—Es un placer hacer negocios contigo.
Frunzo el ceño irremediablemente. ¿Negocios? Pero si el único que sale ganando aquí es él.
La situación actual es de Rhysand pidiéndome vigilar a los tipos que lo mataron anoche. Hemos pasado el día juntos ya que no teníamos a dónde ir; Lincoln había desaparecido de la noche a la mañana. Porque, después de soltar el notición, nos dejó dormir en ese antro en ruinas y cuando despertamos él ya se había ido. Dudo mucho que se hubiera quedado a pasar la noche. Empiezo a sospechar que él ni siquiera vive ahí, que nos llevó para rematarnos del asco o qué sé yo. Creo que lo que vi en el brazo de Rhysand en mitad de la noche fue una cucaracha.
Estamos entrando a una discoteca nocturna con unas luces de colores que me van a dejar ciega. Pero cuando me giro hacia el pelinegro él parece de lo más normal.
—¿Qué te ocurre? Parece que has visto un fantasma —empieza a reírse a carcajadas. Su risa es verdaderamente muy escandalosa. Empiezo a temer que esta vaya a ser el motivo de mi futura sordera en lugar de la tan alta música—. ¿Lo pillas?
—Son las luces —contesto yo, elevando el tono de voz para que pueda oírme—. Me van a dejar ciega.
—Pero si estamos prácticamente a oscuras —busca con la mirada algún interruptor antes de volver a posarla sobre mí—. Ah, es verdad, que tienes la cosa esa rara. Es extraño estar con alguien que ve cosas diferentes a ti, ¿sabes? Tengo la sensación de que algo nos separa aunque estés a mi lado.
Asiento con la cabeza, ya que a mí me pasa lo mismo. Me pongo de puntillas para buscar entre la multitud los hombres que me ha descrito antes Rhysand: uno es muy alto, de rasgos asiáticos y porte muy rudo, y va acompañado de un hombre de menor estatura, rubio y de chaqueta verde. Siempre la lleva, según él.
—No los veo.
—Normal, si mides lo mismo que un duende. Ven aquí.
Antes de que pueda quejarme, Rhysand me toma por las piernas y me aúpa sobre sus hombros. Siento el vértigo justo en mi estómago y no puedo reprimir un chillido por la impresión.
—¡Qué...! ¡Agh! ¡Rhysand, bájame!
—¡Tú búscalos!
Le maldigo por lo bajini mil y una veces, pero al final acato sus órdenes y rebusco entre todas esas cabelleras una rubia y otra negra. Estoy a punto de darme por vencida cuando los encuentro.
—¡Ahí! ¡Los veo!
Entonces, Rhysand me baja de sus hombros sin ningún tipo de cuidado y yo doy un traspiés al sentir el suelo bajo mis pies. Por suerte el ojinegro me sostiene antes de que pueda caer, pero eso no evita que le dirija una mirada de odio.
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Cuando me veas ©
Random"Quién diría que la muerte nos condenaría a la vida eterna". Jamás se habría imaginado lo que conllevaría la ignorancia de sus allegados. Tras varios meses en los que Asteria parece estar muerta para todos a su alrededor, conoce a Lincoln, un chico...