amigas. Comíamos juntos a diario, y casi vivíamos en la casa del otro como si fuera la nuestra. No obstante, él me ignoraba por completo, para él yo era solo una niñita molesta más. A pesar de eso, yo podía ver en él algo más profundo, una luz, bondad, y hermosura peculiar, algo muy diferente a los demás niños, y por un momento me pareció que ese niño tenía las respuestas de todo en la vida. Era un poco mayor que yo, pero sabía que era demasiado inteligente, y con un espíritu fuerte. Los demás niños lo seguían a todos lados y copiaban todo de él. Yo no quería copiarlo, ni quería ser como él, lo que yo quería era conocerlo, quería saber cómo pensaba, cómo sentía. Yo sabía que él tendría las respuestas de todo algún día, yo sabía que él sería mi mejor amigo, estaba decidida.

Entendí entonces que yo no podía ser una niña más del montón siguiéndolo a todos lados pegada como larva y siendo una molestia, tampoco podía ser una niña más que se acercaba a querer jugar, a pedirle algo, o incluso a decirle lo genial que era como lo hacían los demás. No, yo tenía que ser diferente y destacar. Así que decidí de un día para otro dejar de seguirlo, no preguntarle nada, ni pedirle nada, ni necesitar de él, sino de una manera astuta ignorarlo y hacerlo creer que era él quien quería acercarse a mí. A mis pocos años entendí la manipulación a la perfección.

Recuerdo que los niños que ayudaban a los vecinos con sus "tareas especiales" conseguían alguna especie de premio por "la ayuda". Usualmente esas tareas a cambio de premios las hacían los niños, mientras que las niñas ayudabamos a nuestras madres y a cambio obteníamos absolutamente nada. Supongo que de alguna manera dentro de mí también quería un premio, y existía un sentido de injusticia por no obtenerlo solo por ser niña. Todos asumían que solo los hombres podían hacer las cargas pesadas, pero yo tenía otro plan.

Estos premios en realidad no eran significantes, solo eran la forma en que la comunidad incentivaba a los niños a siempre ser serviciales, generalmente eran tan solo los tazos viejos que venían en las botanas comerciales que nosotros jamás llegamos a probar, pues existieron cuando nuestra isla aún tenía acceso al mundo exterior. O al menos eso es lo que mi madre me contó. Ella dijo que en aquel tiempo en realidad no tenían un valor grande, incluso a veces eran basura. Sin embargo al no tener acceso a ellos después de años, les añadió un valor ridículo, y jugar a los tazos era el juego más popular entre los niños, así que este sistema de premios funcionaba bastante bien.

Y así fue que finalmente esas pequeñas tareas con premios insignificantes se convirtieron en mi hilo de conexión. De alguna manera empecé a rogar a los vecinos me permitieran hacerlas, al principio se negaban, pero fui muy perseverante hasta que conseguí hacerlas sólo para conseguir esos premios, porque en este punto esos tazos ya no representaban un incentivo cualquiera, sino que ahora eran algo más, eran el juego favorito de Angel, y el truco de edición limitada que me conseguiría una oportunidad. Y aunque las niñas no jugaban a los tazos, ni hacían estas tareas, y yo podía excluirme a mí misma de hacerlo, debía llamar su atención, y esa era la forma. De este modo, cuando tuve los suficientes tazos, practiqué sola en la habitación de juegos por un lapso de tiempo que me pareció eterno hasta que creí convertirme en una experta.

Natural: SalvajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora