Capítulo 29

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Había acompañado a su madre a una reunión que tenía que ver con alguna clase de aniversario de alguna clase de asociación de Dorsetshire, pero ahora se sentía tremendamente aburrido y malhumorado.

Los caballeros que habían asistido habían vuelto a indagar en sus días de guerra, algunos porque no sabían sobre qué hablar y otros por simple curiosidad, curiosidad sin tacto alguno que lo hacía sentir en carne viva, de nuevo.

Y las damas, la mayoría había coqueteado con él mientras sonreían tontamente o bajaban sus pestañas con una lentitud calculada que lo desesperaba.

Nada había salido como lo había imaginado, así que estaba fastidiado, y se le notaba. Tanto que su madre le dijo que se marchara.

-Leonard, ve a casa o a arreglar esa propiedad tuya, o donde sea. Si te quedas un rato más aquí, me temo que le gruñirás a alguien. La verdad no entiendo por qué insististe en venir si ibas a comportarte así.

-No es lo que esperaba.

-Es una reunión social, Leonard, se caracterizan por charlas vacías, los últimos chismes y una ocasión ideal para emparejar a los solteros.

-Un poco de tacto, o alguna charla inteligente no estarían demás.

-No puedes evitar que te pregunten de la guerra para siempre, sé que no te hace bien, pero es inevitable porque ellos no lo vivieron, así que es solo una historia interesante. Jamás entenderán que para ti signifique otra cosa. Tampoco puedes evitar que las jóvenes estén interesadas en ti, no es porque seas mi hijo pero eres muy atractivo, y salvo tu falta de encanto actual, eres buen candidato.

-¡Madre! – se quejó él.

-Vete, Leonard, si lo que buscas no está aquí, vete ya porque no tengo ganas de pasarme la tarde poniendo excusas en tu nombre.

-De acuerdo – asintió y le dio un beso en la frente, antes de marcharse. Su madre suspiró al verlo irse. Cuando creía que él ya había dejado el pasado atrás, algo lo volvía a inquietar de nuevo.

Leonard decidió ir a comprar algunos pasteles para endulzar un poco el mal humor que tenía, y fue en la pastelería donde se encontró con Josephine. Se saludaron muy educadamente.

-Señorita Lawrence.

-Señor Knigth – respondió ella sorprendida de verlo allí. Él apuró su compra para poder acompañarla , afortunadamente ella no huyó y lo esperó , así que caminaron juntos de regreso.

-¿Vino por dulces? – preguntó torpemente y luego fue consciente de lo absurda de su pregunta.

-Sí, pero no para mí, le prometí a Malcom y Millicent que les compraría pastelillos si no se metían en problemas durante un mes, y han cumplido.

-¿Los sobornó? ¡Qué clase de tutora es!

-Una con habilidades – respondió ella- Si mi tutora de francés hubiera usado esa técnica yo hablaría el idioma fluidamente.

-¿Habla francés?

-Apenas lo básico, ¿no le acabo de decir que mi tutora no fue lo suficientemente inteligente como para sobornarme? En cambio, fue estricta y me hizo sentir que el hecho de que hablara un idioma elevaba mi valor en el mercado de futuras esposas.

-¿La misma tutora por la que terminó caminando con una tetera en la cabeza?

-Nooooo, esa era otra. Me temo que durante una época en nuestra infancia, mi madre estuvo muy decidida a darnos una educación privilegiada con toda clase de tutores, hasta que mi padre se dio cuenta que no era provechoso, más bien al contrario. Lo consideró una pérdida de dinero e hizo desistir a mamá, le dijo que mejor aprovechaba para pagar lecciones de cosas que de verdad quisiéramos aprender o ampliar la biblioteca. Así que finalmente los niños Lawrence ganamos la batalla contra nuestros tutores, con el tiempo mi hermano se fue a estudiar y nosotras encontramos cada una actividades que nos interesaran y tutores acordes a nuestras personalidades. Mi hermana Laurie aprendió a tocar el piano, Beth aprendió esgrima.

-¿En serio?

-Sí, no escapa a las rarezas de las Lawrence. Y mi hermano a pintar con acuarelas

-¿Y tú, Josephine? – preguntó con curiosidad sin darse cuenta que la había tuteado

- Yo no aprendí nada especial- respondió y calló que ella había preferido internarse en la biblioteca, que crecía junto con ella, y en los bosques donde su imaginación era completamente libre de normas sociales y reglas de cómo ser una señorita bien educada. Había elegido por sí misma lo que quería aprender, la literatura y la historia habían sido sus favoritas, pero también había aprendido sobre astronomía, botánica y cualquier tema que despertase su curiosidad. Curiosidad que si provenía de una mujer parecía ser mala a menos que se refiriera a los chismes de los demás, pero tenía suerte y su familia la había dejado ser , aunque fuera de los confines de su hogar fuera percibida como alguien extraña.

-Supongo que eso significa que aprendió más que los demás – evaluó con sagacidad y volviendo al trato formal.

-Quizás, no creo que el aprendizaje pueda ser medido en forma tan estricta- dijo ella.

- Yo creo que el placer por aprender y la curiosidad son dones, hace que la gente sea más interesante- comentó y ella sonrió levemente.

-Coincido- dijo brevemente, pero quería decir mucho más. De hecho esa era una de las razones por las cuales Leonard le gustaba tanto, sabía que se parecían, que él no menospreciaría su curiosidad o su inteligencia. Se acomodó los lentes en un gesto vago, para controlar las emociones que se le arremolinaban dentro.

-Están brotando- dijo él de pronto.

-¿Perdón?

-Algunas de las semillas que me regaló ya empiezan a brotar y a sumarse al jardín desordenado. Podría venir a visitarlo con los mellizos y con Excalibur, les conté y mostraron mucho entusiasmo, claro que será difícil que vengan solos, así que, ya que es su tutora, podría traerlos –la invitó e incluyó la excusa perfecta antes que ella se negara.

-De acuerdo, iremos a visitarlo, entonces. Se los diré cuando les lleve los dulces, ¿cuándo le parece bien?

-Mañana- respondió deprisa.

-¿Mañana?

-Sí , mañana es perfecto – respondió sonriéndole y ella asintió. Luego separaron sus caminos.

Las cartas  - Saga Dorsetshire 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora