Que el Sublime Señor nos dé
Un arcoiris para cada tempestad
Una sonrisa para cada lágrima
Una bendición para cada dificultad
Un amigo para cada momento de soledad
Una respuesta para cada plegaria.
Paulo Coelho
Siguiente parada: Cumas
Era loco pensar que la caña de pescar bailaba al compás tenue de la marea más baja de la semana, horas habían pasado desde que el último pez había atrapado, estaba resignado a perder, y es que Pantoja y Jonás, los dos compadres de chozas vecinas en una aldea bendecida, apostaron por quién obtuviera el número más alto de pescas, hasta el momento el saco de Pantoja era el más rechoncho mientras el de Jonás tenía un pescadito que parecía de hule. Horas después trataba de jalar la caña y permanecer sentado a la vez pero la fuerza del animal era indiscutible, inclinaba su peso hacia atrás de modo que se creería que estaba levitando de no ser por la caña a la que se aferraba y que adhería sus pies al borde de la canoa, las suelas de sus alpargatas desgastadas mostraban los dedos de los pies, y que va, fuera de la fricción desgarradora que en los talones le maltrataba tenía dos opciones: resistir o resistir; aquello sólo podía significar algo: "el hijo'emadre era grande", pensó extasiado, no lo dejaría ir.
Cuando sus brazos ya no daban pa' más na', lo logró. Cuando esa bestia salió al ojo público la gravedad jugó en su contra, lastimó su espalda pero valió la pena. Porque tenía la medida de su brazo y era gordinflón.
—¡Esta vez sí pesqué algo gordo, Pantoja! —vociferó con pretención su compadre alzando a la trucha que se retorcía en el aire, aún adherida a la carnada y desesperada por volver a esa zona segura a la que no volvían los peces una vez que fueran atrapados por el anzuelo.
—Venga acá ese cachimbo —Ejecutó un aplauso estrepitoso atrapando con talento al gran pedazo de atún fresco que todavía daba sus últimos movimientos con destreza—. ¡Hoy comemos como reyes, papa'upa! —Besó el lomo húmedo del pescado sin vestigios de asco y lo arrojó al saco junto a sus compañeros para correr por la misma suerte: permanecer inerte eternamente.
Jonás expulsó un suspiro agotador y escupió por la borda justo sobre un renacuajo azul que reposaba sobre una hoja redonda y de matices violeta, cuando detectó que el canto de los grillos se detuvo abruptamente y las brumas ocultaban los senderos, las antorchas de la aldea ya no eran visibles.
—El ambiente está como feo, Pantoja. Media vuelta y pa'l pueblo.
El silbido de las hojas danzando ante la brisa y el rumor quedo de la corriente se detuvo, el silencio era arrasador como minutos atrás no lo había sido. Los animales se ocultaban: los peces no circulaban más, los búhos no cazaban, las serpientes se perdían en agujeros de lodo y las ranas no croaban, tampoco se movían las aguas y el viento estaba en ausencia postergada. ¿Qué pasaba?¿De qué se estaban perdiendo?
—Ajá, Jonás Calazán. Esto me huele a raro, jum —rezongó declarando la señal de la santa cruz.
—Dicen la naturaleza envía señales de mal agüero, Pantoja Santo —el entorno pesaba una tonelada que su pequeño y humilde bote pesquero no podía resistir, Jonás dijo—: Papá decía que el que no escucha las advertencias de la tierra, era tragado por la misma, compadre.
—Vámonos.
La canoa fue atacada por un bamboleo, Pantoja Santo tomó el mando de los remos pero de forma inesperada le fueron arrebatados. A ese punto se quedaron estáticos, la neblina les tenía rodeados y sin escapatoria. De pronto la piel se les puso de gallina y quisieron trasladarse en segundos a la calidez de su pueblito sin par.
ESTÁS LEYENDO
Caiboria: Noches Sempiternas
Mistério / SuspenseMagdeline, la hija única de un matrimonio desintegrado, es una jóven con una dulzura que no encaja en la composición del papel en blanco que representa para su figura maternal, convive con dos individuos temperamentales, su padrastro y hermanastro...