Finalmente, todo había terminado. Aquella fue la última noche en que tomó una pastilla para dormir en mucho tiempo. La siguiente vendría recién en un par de años, cuando las obligaciones que tuviera entre sus manos fueran realmente grandes.
Ahora debía volver a ser ella misma. El espejo le dijo que tendría mucho de qué ocuparse si quería recuperar su atractiva figura. Quizás había llegado el momento de comenzar a verse incluso mejor, como siempre había deseado. Ya que, después de todo, no tendría que estar parada al lado de un hombre mediocre.
—Nunca más —declaró con decisión. Sintió alivio, pues conocía la firmeza absoluta que guardaban sus convicciones, como consecuencia de una profunda reflexión. Analizar situaciones y personas siempre había sido una de sus actividades favoritas, a pesar de lo frustrante que podía ser a veces. Especialmente, en cuanto a las conclusiones que debía sacar.
Tenía un futuro del cual encargarse, y estaba segura de que podía realizar sus metas.
—Me he sacado como cien kilos de encima —le había dicho a su amiga Cynthia.
—Qué mala eres —respondió la mujer, desde el otro lado de la línea, mientras se pintaba las uñas de color morado.
—Bah, es verdad. Ya te lo dije, ni siquiera iba a poder concretar nada con él —se quejó Catalina—. ¿Y tú?, ¿no te habló más el viejo?
Con consternación notó que su amiga prolongaba una incómoda pausa entre ellas.
—No me digas que ya lo viste —continuó Catalina.
—No, pero tal vez lo haga, es que trabajo con él.
—Eso no es un trabajo serio, y menos si es con un narco.
Aunque no podía ver a su amiga, supo que Cynthia estaba poniendo los ojos en blanco. Sabía que no soportaba que le dijera verdades de forma brutal. Desde que se había enterado de la existencia de aquel hombre, no había tenido muchos momentos de paz cada vez que Cynthia se le venía a la mente. Incluso, había considerado contactar a sus papás en alguna red social para alertarlos de la situación.
—Ya te dije que él no es el narco, en su municipio hay cosas raras, pero yo solo soy fotógrafa.
—Ese hombre no te conviene. Es un viejo, está casado y es corrupto. Te puede pasar cualquier cosa con él.
En su mente, ensayó una amenaza que no se animó a pronunciar. Sabía que Cynthia explotaría si lo hacía. Había muchas cosas que su amiga podía reprocharle también y no estaba dispuesta a escucharlas. Cynthia había desaprobado su forma de relacionarse con Benjamín desde el principio. Y por el tono y las inflexiones de su voz, sabía muy bien que no estaba de acuerdo con todo lo que había sucedido. Peor aún: la culpaba de todo.
Por supuesto que no se lo había dicho, pero Catalina lo podía intuir.
Leer a Cynthia siempre había sido trabajo sencillo, por lo que estaba segura de que, finalmente, terminaría entregándose a aquel hombre mayor. No importaba cuántas veces le dijera que ese era un viejo vicioso. Las posibilidades de que aquello saliera mal eran infinitas.
—Ay, ¿y tú qué? Ni siquiera tenías huevos para terminar tu relación, a pesar de todo lo que hiciste —dijo Cynthia, quien ya estaba lo suficientemente molesta—. Mejor preocúpate por tu situación y por hacer algo de control de daños.
—Yo no le hice nada, pero sí, ahora debo intentar controlar eso.
Antes de cortar el teléfono, le pidió a su amiga que se cuidara. Supo que sus afirmaciones de que todo estaría bien eran falsas, sin embargo, le dijo que confiaba en ella. Tal vez un poco de presión extra la haría desistir de aquella estúpida idea de meterse con un pez gordo.
Pensó en las palabras que le había destinado la chica. Sí que tenía que encargarse de aquello. No quería que su exnovio estuviera por ahí hablando de ella. Después de todo, ambos tendrían que continuar caminando por las mismas calles de aquel pequeño pueblo, donde todos sabían todo de los demás.
A pesar de conocer los riesgos que implicaba meterse con aquel sujeto, lo había hecho. Y ahora, como bien había indicado Cynthia, tenía que lidiar con las consecuencias.
—Nunca quieres hacerte cargo de tus acciones —le había dicho su amiga, cuando le contó que estaba planeando dejar a su ex.
Aunque le costaba admitirlo, Cynthia tenía razón. De todas maneras, pensó que la siguiente vez sí podría salirse con la suya. Tenía que hacerlo, como era su costumbre. No podía permitirse otro desliz de ese tamaño, o podría costarle su reputación.
«Eso nunca es conveniente en un lugar como este», se dijo.
Los días que siguieron, notó que su piel volvía a recobrar su brillo habitual. Podía burlar, de vez en cuando, al insomnio, al menos tres veces por semana. Eso ya era lo suficientemente bueno.
Pronto recobró también su apetito, que antaño fuera casi insaciable.
—Si es cierto que somos lo que comemos, entonces estoy bien rica —solía decir, como una excusa para justificar su mala alimentación.
No obstante, había decidido que esta vez sería diferente. Comenzaría a discriminar mejor lo que llevaba a su boca, y eso incluía también a los hombres. Pensó entonces que quizá también le convenía cuidar lo que salía de sus labios. Definitivamente, había un par de cosas que nunca debería haber dicho, y que, en las manos de las personas equivocadas, podían hacer estragos en su vida.
Contaba, sin embargo, con el hecho de que estas personas no sabían gestionar muy bien la información que recibían. Además, tampoco gozaban de gran prestigio. A los ojos de los demás, ella se veía como una mujer más seria que sus enemigos. Esperaba que también la consideraran más honesta. Quizá debía hacer más méritos para eso.
Su semana transcurría de forma fluida. Las pilas de informes por hacer no habían disminuido en absoluto; aun así, ella tenía una increíble cantidad de energía para afrontarlo. Ya no existían libros de la historia de la esclavitud que pudieran vencerla. Había comenzado a reincorporarse a la rutina normal, a salir todos los días. De pronto, ya no sentía enferma. Todas las jaquecas y el dolor de cuerpo habían cesado, como por arte de magia. Y aunque siempre se molestaba cuando su ex le proponía ir a correr juntos, quería empezar a hacerlo. Si tenía suerte, no tendría que cruzarse con él en el parque.
—Desde hoy, correré un kilómetro todos los días —se dijo a sí misma un miércoles, pero se la pasó procrastinando los dos días siguientes. El viernes, después de intentar correr a velocidad normal por un minuto, se dio cuenta de que había sobreestimado sus capacidades. Sentía un dolor quemante en los pulmones y le costaba respirar. Esperaba que nadie se hubiese estado fijando en ella durante aquellos humillantes sesenta segundos.
Tan ocupada estaba, intentando recuperar el aliento, que no vio que, a lo lejos, alguien la observaba. Su poderosa intuición le provocó una especie de picazón en la nuca, pero ella no volteó. Más tarde se enteraría de qué había pasado aquel día.
Se sintió ciertamente desmotivada, y con desánimo se arrastró hasta su casa. Las calles de la ciudad se mostraban ruidosas.
«Ya casi había olvidado cómo era andar por el centro de la ciudad», pensó. Las vidrieras de los locales comerciales le mostraron que aún conservaba los vestigios de esos tortuosos meses. Sus ojeras todavía estaban marcadas. Tomó consciencia, mientras paseaba, de que no había comprado ropa nueva en mucho tiempo. Era hora de actualizarse. Debía hacerlo si quería llevar a cabo sus planes. Estaba llegando a un punto en que ya no podía permitirse la prueba y el error.
Al llegar a su casa, vio que tenía cinco llamadas perdidas de Cynthia. Quiso devolverle la llamada, pero su amiga no respondió.
Ayuda, decía el último mensaje que le había enviado.
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Recogiendo el fruto de tus labios
RomansaCatalina es una joven desesperada por mantenerse con vida, mientras que Federico es un hombre estable y despreocupado. Sus caminos se cruzarán para vivir juntos una historia ¿de amor? Diferentes obstáculos se alzarán para impedir la realización de s...