EL CAÑÓN-CLUB

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 Durante la guerra federal de los Estados Unidos, un nuevo club, y muy influyente, se estableció en Baltimore, en pleno Maryland.

 La condición esencial para que una persona ingresara en él era la de haber inventado, o por lo menos perfeccionado, un modelo de cañón. Y, a falta de cañón , un arma de fuego cualquiera. Pero, sin lugar a dudas, la artillería pesada era la que allí tenía la primacía.

 Establecido el club, los inventos comenaron a aparecer como por prodigio y, a su lado, la artillería europea llegó  a parecer un juego de niños.

 Con sus prodigiosos y mortíferos inventos el Cañón-Club fue una conjunción de actividad y éxito mientas duró la guerra. Sin embargo, un día -triste y lamentable para los belicosos socios- llegó la paz. Cesó el retumbar de los cañones; los hombres retornaron a sus actividades normales y el club comenzó a desplobarse, invadido por el silencio y el aburrimiento.

 Sólo algunos socios empedernidos continuaron haciendo cálculos balísticos y elaborando teorías. Pero todo ello no pasaba de eso: puras teorías, sin aplicación práctica.

 - Esto es desolador -dijo una tarde el valiente Tom Hunter mientras sus piernas de palo se carbonizaban junto a la chimenea-. ¡Nada para hacer! ¡Nada que esperar! ¡Qué existencia aburrida! ¿Dónde están los tiempos en que el cañón nos despertaba con sus alegres detonaciones?

 - Ese tiempo ya no existe -le respondió el fogoso Bilsby tratando de estirar el brazo que le faltaba-. ¡Qué hermoso era entonces! Uno inventaba un obús y, apenas fundido, corría a ensayarlo delante del enemigo. En cambio ahora... ¡Por Santa Bárbara! El porvenir de la artillería está perdido en América.

 - Sí, Bilsby -exclamó el coronel Blomsberry-. Y lo peor es venir a parar a esta ociosidad.

 - ¡Y sin ninguna guerra en perspectiva! -dijo el otrora famoso J. T. Maston  rascándose el cráneo con su gancho de hierro-. ¡Y, sin embargo, queda tanto por hacer en la ciencia de la artillería! Sin ir más lejos, yo mismo, esta mañana, terminé un diseño con planta, corte y elevación de un mortero destinado a cambiar las leyes de la guerra.

 - ¿De veras? -preguntó Tom Hunter.

 - De veras. Pero, ¿para qué sirve si hay paz?

 - Bueno. En Europa siempre hay alguna guerra -dejó caer el coronel Blomsberry.

 - ¿Y piensa que está bien hacer balística en beneficio de los extranjeros? -gritó Bilsby.

 - Por lo menos es hacer algo.

 - Sin duda -replicó J. T. Maston-, pero es mejor archivar el expediente.

 - ¿Y no podríamos declarar la guerra a Francia o a la misma Inglaterra=

 - Sí, una guerra transatlántica.

 - Cualquier cosa menos la inactividad.

 Los ánimos de todos se iban exaltando a medida que la sugerencias se hacían más belicosas.

 - Para concluir -exclamó enardecido J. T. Maston-, si no se me da la ocasión de experimentar mi nuevo mortero sobre un verdero campo de batalla yo renuncio como miembro del Cañón-Club y corro a enterrarme en las llanuras de Arkansas.

 - Nosotros haremos otro tanto -respondieron los interlocutores de J. T. Maston.

 En tal estado de ánimo el club amenazaba con derrumbarse, cuando un acontecimiento inesperado vino a impedir semejante catástrofe.

 Al día siguiente de tal conversación cada miembro del club recibió una nota redactada en los siguientes términos:

 Baltimore, 3 de octubre:

 El presidente del Cañón-Club tiene el honor de comunicar a sus colegas que en la reunión del 5 del corriente les anunciará algo de sumo interés. En consecuencia les ruega que, dejando de lado cualquier compromiso, respondan con su asistencia a la invitación que les es cursada por la presente.

 Muy cordialmente,

 Impey Barbicane

 P.C.C.

De la tierra a la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora