‹‹Voy en camino››, escribió Catalina, aunque ni siquiera sabía a dónde debía ir. Tomó con su mano derecha las llaves del auto, mientras que, con la otra, todavía sostenía el teléfono contra su oreja, intentando llamar a Cynthia.
Condujo con el pulso más acelerado que de costumbre. El tránsito la estresaba en extremo. En quince minutos, se encontraba sobre la carretera. Tan solo le tomaría otro cuarto de hora en llegar a la ciudad de Cynthia. Pensó en llegar hasta su casa y alertar a su madre, pero luego consideró que, si la chica estaba a salvo, esto le traería problemas en el plazo medio. Después de todo, y a pesar de la edad de Cynthia, sus padres recién comenzaban a darle permiso para salir. Era justamente a esto, a lo que Catalina le atribuía el desmedido libertinaje al que la mujer se había entregado.
Estacionó frente a la casa de los Morelia. Veía unas luces encendidas en la habitación de arriba. El auto de la familia no estaba por ningún lado, sin embargo, Catalina recordaba que Cynthia había mencionado que el viejo iba a recogerla a su casa.
―Y va a dejarme en el mismo sitio ―le había dicho.
―Qué descarado ―respondió Catalina.
―No importa, nadie va a sospechar ―dijo Cynthia, agitando su mano―. Recuerda que es amigo de mi papá y estoy trabajando con él.
―¡Pues peor!
‹‹Su papá es otro zorro viejo››, pensó en aquel momento Catalina, pero no dijo nada. Para ella era evidente que el hombre acabaría por enterarse. Tan solo era cuestión de tiempo. Tal vez sucedería antes de lo que había anticipado.
Esperó unos instantes, mientras buscaba en su GPS la ubicación del lugar de trabajo de Cynthia. Vio que una camioneta roja llegaba y estacionaba justo delante de ella. Cynthia bajó unos instantes después.
«Maldita zorra», dijo para sus adentros Catalina. Intentó espiar para ver cómo se veía el sujeto con el que venía, por más de que ya lo había visto en fotos. Entornaba los ojos sin conseguir ver nada. La camioneta partió pronto y vio que Cynthia se dirigía a la puerta de su casa, entonces ella abandonó su auto también y en dos zancadas alcanzó a su amiga, agarrándola firmemente del brazo.
—Ay, ¿qué haces? —exclamó Cynthia, intentando zafarse—. Suéltame, me lastimas.
—Maldita, me tenías preocupada. ¿Qué fue ese mensaje?
—Ah, eso, solo quería preguntarte una cosa —dijo Cynthia, arreglando su cabello rizado con los dedos—. De esas que tú haces...—continuó. En aquel momento, la madre de Cynthia abrió la puerta y las dos chicas dieron un pequeño salto, sobresaltadas.
—¿Qué pasó, Cynthia? ¿No ibas al trabajo? —preguntó su mamá, mirando a Catalina de arriba abajo—. ¿Quién es ella?
—Es una amiga. Cata, sí te hablé de ella, ¿recuerdas?
La mujer asintió mientras mantenía los ojos puestos en Catalina y su pretencioso atuendo. Mantenía cierta desconfianza hacia las mujeres que se vestían tan bien.
«Esas andan buscando», solía decir su propia madre. Y justamente había sido una muchacha como esa la que había prolongado un vacío entre ella y su marido hacía tan solo un par de años. Con tan solo un minuto, Amanda Morelia había decidido que no le gustaba esa amistad para su hija.
«Qué tal me la corrompe», pensó.
Catalina le extendió la mano amablemente, con una sonrisa. Amanda no pudo hacer otra cosa que estrechársela también.
—Mucho gusto, señorita —le dijo.
—Ay, si tienes el mismo pelo que tu mamá —exclamó Catalina, dirigiéndose a su amiga—. Siempre quise tener rulos más armados. Mi pelo es un desastre, si me hago rulos, no se quedan. Si quiero alisarlo, tampoco.
Cynthia balbuceó una excusa de cómo se había encontrado a Catalina, casualmente, cuando salía del trabajo.
—Ella andaba averiguando de un evento al que tiene que venir la otra semana.
Su madre no se mostraba convencida, pero fingió creerles. Cynthia la invitó a pasar brevemente.
—No digas nada, te puede escuchar desde el cuarto —le advirtió desde la puerta. Catalina hizo una afirmación con la cabeza.
Ambas tomaron asiento en la cocina, mientras Amanda les preparaba un café. Aguzando el oído, escuchaba que su hija le preguntaba a la otra qué había hecho en el día.
—Te llamé todo el día —susurró Catalina, y Cynthia se llevó el dedo índice a los labios—. Nada, estuve trabajando en unas traducciones. Después del almuerzo tenía clases.
—Estudias mucho —respondió Cynthia, y Amanda sintió cierto alivio.
«Una niña que pasa su tiempo estudiando no tiene tiempo para dedicarse a la mala vida», pensó. Aun así, había algo que no terminaba de convencerla sobre su presencia. A su mente vinieron varios recuerdos de Cynthia llorando, preguntándole por qué no la dejaba salir como a las demás. La última vez, cuando le había contado sobre el hombre que estaba conociendo, y que todos en la casa desaprobaron de inmediato, había gritado por horas que quería ser libre y que ellos le prohibían todo. Quizá tenía razón. Nada bueno había salido de eso. Sabía que su hija había estado conociendo hombres, pero no sabía a quiénes, ni a dónde se iba con ellos. Debido a su excesivo control, Cynthia había aprendido a ocultarse muy bien. Tal vez reprobar a su nueva amiga también sería una mala idea.
—¿Tu ex no se apareció más? —inquirió Cynthia, al tiempo que le daba un largo sorbo a su café. Su taza era diferente de la de su amiga. Al darse cuenta de esto, se preguntó qué estaría pensando Catalina al respecto.
—No, por suerte —dijo Catalina, esbozando una sonrisa mientras arqueaba las cejas—. Sabes que no quiero saber nada de él.
Cynthia soltó un suspiro apenas perceptible. El chico le había agradado y esperaba, sinceramente, que su amiga se diera cuenta de que tenía a un buen hombre al frente, al menos en sus estándares. Aunque imaginaba cuál sería la respuesta de Catalina si se lo decía:—Eso dices tú porque no has conocido a suficientes hombres.
—Bueno, ahora hay que ver quién será la nueva víctima —dijo en cambio.
Catalina masticó lentamente un bollito de pan antes de decir:—Ya lo tengo en vista.
—¿Tan rápido?
La otra asintió, pues nuevamente tenía la boca ocupada. Cynthia creyó sentir que un escalofrío recorría sus brazos desnudos.
—Pobre hombre —respondió y su amiga largó una carcajada.
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Recogiendo el fruto de tus labios
RomanceCatalina es una joven desesperada por mantenerse con vida, mientras que Federico es un hombre estable y despreocupado. Sus caminos se cruzarán para vivir juntos una historia ¿de amor? Diferentes obstáculos se alzarán para impedir la realización de s...