1. Lucy

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El día siguiente antes de alistarme para... ¡Un fabuloso paseo con Queca! -nótese el sarcasmo- Me encuentro en mi baño limpiando mi alfombra... lo sé, una de mis ocurrentes ideas, ¿por qué no solo meterlo a la lavadora? Mi mamá me diría que no saldrá si no lo hago a mano, ¿por qué no hacerlo en la lavandería? Me da flojera ir hasta allá así que... Pero se estarán preguntando que pasó: a la puerca de Queca se le ocurrió la grandiosa idea de convertir mi alfombra en su toalla para limpiarse todo su cuerpo nuevamente cubierto de tierra.

¿Por qué no aprendes, Lucy? Debiste haber cerrado la salida de la sala cuando te dijeron.

Seco mi pie con mi propia toalla y la tiro con furia, me dirijo a mi clóset a sacar unas zapatillas y una casaca para poder salir.

Al estar lista, busco en el cuarto de mi hermana la caja que tiene todas las cosas que le dieron a ella cuando compraron a Queca, hay esmaltes rosa para perro, ganchos de cabello, ropa rosa, zapatos rosa, gorros rosa, en fin... ¡Todo rosa! no me sorprendería que salga un unicornio -obviamente rosa- de ahí. Al darme cuenta que no hay una correa cierro la caja y busco en todas partes, pero no la encuentro pero lo que sí vi por ahí fue una cuerda, la podría utilizar como un intento de correa o también para deshacerme de la supuesta adorable mascota que tenemos... No, mejor no... otro día será.

Busco a mi madre para que me ayude a atar la cuerda pero lo único que consigo de ella antes de que le diga alguna palabra es señalarme el cajón de la cocina, lo abro y encuentro una correa celeste con brillos púrpuras, la cojo sin pensar dos veces, y se la coloco a la cochinilla que tengo detrás mío a cada segundo.

Abro la puerta y suspiro.

Aquí vamos...

Salgo completamente de la casa y lo primero de que me percato es del aroma de las rosas que mi mamá plantó hace unos meses en el patio delantero. Luego me doy cuenta del sol ardiente y de la brisa fresca que recorre entre mi cabello, desordenándolo. Estuve a punto de creer que valdría la pena salir al parque, cuando recuerdo con quién estoy yendo.

Comienzo a caminar pero soy jalada de vuelta a la entrada de la casa, casi cayéndome de bruces. Volteo para ver qué pasa y es Queca.

-¡Levántate perro! ¡No seas floja! Me das ganas de quedarme...

Me paré y volví a caminar, sin embargo, esta vez tirando fuertemente de ella. Andamos tres calles antes de llegar a ese parque de perros al cual nunca había ido ni por mera curiosidad. Era realmente enorme, tenía rejas verdes alrededor para impedir que las mascotas se escaparan, árboles con flores y frutos de diferentes tipos, en el centro había una plaza con una pileta al medio y bordeándola estaban un heladero y un señor vendiendo Hot Dogs; por último, a la izquierda, en el fondo, podías dejar a tu perro jugar en una zona dedicada para ellos.

Yo me dirijo donde el heladero y pido un cono de dos bolas: chocolate y menta. Después de comprar me siento en unas de las bancas frente al césped, matando el tiempo. Me quedo mirando a la nada, mi vista desenfocada pero aún así captando todo lo que está a mi alrededor.

Siento mi celular vibrar en mi bolsillo delantero y contesto.

-¡Lucy, querida! -habla una voz aguda y elegante.

-Tía Marlene... -contesto cansada. Me agrada Marlene, a pesar de no compartir lazos de sangre y un poco presuntuosa, ella era bastante alegre, bondadosa y amigable. Está entre sus treinta, cabello liso y rubio completamente diferente a mí, yo lo tenía negro y con rulos, su piel era bronceada y la mía pálida y con unas cuantas pecas, me llevaba unos cuantos centímetros de altura pero ambas éramos consideradas altas.

Entre CorreasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora