XXI

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XXI


 

Tiro de la manilla de la puerta luego de darle un empujón con mi cadera, percibiendo como mi mente traicionera junto con la punzada en mi pecho, no deja de recordarme la discusión que tuve con Anabell y Emma hace unos minutos.

Sin embargo, el malestar momentáneo se evapora increíblemente cuando vislumbro al chico de los tatuajes recostado sobre mi cama con una despreocupación y una tranquilidad sumamente desconcertantes.

Ansiedad, nerviosismo, emoción… Todo se arremolina en mi interior de una forma nueva que me deja sin aire. El pulso me golpea con rudeza detrás de las orejas, mis manos se sienten temblorosas y el nudo tan grande formado en la boca de mi estómago —provocado por el mismo nerviosismo— se intensifica con cada nanosegundo.

Su figura grande y fornida es enfundada por una sudadera ajustada completamente negra y un pantalón y un pantalón igual de ajustado y roto en las rodillas del mismo color. Su cabello está completamente deshecho y desaliñado, como si hubiese pasado incontables veces sus dedos por esa zona. La postura desgarbada que obtiene su cuerpo sobre el colchón —brazos descansando a sus costados, manos sosteniendo su celular, piernas y rodillas flexionadas, hombros caídos y cabeza ligeramente inclinada hacia delante— es un muy claro conjunto con su vestimenta y luce tan bien, tan atractivo, que sólo puedo quedarme aquí, admirándolo como la reverenda inútil que soy.

Parece sacado de una revista. Parece el tipo de chico al que le rodaría los ojos si lo leyese en algún libro, y no obstante, estoy aquí, hecha un manojo de nervios, mirándole como si se tratase de una escultura digna de toda mi atención.

Sus ojos, sumergidos en ese azul que no deja de impresionarme, barren mi anatomía con una lentitud desgarradora y soy consciente —más de lo que me agradaría admitir— de la sonrisa perezosa que comienza a deslizarse sobre sus labios. Un estremecimiento adormece mi espina dorsal pero me obligo a no hacerlo notar, dejando mi expresión en blanco, cuando su mirada azulada finalmente se posa en la mía.

Los recuerdos de lo que sucedió el día de ayer, en esa misma cama, se apoderan completamente de mi mente por lo que parece una eternidad y tengo claro que el sonrojo se ha clavado en mis mejillas cuando siento cómo el calor se apodera de ellas.

Observo con parsimonia fingida la manera en la que mi compañero de dormitorio suspira y tira el teléfono que antes sostenía entre sus dedos lejos de mi campo de visión, a la vez que se coloca de pie con suma tranquilidad y se acerca hasta mi figura lentamente bajo mi atenta mirada.

Me dedica otra sonrisa, una ladeada. Una que hace que mi pecho se infle de una sensación desconocida.

—Hola… —me atrevo por fin a musitar, presa de un impulso, y quiero golpearme porque sueno temerosa, pero ya no hay nada que pueda hacer para arreglarlo. Entorna sus ojos puestos aun sobre los míos antes de acercarse más, hasta el punto de poder percibir el aroma mentolado de su crema para afeitar y la fragancia exótica y varonil que emana su figura.

En un acto que no veo venir, se acerca mucho más y hunde su rostro en el hueco que hace el espacio entre mi hombro y mandíbula. Puedo sentir cómo inhala con fuerza, como si quisiese recordar mi fragancia corporal por mucho tiempo. Sus brazos rodean a mi cintura y no puedo evitar sonreír de forma atontada.

—Hola, Flor —susurra él esta vez y su voz ronca y casi gutural envía dos corrientes eléctricas a mi espina dorsal. Deposita un beso húmedo sobre mi piel sensible y suspiro de forma sonora, notando cómo los vellos de mi piel se erizan casi en un nanosegundo.

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⏰ Última actualización: Oct 16, 2022 ⏰

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Caricias Tentadoras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora