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P.O.V. CANACE

Fui guiada, por uno se sus sirvientes, paseaba mi vista discretamente por todo lugar que podría alcanzar mi vista, sin parecer que husmeba vilmente por todo el lugar a cada lado podía ver pasillos, de los cuales no alcanzaba a ver su final, fuimos atravesando varias puertas, algunas dignas de un Dios, otras de un Rey, seguimos derecho por un pasillo sin voltear en ninguna dirección, hasta que pro fin nos paramos delante de una gran puerta, al final de un pasillo, luz tenue llegaba hasta aqui, por fuera, al ver la puerta, era algo intermedio, no parecía ser tan digno de un Dios, ni tal simple como el de un rey.

-he aquí sus aposentos mi señora- dije aquel sirviente, abriendo la puerta, haciendo una reverencia y extendiendo su brazo en señal de respeto e indicándome que debía pasar.

Sin decir ninguna palabra me encamine al  interior de la habitación.

No estaba mal, no podía quejarme, en el centro de la cama podía ver una gran cama, con telas que caían del techo, adornando delicada y elegantemente aquella cama, todo esto perfectamente combinados en tonos blancos y marfil, me encantaba.

Quedé perdidamente distraída en la cama que olvide aquella presencia que aún seguía firme en el marco de la puerta

- que esperas para retirarte - dije fríamente, si bien los sirvientes no tenían la culpa de nada, no sería amable con ellos, dando a entender algo equivocado, dando a entender que me gustaba estar aqui, si no, haría todo lo contrario, mi estancia en este lugar sería un infierno para todos, no sería yo la única que iba a sufrir.

- mis disculpas, con su permiso mi señora- dijo haciendo una reverencia y se fue, cerrando detrás de él la gran puerta.

Mas tranquila seguí paseando mi vista por toda la habitación, unas enormes cortinas a juego con las sabanas cubrían la gran ventana que había, bello.

En resto de la habitación había una pequeña puerta, supongo que es ahí dónde esta guardado toda la ropa, un  estante lleno de libros, ya mas tarde los revisaría, encima del estante, al lado de la cama y a los costados de la puerta, habían estatuillas de marmol, la que mas llamo mi atención fue aquella que estaba a un costado de la pequeña puerta, era la de un hombre sosteniendo a una mujer en sus brazos, en su cara del hombre se podía ver dolor y profunda tristeza al ver a aquella dama que yacía en sus   brazos, que al parecer estaba ya muerta, parecía como si en varios pedazos la hubiesen partido, pero aún así tenía una leve sonrisa en el rostro.

Con el paso de tiempo el calor se sentía mas sofocante a tal punto de provocarme un mareo, estaba segura, en esta habitación a pesar de ser hermosa y un poco inquietante por aquella figura, sería un infierno para mi, presurosa logre llegar al borde de la cama, en el cual al sentarme pude sentir la suavidad de las sabanas, vaya que si eran finas.

Cerré los ojos suavemente, mientras que mis brazos me servían de apoyo, para no caer recostada en la cama, y allí en mi cabeza estaba el.

HYOGA

Cuanto lo extrañaba, no paso ni un día, desde que declaramos nuestro amor, desde que me aleje de el... y ya esta invadiendo mi cabeza sin cesar, Hyoga, cuanto me hubiese gustado despertar entre tus brazos, depositar un casto beso en tus labios todas las mañanas...

-puedo pasar- se escucho al otro lado de la puerta, interrumpiendo mis hermosos y dolorosos pensamientos, lo que pudo haber sido, pero no fue.

-adelante- dije inmediatamente, sin siquiera ponerme a analizar de quien era la voz.

La puerta se abrió dejando ver a aquel hombre que menos quería ver ahora, Andreus.

Blanca como la nieve, frío como el hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora