003 Silenciosa verdad.

1 0 0
                                    

La persona encapuchada tomaba ventaja de su vulnerabilidad y se posó frente a ella.

Eleonor quería gritar con todas sus fuerzas pero al estar privada de aquélla acción su cuerpo temblaba de la impotencia y sentía un presión asfixiante en su garganta.

Empezó a correr con la mayor fuerza que puedo pero sin dirección alguna, se encontraba perdida entre tanto ruido y la claridad en la que su corazón palpitaba con desespero.

Finalmente impactó violentamente su espalda contra un muro, haciéndole perder el aire al dejar caer un gran espejo de allí colgaba; Los cristales se hicieron añicos desperdigados por toda la estancia, cada trozo roto en mil pedazos.

Ante la impresión y el golpe Eleonor cayó de bruces al suelo sobre los trozos de vidrio afilado, sin importar el dolor de la fibra clavándose a través de su piel aquellos cristales habían cesado la alteración de la realidad en su cabeza. Ahora solo oía leves susurros inentendibles.

Buscó a su alrededor a la persona de negro girando su cabeza a todas partes, no estaba, se había esfumado. Así que recogió un pedazo de cristal que aún se mantenía completo y lo alzó frente a ella.

Se reflejó su rostro con el maquillaje corrido y el flequillo desordenado, bajo una holgada capucha negra...

Es espejo resbaló de sus manos y automáticamente ya estaba de pie, mirándose en mil trozos fragmentados sobre el suelo.

Tenía puesto aquel traje negro de mangas largas que cubría todo su cuerpo, mirando sobre la tela notó que estaba lleno de sangre y al ver su mano, cargaba con suma fuerza un puñal afilado que escurría aquel mismo líquido rojo que había visto sobre los pomos...

Todo este tiempo, era ella de quien huía, se escondía de ella misma y lo que era capaz de hacer.

Por eso no había sentido remordimiento al ver todos esos cuerpos, porque fue su mano la que se tomó el tiempo y dedicación de haberlos masacrado a todos.

No pensó que pudiera ser capaz de algo así, pero ahora que estaba hecho, no se arrepentía, se lo merecían. Su ritmo cardíaco se fue normalizando y su mente quedó en blanco. No terminaba de asimilar lo ocurrido pero tampoco se tomaría la molestia en hacerlo.

Se mantuvo inexpresiva con una actitud muy apática tan solo mirando su reflejo.

Procedió a quitarse aquel traje negro dejando a la vista su vestido casi limpio. Sacudió sus manos y se mantuvo inmersa en una hipnosis durante unos minutos.

Derrepente el sonido de un metal cayendo al suelo se escuchó muy vagamente desde su lugar. Y cual felino agudizó su sentido para saber de dónde venía.

Siguió aquel ruido subiendo a la primera planta. Un silencio tormentoso se adueñó de toda la estancia, era tan fúnebre que llegaba a ser pacífico.

Mientras caminaba casi resbaló con algo y al mirar el suelo se encontró con un hermoso collar de joyas de zafiros centellante. Era el collar de Eleanor.

Paseó por todas las habitaciones, a puertas cerradas el lugar parecía pulcro y ordenado pero en cada una que entraba estaba completamente desordenada con los muebles fuera de lugar, un aire caótico y las sábanas blancas impolutas manchadas de un carmesí oscuro.
Casi se daba por vencido en su búsqueda, pero solo una de ellas se mantenía intacta, incluso parecía recién ordenada y más limpia de cuando llegó.

Aquella habitación tenía un ambiente muy calmado y sereno, el blanco de las sábanas se mantenía inmaculado, el aire olía a lavanda y esencias florales; pasaba su dedo sobre las superficies de las cómodas, estaba todo limpio e incluso la temperatura era fresca.

Por un momento se sentó sobre la cama dejando caer y reposar un gran peso en aquel entorno angelical. Todo era muy extraño y nada parecía tener una explicación coherente. Mantenía su mirada fija en un punto inexacto, hasta que se fijó en una esquina de la alfombra: habían unos pendientes de topacios azules ahí tirados.

Los detalló unos segundos y se agachó para recogerlos, prestó más atención al entorno y empezó a buscar entre los cajones, aquellos que deberían estar vacíos contenían algunas cosas de Ela, sus joyas, sus guantes, e incluso en el ropero estaban guardadas correctamente sus zapatillas al lado de un kit de costura.

Levantó la mirada detallando el impecable tapizado de las paredes, notando que estaba en la única habitación que contaba con un balcón.
Buscó la llave para salir al exterior, y extrañamente se encontraba bajo la cama.

Vaciló con la llave entre sus manos, todos aquellos sentimientosde ira, confusión y mareos se habían esfumado. Se sentía en un mundo alterno en que el que no había pánico atrapado en su pecho.

Se puso de pie, y se dirigió a las puertas del balcón, introdujo la llave y al momento de abrir la puertas de par en par una corriente de aire fresco entró a la habitación... Eleonor miraba fijamente una silla caída sobre el suelo, pensó en recogerla y al momento de salir su cabeza chocó con algo sobre el umbral. Era un par de tersos pies pálidos y estilizados...

Su corazón se detuvo al momento en que poco a poco subía la mirada, aquel bordado de color cielo encajado a mano y perfectamente alisado de su vestido...

Unas lágrimas cayeron como cataratas de manera instantánea empapando su rostro, el vacío que se apoderó de su alma era excesivamente de aflicción, sin embargo notaba sus rasgos faciales, sus pestañas reposaban sobre sus pómulos dulcemente y sus mejillas se mantenían sonrojadas, incluso sus labios seguían igual de rosados. La manera en que sus brazos reposaba a cada lado de su cuerpo de manera delicada, colgaba del techo como una hermosa flor de tejado.

Eleonor no dejaba de llorar, sin embargo no emitía ningún ruido, no se movía y su expresión se mantenía frívola; no dejaba de mirarla, la manga de su vestido estaba cosida y su peinado en orden. Aún después de su muerte irradiaba luz y estar cerca de ella le hacía sentir... Calmada.

A pesar de el inmenso abismo hueco que sentía en el pecho, levantó la silla que estaba en el suelo y la puso frente a Ela para subir y quedar a su altura.

"Lo siento tanto... Actué demasiado tarde..." pensó.

Enseguida rodeó con sus brazos aquel frío cuerpo que algún vez fue de la persona más importante en su vida, hundiendo su cara en su pecho.

"Te amo demasiado. Hermana."

Sin querer sus lágrimas humedecieron el precioso vestido claro de Ela...

Todo había quedado en profundo silencio, y así transcurrieron los minutos, nisiquiera los grillos y luciérnagas se atrevieron a romperlo.

Un tiempo después, Eleonor bajó su cuerpo y quitándole la soga al rededor de su cuello lo dejó descansar cuidadosamente sobre la cama, peinó una vez más su brillante cabello rubio y acomodó sus manos sobre su pecho. Parecía una bella doncella durmiente.

Mientras la acomodaba se percató de que había algo en sus faldas; una carta, dirigida ella. Eleonor tomaría una ducha, se cambiaría a un vestuario limpio de color negro después de arreglarse y pronto a la leería...

Silencioso tormento. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora