Capítulo 7| La reina de las malas ideas

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—Cielos, Hange

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—Cielos, Hange. Tú siempre me salvas. No sé qué hubiera hecho si no hubieras aparecido —le dije en tanto me pasaba la camiseta por el cuello—. No soportaba quedarme así ni minuto más, y menos frente a ella.

Mi queja pareció darle gracia. Tal gesto no disminuyó la incomodidad que me azotaba.

—No tienes por qué agradecérmelo. Es una suerte que el equipo de los hombres empiece a entrenar justo después de nosotras. —Dobló su ropa mojada y la metió en una bolsa de plástico—. No sabes lo que tuve qué hacer para conseguirla.

El acento insinuante aunado al jugueteo con su cabellera creó la fórmula para incitarme a averiguar cómo lo había logrado.

Conociéndola, seguro se había encargado de molestar a todo aquel que tuvo la desgracia de atravesársele en el camino.

La imagen de Hange gritando como desesperada en medio del patio, agitando los brazos mientras amenazaba a los chicos con esa mirada suplicante para que le prestaran una toalla me devolvió a la vida. No era la única que poseía la capacidad de desprenderse de su dignidad por una causa noble.

—Ya dime a quién se la robaste —bromeé.

—¿Qué reputación me he labrado como para merecer que mi mejor amiga piense eso de mí? —Simuló estar ofendida. Sabía que en el fondo le causaba gracia—. Bien, la verdad es que no la robé. Se la pedí a Erwin.

Vaya, esa sí que no me la esperaba.

—¿Erwin Smith, el capitán del equipo de futbol? —pregunté alzando ambas cejas. Noté que sus mejillas se tornaron rojas cual rubí—. ¿Y desde cuándo son tan amigos ustedes dos? ¿Hay algo de lo que me he perdido últimamente?

—Pues, nosotros... —titubeó—. Kim, no me cambies el tema por favor, ¡no es lo que estás pensando!

—Dudo que esta noche vayas a irte a dormir temprano. —Ahora yo le sonreí con malicia. Ella me observó confundida, aunque no puso objeción alguna cuando le guiñé el ojo—. Tenemos una conversación pendiente desde ayer, que no se te olvide.

—Cierto, pero antes déjame terminar con mi historia. Estoy segura de que te interesa escuchar lo siguiente.

—Ah sí? —Fingí desinterés y coloqué mis manos en la cintura para indicarle que continuara—. En ese caso, no te interrumpiré más.

—Bien, como te decía, acudí a Erwin. —La miré con picardía, su bochorno no tardó en aparecer—. Me dijo que podía tomar una toalla de su casillero mientras estaban todos en la cancha, aunque la llave se negó a cooperar. Sigo pensando que debe tener algún truco que solo él conoce. —Colocó su barbilla sobre un dedo, meditando—. En fin, comencé a desesperarme, supongo que me excedí al forzar la cerradura. —Se deleitaba al recordarlo—. Y luego me llevé el susto de mi vida.

 Y luego me llevé el susto de mi vida

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A FOUR LETTER NAME© [VOL. 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora