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Pedro Montes llega a su casa, cierra la puerta y deja caer el maletín junto a la maceta donde alguna vez vivió una planta. Luego se quita el saco y la corbata y los cuelga en el perchero. No se preocupa por acomodarlos prolijamente ni por evitar las arrugas, aunque tendrá que usarlos otra vez al día siguiente. Podría decirse que no le importan, pero es más que eso: Pedro odia el saco y la corbata, casi tanto como odia las ocho horas diarias de oficina. Mientras se afloja los primeros botones de la camisa, camina hacia la cocina y abre la heladera. El contenido es bastante escaso. Saca una lata de cerveza, confirma que está bien fría y tantea la parte alta de la alacena hasta dar con un paquete de papas fritas.

Después se sienta frente al televisor. Mientras se lleva una papa frita a la boca piensa que debería sacarse el pantalón y la camisa, porque así acabarán por ensuciarse, pero no lo hace. Mira las noticias. Nada muy interesante: siguen buscando a una banda de asaltantes, las inundaciones no ceden en el norte del país y un tipo disfrazado de Papá Noel salvo a un niño de ser aplastado por un auto. Enseguida se aburre y enciende la computadora portátil. En ese momento suena el teléfono. Antes de atenderlo, Pedro ya sabe quién es. Su hermana Mariela. Es una de las pocas personas que lo llama con frecuencia. Con excesiva frecuencia: casi todos los días. Lo deja sonar dos veces y pienda que quizás esta vez no atienda. Pero el sonido lo pone nervioso.

—¿Hola?

—Pedro, soy yo. Mariela.

—Me imaginaba. ¿Cómo estás?

—¿Viste lo del milagro?

—¿Milagro?

—¿No viste la tele? Un Papá Noel que salvo...

—Ah, sí, escuché algo. ¿Y qué hay con eso?

—¡Yo estuve ahí!

—¿Ahí donde?

—¡Exactamente en el lugar donde pasó! Te digo, Pedro, que fue un milagro de verdad.

—Mari...

—Ya sé, me vas a decir que no crees en milagros. Pero yo lo vi. El nene estaba haciendo malabares frente a los autos. Un nene demasiado chico para andar solo, eso pensaba yo mientras lo miraba...

—¿Y por qué estabas ahí?

—Habia salido a correr y justo en esa esquina...

—¿Desde cuándo salís a correr?

—Desde hace... ¡qué importa eso! Escuchá lo que te cuento. Yo me había agachado para atarme los cordones cuando este tipo, Papá Noel, pasa corriendo a mi lado y me lleva por delante. Me tiró al piso. Empecé a gritarle, pero ya había seguido corriendo. Entonces lo veo que se abalanza sobre el nene malabarista, lo agarra con violencia de un brazo y lo saca de la calle. Estuve a punto de meterme, porque era evidente que el chico se estaba resistiendi y yo pensé con qué derecho este Papá Noel... Bueno, no llegue a hacer nada porque en ese momento se oyó un frenazo y luego el golpe. De pronto todo se convirtió en un caos: vidrios rotos, metal aplastado, gritos. Cuatro o cinco autos chocaron uno contra otro... ¿Entendés?

—Sí, eso vi en la tele...

—No, digo si entendés el milagro. ¡Papá Noel supo que iba a pasar!

—Como lo va a saber, Mariela, habrá sido casualidad.

—¿Casualidad? ¿que se tirará del carro y corriera como loco justo antes del choque? Te digo que es imposible. ¿Por qué sos tan descreído?

A esa altura Pedro se ha aburrido de la conversación y está tecleando una clave en su computadora.

—¿Me estas oyendo?

—Sí, te estoy oyendo.

—Estad en otra cosa.

—No.

—¿La computadora?

Pedro cierta la tapa rápidamente.

—No, para nada.

Mariela suspira.

—Ahira voy a salir a correr. ¿No querés venir conmigo?

—Yo no corro, Mariela. Acabo de estar ocho horas en la oficina. Lo último que quiero es correr.

—Justamente, te haría bien. Tenés que bajar de peso. Con toda esa comida chatarra que compras...

—estas equivocada —dice Pedro mientras mira el paquete vacío de papas fritas—. Y no tengo ganas de recibir sermones de mi hermana después de trabajar todo el día.

—Lo hago por tu bien. Estás por cumplir cuarenta años, Pedro, y salís tan poco, ¿por qué no...?

—Salgo bastante. Ahora estaba por llamar a un amigo.

—Bueno, ya veo que no te voy a convencer. Me voy entonces. Hasta mañana.

—Hasta mañana.

Pedro corta y vuelve a abrir su computadora. Teclea su nickname: Luc. Y luego la clave. Busca con ansiedad en la lista, pero tampoco hoy ishara está conectada. 

zoom [Andrea Ferrari]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora