El «Zíngaro» era lo de siempre. Un atolladero de humo, ruido y borrachos. En algunas mesas se jugaba al dominó y en otras, la mayoría, solo se tomaba. Un mesón largo unía los extremos del bar y a uno de sus costados se formaban tres o cuatro hileras de clientes que pujaban por alcanzar sus copas.A la hora que llegué no era fácil conseguir un trago, pero tampoco venía con el ánimo de esperar demasiado. Los pies me pesaban y algo del frío de las veredas se filtraba por los hoyos de mis zapatos. Sin ninguna suavidad aproveché la ventaja de mi metro ochenta de estatura para introducirme a empujones entre los clientes. Uno de ellos trató de reclamar, pero le puse cara de malas pulgas y el tipo, luego de mirarme, prefirió guardar silencio. Le llevaba varios centímetros de ventaja y el hombre se dio cuenta.
Ya junto a la barra, acomodé mi humanidad sobre la madera oscura y sucia. Necesitaba algo para entrar en calor y se lo pedí al mesonero, esperando que mi amigo cumpliera su promesa y llegara a tiempo con el dinero. Bebí la copa de un trago y llamé al mozo para que la repitiera. Mientras lo hacía busqué en mi chaqueta los cigarrillos. Quedaba uno. Me lo llevé a los labios y luego de la primera bocanada de humo me dispuse a esperar observando a los demás bebedores. La mayoría eran rostros extraños, y los que conocía eran especímenes de los cuales no hay mucho que contar.
Repasé mentalmente las anotaciones de mi libreta y estuve de acuerdo en que las acciones a seguir eran las correctas. Recordé a un amigo que trabajaba en la policía y que a menudo me proporcionaba información. Todos los detectives privados tienen un amigo tira y yo no podía ser la excepción. Fue una de mis primeras preocupaciones cuando instalé el negocio, y por esas casualidades de las que uno nunca sabe, tropecé con Dagoberto Solís, mi mejor y más antiguo compañero de liceo, que, deseando hacer lo mismo que yo, había decidido irse por el lado donde a uno le entregan una placa de detective, y cada treinta días, un cheque medianamente jugoso. Con esos elementos se movía en la batea sin mayores sobresaltos, dejando que el trasero se le pusiese gordo y lento, como el de los políticos. En todo caso era mi amigo, y aunque más de una vez nos habíamos trenzado a golpes y puteadas, prevalecía un pacto amistoso que en numerosas ocasiones me había servido para salir de un apuro.
Con una moneda en las manos me dirigí al teléfono instalado a un costado de la entrada del bar. Marqué las siete cifras de rigor y desde el otro lado de la línea escuché la voz de Solís.
Lo saludé con un par de frases apropiadas para dorarle la perdiz y él escuchó pacientemente esperando el momento en que dejaría caer la petición. Al final, apremiado por los tres minutos que concedía el teléfono, le conté el problema.
—Quiero que investigues si por tu lado hay información sobre la joven —dije al término de mi historia. Me respondió que lo haría y le di las gracias, colgando el fono en el mismo momento en que el maldito aparato comenzaba a pitear como una suegra cascarrabias.
Apenas dejé el teléfono vi que entraba al bar mi amigo Pony Herrera, que debía aquel apodo a su afición por los burros. Se acercó a mi lado, sonriente, y yo crucé los dedos deseando que el dinero que le había prestado para jugar se hubiera multiplicado.
—Todos llegaron donde debían, viejo y querido Heredia —dijo a modo de saludo, y enseguida sacó un grueso fajo de billetes desde el bolsillo derecho de su chaqueta.
—¿Qué te parece esto, Heredia? —preguntó, abanicándose con los billetes, todos verdes y de a mil pesos.
—Si te los pasas por la cara te puedes pegar una infección —le contesté aparentando indiferencia.
—Puros aviones, compadre. No falló ninguno de los datos y tuve que conseguirme un saco para traer la plata.
—Me alegro, así puedes pagar lo que me debes, ya que estoy con los bolsillos planchados.
—Por supuesto, viejo y querido Heredia. Aquí está lo tuyo —dijo alargándome veinte billetes. Luego tomó otros cinco y agregó—: Estos son los intereses que te corresponden.
—No, eso no me pertenece —le respondí rechazando el dinero.
—Quedamos en que éramos socios, Heredia.
—Te equivocas. Solo era un préstamo y yo un sucio y vil prestamista que nunca hará sociedad con nadie.
—Tú no cambias. Siempre tratando de ser honrado.
—Honrado es una palabra que ya no usan ni en los libros.
—De eso no sé nada, Heredia. Pero si tú lo dices, te creo.
—No lo dudes ni te amargues. Tampoco te pongas triste ni se te ocurra dejar de invitarme un par de tragos.
—Los que quieras. Y esta noche en mesa, como caballeros, ya que por algo tu amigo tiene plata.
Y claro que la tenía, aunque no sé si bebimos como caballeros. Pony pidió una botella de JB, y mientras le dábamos el bajo, fue contando con pelos y señales cada una de las carreras acertadas. Lo escuché con atención, a pesar de que en mi estómago algo se inquietaba y no era el alcohol.
Cuando Herrera terminó de revivir las carreras, decidió que el licor no bastaba para celebrar tantas ganancias e insistió en que fuéramos a buscar un par de mujeres para pasar la noche.
—Tal vez otro día, Pony —le dije—. Hay cosas por las que no me gusta pagar.
—Tonterías, Heredia. Si no aceptas me embarras la noche.
—Nada de eso. La botella se acabó, así que ahora tú a lo tuyo y yo por mi lado.
—Al menos acepta que te invite un último trago en la barra.
Contra eso no tenía argumentos para oponerme. Fuimos a la barra, pero no bebimos una copa, sino tres. Cuando nos separamos, Pony estaba apoyado en el mesón tratando de conciliar un buen sueño. Salí tambaleando del «Zíngaro», prometiéndome no beber más. Sabía que era mentira, pero decirlo me daba la idea de poder mantenerme mejor en pie.
Miré a mi alrededor y no había nadie. La ciudad sigue triste, pensé, y escupí al suelo mi pena. No importaba. Era un ebrio con un caso que investigar, y aunque a nadie le importara, eso me hacía feliz.
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La ciudad está triste
Mystery / ThrillerCon La ciudad está triste, novela escrita en 1985 y publicada por primera vez el año 1987, se inició la serie de novelas protagonizadas por Heredia, en un detective privado duro y solitario cuyas historias tienen numerosos seguidores en Chile y otro...