"Y juntamente con Cristo Jesús, nos resucitó y nos hizo sentar en los lugares celestiales..."
Efesios 2:6
Miraba a mi alrededor, asombrada por lo que Él había hecho. Jamás pensé que mi hogar pudiera transformarse tanto; todo estaba tan ordenado. Solo cuando Él llegó, todo cambió. Volvió por mí y restauró todo lo que se había perdido en mi interior. Gracias a Él descubrí quién era yo y por qué había sido escogida para mostrar lo que había hecho en mi vida. Cuando volvió a entrar en mi vida, ordenó todo con solo decir una palabra, una palabra que me vivificó. Con su luz, iluminó y mostró todos mis defectos para ordenarlos, diciendo: "Que haya luz en tu vida." y así trajo orden a mi desorden. En ese momento, no solo trabajó en mi exterior, sino que comenzó con mi interior.
Rompió, limpió, quitó y restauró todo lo viejo en mí, convirtiéndolo en algo nuevo y hermoso. Después de eso, nos sentamos a la mesa, donde pude disfrutar de largos momentos charlando y comiendo con Él. Experimenté el gozo de estar a su lado. Aprendí a vivir plenamente en Él, comprendiendo que lo viejo había pasado y que a su lado todas las cosas se hacían nuevas. A su lado, secaba mis lágrimas. No quiero ni imaginar qué hubiera sido de mí si no hubiera abierto la puerta de mi vida a Él.
Lo mejor de todo es que ya no somos solo dos a la mesa, sino que ahora hay una larga fila de gente sentada a nuestro lado. Se ha formado una gran familia reunida en armonía. De estar sola, de no ver a nadie, pasé a recibir lo que es la gracia eterna, junto a una gran familia llena de amor y armonía.
Mi vida también sirvió de testimonio para que otros, que se encontraban en la situación en la que yo estaba antes, pudieran conocer a Aquel que ordenó mi vida. En el momento en que me sentía incapaz, Él me sentó a su mesa sin rechazo; simplemente me aceptó.
—Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, que yo les daré descanso —decía mientras nuestro lugar se llenaba cada vez más de personas. —He venido para dar buenas noticias a los pobres. Me han enviado para sanar a los quebrantados de corazón; para proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos; para liberar a los oprimidos (Lucas 4:18).
El sueño de Él es que algún día podamos sentarnos a la mesa a su lado para disfrutar de una intimidad eterna con Él. La mesa está abiertamente preparada para ti y para mí, donde Jesús nos invita a tener intimidad con Él por toda la eternidad.
En este entorno sagrado, cada persona que se une a la mesa trae consigo una historia única, marcada por desafíos y triunfos, dolor y redención. A medida que compartimos nuestras experiencias y escuchamos las de los demás, nos damos cuenta de que nuestras vidas están intrincadamente tejidas en un tapiz divino que solo Él podría diseñar.
El milagro no termina en el simple acto de reunirnos; se extiende a cada conversación, cada sonrisa compartida, cada lágrima derramada en compañía. En esta comunión, no solo nos alimentamos de pan y vino, sino también de la esperanza y el amor que Él derrama abundantemente sobre nosotros. Este es el verdadero sustento que sana almas y restaura corazones.
Con cada nuevo invitado que se sienta a la mesa, la promesa de renovación se reafirma y el poder de su gracia se manifiesta aún más claramente. Somos testigos de transformaciones milagrosas, no solo en nosotros mismos, sino en cada vida que toca Él. La mesa, siempre extendida y nunca llena, simboliza una invitación perpetua a todos los que buscan refugio, fortaleza o simplemente un lugar donde ser aceptados tal como son.
Mientras observo cómo se llena el espacio, no puedo evitar sentir una profunda gratitud por ser parte de algo tan grandioso. Cada rostro que veo refleja una parte de su historia, y cada historia es un testimonio vivo de su inagotable misericordia. Juntos, formamos una comunidad no solo marcada por nuestras luchas, sino más aún por nuestra resiliencia y la capacidad de superar cualquier adversidad a través de su amor.
Al final de la jornada, cuando las velas comienzan a arder bajo y el murmullo de conversaciones se convierte en un suave susurro, un sentimiento de paz absoluta nos envuelve. Es entonces cuando realmente comprendemos el significado de su promesa: no estamos solos, nunca lo hemos estado. En su presencia, encontramos un refugio seguro, una fuerza inquebrantable y un amor que nunca cesa.
—Recuerden siempre —dice Él con una voz que resuena con autoridad y ternura a la vez. —...no importa la oscuridad que enfrenten, mi luz está siempre con ustedes. La mesa está puesta, el banquete preparado; vengan siempre que lo deseen, aquí siempre habrá un lugar para cada uno de ustedes.
Con esas palabras, el espacio se llena de un silencio reverente, un reconocimiento colectivo de la promesa eterna que nos ha sido otorgada. Aquí, en su presencia, somos restaurados, revitalizados y listos para enfrentar cualquier desafío, sabiendo que con Él a nuestro lado, podemos atravesar cualquier tormenta.
Así, con el corazón lleno y el espíritu elevado, cada uno de nosotros lleva consigo un fragmento de esa luz divina, un recordatorio perpetuo de que su amor y su invitación son eternos. En la intimidad de esta comunión, hemos encontrado no solo consuelo, sino también la llamada a vivir plenamente, a amar sin reservas y a extender su mesa a cada rincón del mundo. Este es nuestro llamado, nuestra misión, y nuestro regalo más grande: vivir en su presencia y extender su reino, aquí y ahora, por toda la eternidad.
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¡Enhorabuena!Este cuento ha concluido y mi único deseo es que haya impactado profundamente sus vidas.
Si has llegado hasta aquí quiero decirte que eres amado por Jesús y que Él espera que le abras la puerta para poder restaurarte. Él sigue ahí, esperando pacientemente a que le permitas entrar.
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Aquel que Toca mi Puerta | Cuento Cristiano | ACTUALIZADA
Spiritual"Aquel que Toca mi Puerta" es una parábola moderna que explora la vida interior a través de una protagonista anónima. Atrapada en una crisis emocional, su vida desordenada refleja su distancia con el Amado. A medida que atraviesa sus tribulaciones...