Trazos abstractos, movimientos lineales, curvilíneos, bajo un carboncillo oscuro y sobre una lámina blanca. Las gotas de lluvia precipitándose hacia la superficie suenan como una melodía intensa, de esas que infunden malestar, aunque la pieza sea una obra de arte.
No sé lo que ven mis ojos al igual que tampoco sé lo que pasa por mi cabeza al interpretarlo. Solo veo... garabatos. También un par de ojos. Quizá sea una sombra oculta tras algunos arbustos, observando el mundo a través del papel en el que se le ha condenado a existir. Supongo que ya sabrá lo que le espera: una eternidad en la que solo será un espectador. Me pregunto si sentirá impotencia al no poder hacer nada al respecto.
Se me pasa la idea de borrarlo, de acabar con ese sufrimiento que le corroe; pero siempre quedarían pequeños estragos como lo que una vez llegó a transmitir: impotencia. Como cuando una persona muere. No solo quedarían sus cenizas, sino el rastro que dejó en las personas que una vez conoció.
Y eso es lo que veo cuando trato de deshacerme de todo rastro de que esos ojos alguna vez existieron. Me juzgan por haberlos creado. Me juzgan por haberlos dejado morir.
Y entonces huyo.
Corro escaleras abajo, tomo mi chubasquero rojo del perchero y me lo pongo. Me asomo al salón para avisar a papá y mamá de que me voy, pero a este punto ya lo considero absurdo. Los veo sentados en el sofá, distanciados el uno del otro, viendo una película muda en blanco y negro que no logro reconocer. Siguen teniendo ese semblante de tristeza que me hace querer llorar.
«Ojalá me dejaran ayudarlos».
Bajo los escalones del porche rodeado por un muro de ladrillos y al instante me azota la lluvia con fiereza. Las plantas que mamá tanto se esfuerza por cuidar están siendo brutalmente maltratadas por el mal tiempo. Todo es tan... deprimente, que la inminente sensación de querer volver a casa, resguardarme entre las cobijas de mi cama y protegerme entre ellas me persuade poco a poco. Pero mis pasos dictaminan lo contrario.
Me abro paso a la estrecha calle del vecindario, que consta de una carretera empinada, con casas a un lado y un frondoso bosque al otro. Me tienta la idea de perderme entre la naturaleza, pero entonces esos ojos impotentes me hacen cambiar de opinión.
Instintivamente, alzo la mirada hacia la ventana de mi habitación, y entonces lo veo.
Una sombra borrosa me está observando. Sus dedos largos y delgados se alzan en el aire y se agitan a los lados como un saludo. No puedo evitar estremecerme. Su mirada es aterradora.
Soy incapaz de moverme o de apartar la vista a otro lado. Hay algo que me obliga a mirarlo contra mi voluntad. Quiero apartar la mirada. Quiero huir.
Como escuchando mis plegarias desaparece. Veo su cuerpo hacer un sutil vaivén de arriba a abajo con sus pasos reculando. Me estremezco bajo las lágrimas de las nubes. El frío está abriéndose paso en cada capa de mi piel y ahora cala mis huesos.
Entonces un soplido de viento remueve mi interior y me obliga a mirar hacia atrás, donde los árboles se alzan imperiosos y denotan peligro. Su interior se me antoja un reto.
Así que me abro paso entre ellos y avanzo sin rumbo, entre la oscuridad.
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Cuando me veas ©
Random"Quién diría que la muerte nos condenaría a la vida eterna". Jamás se habría imaginado lo que conllevaría la ignorancia de sus allegados. Tras varios meses en los que Asteria parece estar muerta para todos a su alrededor, conoce a Lincoln, un chico...