3. bigger

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3. más grande

Para cuando se encontraron, años más tarde, eran más grandes, las sonrisas habían cambiado en sus rostros, ellos habían cambiado, en general.

Lo preocupante de todo ello, de que el tiempo había pasado, era que el tiempo usualmente hacía las cosas más grandes.

El mundo era más grande para cuando volvieron a encontrarse, era del tamaño de un balón de fútbol, ya no podían ocultarlo dentro de sus bolsillos o esconderlo entre sus manos, y la gripe, producida por la corrosión, se había convertido en fiebre. Una fiebre por complacer al mundo, una fiebre que les quemaba las manos y los hacía quedarse en cama más de lo habitual, y a ninguno le gustaba quedarse en cama, porque el mundo siempre necesitaba más de ellos.

Los chicos, que ahora eran más grandes, se habían convertido en hombres. Sus manos habían crecido, con el único propósito de poder sostener el mundo entre ellas, y... técnicamente hablando, eran felices, porque les gustaba la sensación de ser los protectores del mundo, porque se sentían especiales...

Se encontraron cuando eran hombres, más grandes, en una noche tan fría que la fiebre bajó de sus cuerpos, las manos no quemaban y se sentían frescos, se olvidaron del mundo esa noche, cuando el frío los había hecho sentir ligeramente mejor, más libres.

Y el viento en sus cabellos, tan frío, los hacía reír, quizás fueron también las copas de más tomadas durante el evento al que habían asistido, o la comodidad que sentían estando juntos, pero se reían, de cada tontería, de cada sencilla palabra que se escapa de los labios contrarios.

Rubén había dejado el mundo en su maleta, junto a su cámara, ocultos bajo su cama, en la habitación del hotel en que se estaba quedando, porque solía sentir que el mundo le quitaba demasiada energía, que lo juzgaba tanto y tan profundamente que no podía ser él mismo.

Habían estado charlando desde hacía rato, sobre el evento al que habían asistido, sobre lo frío de Los Ángeles, y sobre como de difícil era a veces sostener el mundo, porque así era, pero no hablaron de las sonrisitas o de cómo todo parecía tan sencillo cuando se dedicaban miradas fugaces.

No estaban del todo seguros de como se habían quedado solos, no sabían en que momento el grupo de amigos se habían dispersado en mitad de la fiesta, y los habían dejado a ellos dos, en ese lugar que parecía tan alejado del mundo entero, solos, sonrientes y... más grandes.

Así se sentían, más grandes, más responsables, aunque en el fondo seguían siendo chicos con gripes y mundos pequeños. Esos chicos no tenían que preocuparse mucho de los ojos del mundo, juzgándolos y buscando sus defectos, aunque ellos tuvieran que dejar todo de lado para sujetarlos.

Aun así, ninguno dijo nada cuando, en un movimiento unísono, se tocaron, sobre el frío barandal del edificio en el que estaban, buscando algo de calor, la fiebre los había acostumbrado a eso: al calor, pero el frío era mucho mejor, más ligero, más seguro.

Ellos eran más grandes para cuando volvieron a encontrarse, sí, y el mundo y la corrosión también, pero en aquel momento, cuando el calor se había transformado en frío, y el mundo estaba oculto en algún sitio, ellos se habían encogido, a pesar de que eran más grandes.

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