El pesar del capitán

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"Rey no es aquel que se sienta
en el trono con su corona,
es aquel que está dispuesto
a perderlo todo
aún si es lo que más
atesora."

King, Genesis Fuentes

Puede que en otra vida nunca llegues a encontrar a tu alma gemela, que está viva del otro lado del mundo, que dejes este mundo para volver a nacer dentro de un rato o que abandones la tienda a unos momentos antes de conocerla.

Era un mañana helada, el sol aún no se dejaba ver y las estrellas junto con la luna hacían su mayor esfuerzo para iluminar la noche. El aire salado revoloteaba los cabellos y secaba los labios de aquellos que andaban con libertad en medio de la penumbra. Se escuchaban las olas chocar contra las rocas y la arena, una que otra gaviota que madrugaba, las pisadas de la gente que caminaba de aquí hacia allá. Si se concentraba podía hasta escuchar el bombardear de su corazón chocar contra sus costillas una y otra vez, podía escuchar sus pies replicar contra la grava del lugar tan fuerte que parecían hechas por gigantes y podía sentir el cambio en sus pies descalzos de la grava a la madera y después notar el esfuerzo de su caminar contra la arena.

Su respiración se volvía entrecortada mas no aminoraba el paso. Sentía la arena escabullirse entre sus dedos de los pies y sus pantalones mojarse conforme se le acercaban las olas. Oh, el mar, algo tan maravilloso y a la misma vez tan traicionero y misterioso, viéndolo de frente, siempre de frente. El agua empezaba a chocar contra su cintura haciendo sus pies trastabillar, poniendo más fuerza avanzaba un paso a la vez notando como ahora el agua le llegaba a los hombros. Giró la vista un momento hacia atrás y noto a un grupo de hombres entrando de igual manera al mar, lucían todos ropas añejas, todos excepto uno que lucía ropa cara. El rostro de aquel señor era maduro, con una larga barba negra, llevaba un saco vino y largas botas, su cara, llena de arrugas, se vislumbraba roja y con expresión furiosa como si estuviera a punto de explotar. Se encontraba dando órdenes a sus secuaces moviendo sus brazos exageradamente y gritando quien sabe que cosas a los cuatro vientos.
Su atención regresó al frente, faltaba poco para llegar y todo estaría bien. Una pisada, dos pisadas y el agua ya lo rebasaba. Movía sus piernas y brazos frenéticamente tratando de avanzar, no faltaba mucho para sobrepasar aquel pozo y encontrar una isla en la cual escabullirse. Sintió unos brazos rodearlo y Keith supo en ese momento que estaba perdido. Dios, si es que había uno, esperaba que las historias de que era un héroe, un ser misericordioso fuesen reales y por una vez en su existencia se apiadara de él.

Sentía como era halado y como ahora lo rodeaban otro par de brazos. Él se encontraba en estos momentos en las más profundas de las desesperaciones. Sintiendo como con cada jalón y pisada de sus cautivadores se marcaba el camino hacia su desgracia. Sintió su piel estremecerse y sus bellos de la nuca erizarse a la vez que escuchaba cómo se reía el capitán. Todo su cuerpo le decía que huyera sin embargo su mente, siempre atenta, le recordaba que si se le ocurría hacerlo solo empeoraría su dictamen.

Sus pies tocaron la arena, en el fondo supo que no sería por mucho tiempo. Las risas de los que lo sujetaban, sus compañeros, le taladraban los oídos; sonaban tan fuerte y fúnebres que podían compararse a los cantos de las hienas. La simple voz del capitán, morbosa al igual que siempre, hizo callar a todos transformando las risas a un sosiego intranquilo. Desesperado se removió solo para sentir sus músculos ser achatados.

—¿Pensabas que te ibas a escapar de mi? ¡De mi! De quien todos temen y del que nada se le escapa. Amigos míos , escuchen. Él niño enserio pensó que se podía escapar de mi y de su castigo, él pensó que podría engañarme.— Las risas no hicieron falta después. — Bien, bien, claro está que le tengo que dar cierto reconocimiento pues irse a insertarse al mar no lo haría cualquiera. Dime niño, ¿te crees muy valiente zarpando al mar? O será sólo que no tienes ni una pizca de cerebro?

Libertad después de la condena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora