Felix

671 72 21
                                    

Arrastraba el carrito de manera tranquila, rutinaria, llenando aquel arrasador silencio en el que se había sumido la casa luego de que la puerta de entrada se cerrase. Estaba acostumbrado, el caminar por aquellos pasillos oscuros le resultaba hasta relajante, propio. Si fantaseaba un poco, podía ver por entre las grietas de humedad pequeñas luces, y escuchar ligeros murmullos, la madera hablándole, sus pies descalzos y heridos resquebrajando contra esta, matándola.

Era irónico, escuchar los gritos de un piso muerto, muerto como él, como todos ahí dentro, en ese silencio, ese mortífero silencio. Respirar les aterraba, parpadear y encontrarse con aquel escenario cada vez que sus ojos volvían a recibir la escasa luz de sus habitaciones llegaba a enloquecerles, y al final del día -si es que podían considerar que había uno- lo único que los acompañaba por las noches, con mucha suerte, era ese ensordecedor silencio. Un silencio que atormenta, quién lo hubiera dicho, ninguno de ellos había llegado a plantearselo años atrás, cuando todavía portaban un nombre, cuando alguien fuera de esas paredes recordaba sus rostros.

Había pasado mucho tiempo, eso era lo que aquellos les decían; había pasado mucho tiempo, y todos los habían olvidado. Ninguno se sorprendió, la verdad es que sus vidas no estaban repletas de amigos, ni sus calificaciones eran tan asombrosas para tener un mínimo rumor de sus almas por los pasillos de sus cátedras. Ninguno había dejado rastro, tampoco se habían esforzado en hacerlo, y por eso estaban allí. Porque eran el objetivo perfecto, eran el desaparecido ideal, el juguete que si se rompía podían desechar sin que nadie se esforzara por identificar el cuerpo.

Desechables, eso eran, y sin embargo les daban comida, comida que ahora era transportada en ese carrito, ese carrito que hacía chillar la madera del suelo, que hacía ver reflejos del metal entre las grietas de humedad; carrito que les había condenado. Y era arrastrado por ese muchacho, con el pelo de un rojo desteñido que difícilmente podía notarse, con esa cicatriz cerca del ojo izquierdo que le recordaba, cada vez que se miraba al espejo, el monstruo insensible que era. Una parte de él se culpaba, las cosas podrían haber terminado de otra forma después de todo, si tan solo hubiese aprendido a diferenciar quién era de los suyos.

Pero se equivocó, es humano equivocarse. Se equivocó, y le arrebataron lo que más amaba. No podía esperarse nada de él, estaba vacío, estaba muerto, y arrastraba ese carrito, como todas las mañanas, después de que la puerta de entrada se cerrase. Se detuvo cuando estuvo en el pasillo correspondiente a las habitaciones, esas en las cuales no se oía ruido alguno, no tenían permitido hacerlos, y se acercó a la primera.

No tocó la puerta, porque eso era lo que ellos hacían, y lo que menos buscaba era imitarles. Nadie en esa casa buscaba imitar a aquellas personas, y Felix sin embargo lo había hecho, tiempo atrás; por eso portaba la cicatriz en su ojo, arrastrando el carrito donde transportaba la comida, repartiéndola entre la gente de las habitaciones silenciosas, recibiendo miradas de odio, palabras resentidas, y muy de vez en cuando, un comentario de pena. Pena por él, pena por lo que pasó, pena por su error. Porque había sido un gran error, uno terrible, uno que le había arrebatado lo que más quería en su vida. Nuevamente, en su retorcida realidad proyectaba aquella escena, aquella inaudita noche.

Arrastró la madera rechinante de la puerta y se adentró en la habitación. Pudo divisar al pelinegro sentado en su cama, estático, mirando sus manos reposando tensas en el regazo. Aún cuando supo que el chico le miraba por entre sus largos cabellos, no se atrevió a decir palabra, no pudo. Era culpable, culpable de lo que había pasado, culpable de que el mayor ahora prefiriera pasar gran parte del tiempo en su cama, para llorar en silencio, en ese mortífero silencio.

- Hola, Lix- se tensó al escuchar como el contrario le llamaba por un apodo, era extraño, nadie aparte de su pareja le llamaba por apodos, nadie más en la casa lo tenía permitido. Varios recuerdos se cruzaron por encima de sus ojos, haciendole sacudir la cabeza varias veces, intentando volver a enterrarlos en el fondo de su mente, pudiendo moverlos apenas detrás de sus emociones. Era consciente de su problema, no necesitaba recordarlo con alguien presente, no necesitaba recordarlo nunca. Hizo una pequeña seña con su mano, en un intento de saludo, no sabiendo cómo el chico había reaccionado debido a tener la mirada baja.

🕸️Dark Lights 🕸️ [ Stray Kids ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora