XVI

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XVI


— ¿Me jodes? —Aprieto mis labios y entrelazo las manos sobre mi regazo. Anabell sigue observándome, a la expectativa.

—No estoy jodiéndote, Bell —digo en un hilo de voz, sintiendo a mis mejillas calentarse y, para mi sorpresa, la rubia comienza a carcajearse como si le hubiese contado lo más gracioso que ha oído. Hundo mi entrecejo.

— ¡Oh, al fin y al cabo sí eres una perra barata! —exclama entre risas. Mi entrecejo hundido se profundiza.

—No sé si tomarlo como una verdadera ofensa o... —dejo la oración en el aire en cuanto me doy cuenta de que ni siquiera tiene sentido lo que estaba a punto de decir. Me encojo de hombros, pero por haber hecho ese gesto despreocupado no significa que no siga estando avergonzada.

—Entonces, ¿se estuvieron besando por un largo rato? —inquiere la chica, entornando sus orbes con pizcas grisáceas. Trago saliva.

—Vamos, Anabell. No seas así de mala. Ya la has torturado lo suficiente con tus mierdas —esta vez es Emma quien habla y le dirijo mi sonrisa más agradecida. Ella me la devuelve con el mismo ímpetu.

— ¡Es que es tan divertido! —Vuelve a reír—. Vale, ya. Hablando en serio, ¿fue bueno?

— ¡Anabell! —riñe Emma.

— ¿Qué? Es una pregunta común, después de todo —murmura ella y me sonrojo mucho más, clavando mi vista en las manos enlazadas sobre mi regazo.

—Tranquila, Emma. Ustedes son mis amigas, no tiene importancia y, respondiendo a tu pregunta, Anabell; sí, fue bueno —susurro con mucha vergüenza, porque quiero que deje de preguntar. Ambas chicas alzan sus cejas, incrédulas, en cuanto mis palabras resuenan en el dormitorio, y sólo me mantengo sentada en la cama, con expresión apenada y respiración entrecortada.

—Eso jodidamente me impresionó —masculla la pelinegra con ojos abiertos. Sonrío incómodamente y rasco mi cabello distraídamente.

—Ni que lo digas, amiga. Nunca pensé que lo admitirías —Anabell murmura y me encojo de hombros, apretando mis labios.

Han pasado dos días desde el beso y, lo cierto es que cada vez que lo recuerdo, me encuentro sonriendo ¿por qué? No lo sé, realmente. Sólo sé que el cosquilleo en mi vientre es muy insoportable, y no encuentro qué hacer para detener la fastidiosa sensación.

No he visto al chico de los tatuajes, y me da algo de terror tener que pensar qué haré en cuanto lo haga. No estoy muy segura de lo que estoy comenzando a sentir, y me da pavor tener que creer que hay algo más. El último día en el que nos vimos —el día de los acontecimientos— recuerdo que dije que tenía que ir a la biblioteca por un libro, aunque la misma estuviese cerrada ya que era medianoche para ese entonces. Él no pareció muy convencido con mi excusa, pero necesitaba que me creyera, porque me sentía muy intimidada e incómoda, sin contar lo del pequeño incidente en su entrepierna.

A la final, me dejó marchar. No estaba segura de a dónde debía ir, porque lo más probable era que tanto Anabell como Emma estuviesen durmiendo en todo caso de que quisiera acudir a ellas, así que opté por dar un pequeño paseo por la cancha de Básquetbol. Me estuve allí cerca de dos horas, reflexionando sobre lo que había hecho tiempo atrás y de si no me arrepentía de ello.

Llegué a la conclusión de que no me arrepentía, ni lo hago. No comprendo muy bien los motivos porque no soy buena en eso, pero sólo no sentía que debía lamentarme por lo que había hecho. Yo quise que eso sucediera ¿cierto? Si fuese sido distinto simplemente hubiese apartado al chico de los tatuajes afirmando que no quería que me tocase y ya está, pero no lo hice.

Caricias Tentadoras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora