Catalina despertó deseando no existir. Quería ocultarse; se estaba ocultando. Sabía que no podía continuar muchos días más evitándolo todo, por lo que se obligó a levantarse, y se desplazó pesadamente hasta la sala. Sus pantuflas nuevas se reflejaban en el piso que brillaba bajo sus pies. La luz de las lámparas brillaba con demasiado vigor. Sus ojos no podían resistirlo, por lo que los entornaba. Había estado llorando a oscuras por demasiado tiempo.
Se masajeó la sien en el trayecto. Sentía la vista empañada, y, aunque había dormido demasiado, gracias a alguna mágica pastilla que reservaba para ocasiones especiales, no parecía haber descansado nada.
Ingresó a la cocina. Una fuente con naranjas y manzanas perfectamente apiladas en una reluciente pirámide la aguardaban. Ni siquiera consideró comer fruta. Solo se dirigió a la heladera, cuya puerta de metal, le mostró su rostro. Quiso fruncir el ceño, pero recordó que esto haría que se arrugara a largo plazo, así que solo dio un soplido y abrió violentamente la puerta.
Oyó los pasos de la empleada doméstica, y se apresuró a escoger algo. Husmeó entre las diferentes botellas, frascos y cajas. Luego, se cubrió la boca con su mano izquierda y cerró la puerta con la derecha.
―Nunca hay nada para comer en esta casa ―dijo casi gritando, al tiempo que la empleada entraba en la cocina.
―Buenos días ―la saludó Norma, con una sonrisa―. Hasta que por fin te levantas.
―No me jodas, no estoy de buen humor.
―Ya está la pava caliente, ¿te hago un café?
Catalina negó con la cabeza y agarró la canasta del pan. Le dio un mordisco gigantesco a un bollo, mientras tomaba su vaso y lo llenaba con agua del dispenser.
―¿Eso es todo lo que vas a comer? ―recomenzó Norma.
―Sí ―dijo apenas la joven.
―Es muy poco. Te tienes que alimentar bien, especialmente en invierno.
La chica solo tomó otro bollo de pan y se alejó de allí de inmediato. De vuelta en su habitación, se sentó encorvada sobre la cama antes y cerró los ojos. Unos segundos más tarde, la alarma de su celular la trajo de vuelta a la realidad. Ella puso los ojos en blanco. Detuvo la alarma y sostuvo la mirada en la pared. No quería ver sus notificaciones.
Sacó su espejo de mano del cajón de su mesa de luz y se miró. Su piel se veía deshidratada y algún grano crecía en su mejilla. Lo observó con detenimiento por unos instantes y luego notó que su alergia se expandía a lo largo de su mentón.
―Es por el estrés de mierda ―dijo.
En aquel momento se dio cuenta de que no había estado bebiendo suficiente agua. Aquello no le parecía tan importante en ese entonces. Sabía que había estado siendo negligente consigo misma, sin embargo, también conservaba la certeza de que todo ese martirio terminaría pronto. Así debía ser, estaba implícito desde el principio.
Tenía los pies helados, por lo que se metió dentro de la cama.
‹‹Serán solo unos minutos››, pensó. De todas formas, el sueño no era algo fácil de conseguir para ella. Sobre todo, por aquellos días. El fondo de su cama también estaba frío. Tal vez aquello no había sido tan buena idea después de todo. Se reacomodó poniéndose en posición fetal. Sus pantorrillas que siempre se mantenían tibias, sí que podrían darle algo de calor a sus pies. En cuanto puso su cabeza en la almohada, escuchó que su corazón latía de forma desbocada. Fue entonces cuando recordó por qué no solía dormir de lado. De espaldas apenas podía percibirlo.
De todas formas, intentó cerrar los ojos y respirar expulsando el aire con su pulgar a milímetros de sus labios. Esto haría que su ritmo cardíaco disminuyera. Una vez que logró sosegarse, sintió que un sueño pesado se posaba sobre sus hombros y su cuello. La alarma estaba programada para sonar una vez por hora.
‹‹Me quedan aproximadamente cuarenta minutos››, caviló. Podía tomarse ese tiempo con calma. Estaba atrasada con las traducciones, lo que la estresaba por encima de su límite, no obstante, decidió que, en ese momento, debía priorizar su descanso.
Se quedó quieta en lo que pareció la tranquila infinidad de apenas un minuto, cuando escuchó que Norma golpeaba su puerta.
―¿Qué? Estoy tratando de dormir.
La mujer del otro lado pareció no haberla escuchado, así que volvió a tocar.
―¡Pasa! ―gritó Catalina.
Norma abrió muy despacio y enseguida se puso a mirar alrededor para ver qué podía recoger.
―¿Esto está sucio? Me lo llevo ―dijo, recogiendo un pantalón del piso. Vio que la chica ponía los ojos en blanco y sonrió con picardía―. Ay, bueno, te vivo diciendo que saques la ropa para lavar y no lo haces. Ahora me la voy a llevar.
Catalina decidió recomenzar su día una vez más. La pila de papeles que la esperaba, no iba a mermar por sí misma. Más le valía comenzar de una vez con aquel maldito trabajo.
Lentamente, se reincorporó y empezó con su tarea. Delante de sus ojos tenía un interminable ensayo de Empire of Cotton. Contó las páginas antes de empezar. Eran cuarenta y ocho, veinticuatro hojas en total. Eso le llevaría días. Al pensarlo, sintió que el vacío que se abría en su pecho solo se profundizaba más.
A pesar de todo, lo intentó. Lo había hecho muchas veces antes y, aunque era consciente de que su ritmo de trabajo se había ralentizado mucho en los últimos meses, algo dentro suyo le decía que también podía lograr entregar este trabajo a tiempo. Tan solo tenía que concentrarse. Sonaba muy fácil decirlo, pero simplemente no podía lograrlo. En cuanto terminaba con una hoja, volvía a contar cuántas quedaban, y casi siempre terminaba encontrando más, como si las páginas se multiplicaran a medida que avanzaba.
Al cabo de tres horas, se detuvo. Contempló sus piernas. Aunque era joven, las estrías ya se extendían en sus muslos.
―¿Hoy tampoco te vas a bañar? ―le había preguntado Norma en su breve visita y aquella pregunta no dejaba de atormentarla. No tenía tiempo para eso y no entendía cómo el resto de las personas normales mantenían una rutina ordenada en la que cosas como bañarse eran algo común y frecuente.
Decidió que aquel día lo haría. A pesar de que ya había dicho eso el día anterior y no lo había hecho.
Cerca del mediodía, finalmente tomó su celular. Tenía un sinfín de mensajes pendientes, pero solo uno le importaba. Se dedicó a responder, hasta que su padre llegó para el almuerzo.
―¡Cata! ―la saludó alegremente, colándose por la puerta. En sus brazos traía al gato, y el perro venía detrás de él. Alexander era la única luz en la vida de su hija―. ¿Cómo estás?
―Como siempre. Bah, bien, supongo. ¿Qué tal?, ¿cómo te fue?
―Bien, ya hablamos en la mesa. Vamos, ya está la comida ―anunció su padre.
Catalina tardó alrededor de quince minutos en llegar. Su plato se encontraba servido. En cuanto vio lo que era, puso mala cara, pero intentó no decir nada.
―¿Y?, ¿todo bien? ―preguntó Alexander.
La joven respondió que sí, sin embargo, estaba intentando contener las lágrimas. Para ese entonces, ya había leído el contenido de aquel temido mensaje.
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Recogiendo el fruto de tus labios
RomanceCatalina es una joven desesperada por mantenerse con vida, mientras que Federico es un hombre estable y despreocupado. Sus caminos se cruzarán para vivir juntos una historia ¿de amor? Diferentes obstáculos se alzarán para impedir la realización de s...