XV

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XV


Piel suave, tersa y pálida; musculatura con tinta desperdigada por todos sus alrededores; brazos grandes y fuertes; mata de cabello oscura y húmeda; una línea casi inexistente de vello, el cual comienza desde el ombligo y se pierde en el borde de la toalla.

Es eso lo que mis ojos captan en cuanto los abro y retiro mi frente de la puerta, dándome la vuelta hacia Carlisle.

Inspiro una bocanada de aire exagerada, y observo la pequeña sonrisa maliciosa que se extiende sobre sus labios. Por más que trato de desviar la mirada de su atlético torso, no lo consigo.

Y, como cada vez que él se encuentra a mi alrededor, me frustro.

Mi boca se seca casi de inmediato y mi corazón comienza a correr como loco mientras que mi respiración se vuelve inestable. Cierro mis ojos por una fracción de segundo y cuando los abro la toalla enredada alrededor de su cintura me recibe, junto a unas letras muy pequeñas completamente repletas de tinta, pero no alcanzo a leer qué dice, puesto que la toalla me lo impide.

— ¿Buscando las palabras? —inquiere el chico frente a mí, sacándome de mi ensimismamiento y consiguiendo que alce la vista al instante—. Porque creo que las dejaste ahí, junto a tu saliva. —Señala al suelo frente a mis pies con su dedo índice y, cuando mi mirada se va a ese lugar, comienza a soltar algunas carcajadas. Ruedo mis ojos.

—Qué gracioso —no puedo evitar ironizar. Él ríe aún más y algo extraño y desconocido se activa en mi interior cuando vislumbro su sonrisa radiante.

—Sí, increíblemente lo es. —Ríe algunos segundos más y me cuesta mucho no dar un respingo en cuanto su risa se corta de tajo y sólo queda una sonrisa pícara danzando sobre sus labios.

—¿Te estabas duchando? —pregunto en un murmullo bajo. Aunque es algo muy obvio, necesito generar conversación porque si no lo hago no podré resistir su mirada abrasadora en mí. Carlisle enarca sus cejas y me observa, suspicaz.

— ¿No es evidente? —pregunta de vuelta, haciéndome desviar la vista una vez más hacia la toalla blanca enredada con fuerza sobre su cadera y el rastro perceptible de tinta que se pierde en ella. Es muy intrigante, quisiera saber qué dice.

Me encojo de hombros y me armo de valentía para caminar y pasarle por un lado. Inmediatamente el aroma a crema de afeitar, menta, desodorante y loción corporal, se adentra a mis fosas nasales, obteniendo un suspiro exhaustivo desde mi garganta. Mis piernas dudan al momento y mis pasos vacilan, pero me obligo a seguir caminando, deteniéndome frente a mi cama y dejando mi mochila en el suelo, para luego tomar asiento sobre el colchón.

Entrelazo mis dedos largos y delgados, sintiendo una corriente eléctrica muy anormal en la base de mi nuca. Mi cabello amenaza con asfixiarme, y no es hasta que estoy ahora sentada sobre mi cama, observando mis dedos entrelazados y sintiendo la ardua mirada de mi compañero de dormitorio, que soy capaz de notar que las puntas azabaches de éste tocan con mucha facilidad mis muslos.

No recuerdo la última vez que lo corté, y creo que debido a eso está muy largo. O, bueno, yo lo siento largo y los mechones estirados al triple me asfixian un poco y me roban algo de aire en cuanto se esparce sobre mi rostro. Tuerzo mi boca. No me agrada mucho la idea de cortarlo, pero es necesario, puesto que para mí es algo repugnante tener el cabello tan largo. No pretendo ser Rapunzel ni mucho menos.

— ¿En qué piensas? Te ves algo reflexiva —murmura el chico de los tatuajes con voz ronca y serena. Mis ojos vuelan a los suyos y un escalofrío arropa a todo mi cuerpo cuando noto que estos están muy oscuros, con un aire frío, dominante, y depredador.

Caricias Tentadoras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora