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Pelear por ti,

es algo sumamente varonil.

Sus pasos certeros, llenos de confianza, provocan las cabezas gachas de sus súbditos. No tenía la costumbre de andar dando órdenes, mejor dicho, nadie de su familia daba órdenes, muy diferente a lo que todos pensaban. Su extraña amiga y dama de compañía estaba ahí, junto a él, burlándose de manera educada del próximo heredero al trono.

- No era necesario reírte de mi. - dijo el rubio heredero, quitándose la capa roja que tenía sobre sus hombros.

- Pero, ¿Cómo no hacerlo, príncipe? - preguntó retóricamente la dama. - Aquel joven se quedó embobado con usted y usted igual.

- Sólo mire sus ojos y saludé. - contestó. - Es algo que siempre hago con todos.

- Si claro.

El rubio frunció el ceño, haciendo un puchero tierno. La pelirosa sonrió, le encantaba avergonzar a su príncipe, aunque eso, para muchos, era una falta de respeto ante la realeza. Las gigantescas puertas fueron abiertas, mostrando a una rubia sonriente, con un vestido sencillo color perla, reluciendo más sus ojos rojos.

- Katsuki. - llamó.

- Dime.

- Tu padre y yo tenemos algo que decirte. - anunció entrelazando sus manos. - Te esperamos en el salón del trono.

Katsuki asintió. Tenía un leve presentimiento de lo que sus padres le dirían. Quizás están buscando a alguna princesa de alguna otra nación para poder casarse con el rubio, o, quizás alguna chica de la clase alta. No lo sabía con exactitud. También estaba la idea de conseguir algún guardia de alto nivel para poder estar día y noche sobre él. Otro guardia pesado.

Ahora que lo recordaba, el último no duró ni un día. Su gran hazaña con la espada frente a él, lograron intimidar a ese soldado. Ni hablar de una pelea a puños entre ellos, Katsuki ganó de tres golpes, los necesarios para poder dejar inconsciente a alguien. O eso era lo normal para Katsuki.

Salió de su habitación, dejando en ella a su dama de compañía. ¿Por qué tenía una? Ya lo recuerda. Siempre, de pequeño, se quejaba de no tener con quien hablar; días después apareció esa pelirosa de gran sonrisa. Después de días se volvieron muy buenos amigos. Raro, pero era así.

Sus pasos resonaban por los pasillos, las grandes paredes de color perla, con gigantes cuadros de toda la familia. Ahí estaba una pintura de su abuela, aquella señora de seria expresión y que no se sorprendía con nada. Un escalofrío pasó por su columna vertebral, todavía le daba algo de miedo saber de ella. Lamentablemente seguía viva. Ahora veía otro cuadro, este en donde estaban sus padres, el día de su boda: su madre con un gigantesco vestido blanco; su padre, en cambio, llevaba un impecable traje negro, con una sonrisa cálida. Esa mirada que tenía la pintura podía sentirse aún latente al ver a sus padres estar juntos, esa mirada de amor y ternura. Siguen enamorados como la primera vez que se conocieron.

Y luego estaba él, un gigante cuadro donde se encontraba su esbelta figura mirando el ocaso, aunque en realidad miraba un triste y simple soldado siendo despedido por el líder de los guardias: Iida. Estuvo unas dos horas en la misma posición. El pintor era lento, o quizás quería perfeccionar por completo el detalle brillante que había colocado es sus ojos. No era para nada él.

Suspiro.

No era capaz de seguir con esa vida falsa. Claro que lo tenía todo, pero aún así, sentía un gran vacío en su corazón. ¿Cómo podía llenarlo? No lo sabía, todavía no. Tal vez el destino lo estaba preparando para eso.

- Buenos días. - saludó al ver a dos guardias a un costado suyo, estos no respondieron, solamente se colocaron en posición firme, mirando el techo.

Agacho la cabeza, recordó ese pequeño detalle que su abuela impuso: Nadie de la servidumbre dentro del palacio, podría entablar conversación con la familia real.

¿Había pasado algo con su abuela para ser así de estricta? Quizás. No se atrevía a preguntar.

Llegó a la sala principal, sus padres estaban ahí, sonriendo mutuamente. Hizo su correspondiente reverencia y se acercó al que, actualmente, era el rey.

- Padre.

- Katsuki, tenemos buenas noticias. - dijo el señor de castaño cabello. El rubio lo miró intrigado. - Conseguimos a un guardia perfecto para cuidarte.

El rubio frunció el ceño. ¿Era en serio? ¿Sólo para eso lo habían llamado? No dijo nada, solo salió de aquella habitación, apretando sus puños, queriendo golpear al primer sujeto que se le atravesará en frente.

Nadie puede cuidarme mejor que yo. Pensó mientras azotaba las puertas de su habitación.

El guardián del príncipe. [KiriBaku] (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora