7

42 1 0
                                    

Es necesario presionar rewind unos seis meses, hasta el momento en que Ana sube al colectivo 39, que la lleva al colegio. Tiene puestos los auriculares de su MP4, en los que suena un viejo tema de la Bersuit. Una parada más adelante sube un compañero de clase con el que nunca ha cruzado más que dos o tres palabras. Tiene un aspecto vagamente punk, remera oscura, cinturón con tachas y un extraño corte de pelo que le dibuja un par de picos en la nuca. Ana mantiene los ojos fijos en la ventanilla y no lo mira. Pero eso a él no lo detiene. Se ubica al lado de ella y le sonríe.
—Hola, flaca.
—Hola —ella se saca por un momento el auricular y luego vuelve a colocárselo. Le parece que es una señal evidente de que no quiere hablar. Pero tampoco eso lo detiene.
—¿Te gustan Los ángeles de la noche?
Ana se saca otra vez el auricular.
—¿Quién?
—Una banda. Los ángeles de la noche.
—No los conozco.
Él no le da tiempo de volver a ponerse el auricular.
—¿Y el colegio?
Ana se rinde y apaga el reproductor.
—¿El colegio, qué?
—¿Te gusta?
—No, lo odio.
El chico sonríe.
—Yo también. ¿Querés que estudiemos matemática juntos para la prueba?
Ana no sabe qué responder. Piensa en decirle que le va bien en matemática y no necesita reunirse con nadie. O bien. O que ella es una persona muy poco sociable. Pero no lo dice. En cambio, pregunta:
—¿Por qué?
Mateo parece desconcertado. Se encoge de hombros.
—Me cuesta estudiar solo. En cada no me concentro.
Ella hace silencio, mientras considera la forma de rechazarlo sin sonar agresiva. Para ganar tiempo, sigue preguntando:
—¿Qué pasa en tu casa?
—Me llevo mal con mi viejo. Discutimos todo el tiempo.
—¿Por qué?
—Esta sin trabajo y eso lo puso insoportable. Y toma mucho.
La cara de Mateo se ha ensombrecido y Ana se da cuenta de que no sabe cómo decirle que no.
—Esta bien —acepta—, el martes.

Fast forward de cinco días. Ana y Mateo están estudiando juntos en un bar. Contrariamente a lo que ella esperaba, las cosas avanzaban bien: él es rápido, entiende enseguida la lógica de los ejercicios y los están resolviendo a buen ritmo.
—Al final —le dice—, sos mucho mejor que yo en esto. No necesitabas ninguna ayuda.
Él sonríe.
—Eso es porque estoy acá, con vos. Si estoy solo en mi casa puedo mirar media hora el ejercicio sin encontrarle la vuelta.
—¿Por qué?
—Muchos problemas. Me distraigo.
Ana asiente. Piensa que prefiere que no le cuente más del asunto, pero una vez que ha empezado pareciera que Mateo ya no puede detenerse.
—Mi viejo se la pasa haciéndole la guerra. Dice que no se puede vivir conmigo. Pero el problema es él. Siempre quiere tener la razón.
—¿Y vos?
—¿qué?
—Que también tenés un carácter fuerte. Me parece.
—Sí —admite con reticencia—, pero no es eso. Lo que pasa es que él se zafa cuando toma. Y cads vez toma más.
—Uh…
Ana frunce la nariz, sin saber que decir. Mateo sigue.
—Un viejo borracho es lo peor. Te da vergüenza, bronca. A veces me gustaría irme, cambiar de vida.
—Yo tengo otra.
—¿Otra qué?
—Otra vida, en un mundo virtual. En ese mundo me llamo Ishara.
Mateo la mira desconfiado.
—¿Y como es Ishara?
Ana se encoge de hombros.
—Distinta. Linda. Valiente. Capaz de enfrente a un ejército de bestias. Flaca.
—Flaca, vos sos flaca.
Ana se ríe.

Otro fast forward, hasta el último día de clases. Ana y Mateo reciben calificaciones de matemática: ambos aprobaron. están caminando juntos hacia la parada del colectivo. Mateo se muestra abierto y conversador. Ana, en cambio, mantiene su reticencia.
—Nos fue bien estudiando juntos —dice él sonriendo—, aunque se notó que vos no estabas muy convencida. Pensaste que yo iba a ser un pesado, ¿no?
Ella asiente, algo incómoda.
—Sí, al principio yo no estaba nada segura. Pero funcionó.
—Podríamos vernos en las vacaciones —dice él, y clava la vista en el tránsito para no mirarla.
—Sí, claro… Más adelante, porque yo tengo que ponerme a buscar trabajo con urgencia.
—Bueno, entonces cuando estés libre llámame vos.
—Está bien —acepta Ana.
Pero no lo llama.

zoom [Andrea Ferrari]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora