Prólogo

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Casi todos tenían las cabezas aún agachadas, concentrados en el examen frente a ellos. Me levanté y dejé el mío sobre la mesa del profesor, quien me sonrió y me dio las gracias antes de que volviera a mi sitio.

Quedaba casi media hora de clase y no tenía deberes ni nada para lo que estudiar, así que mirar el reloj para matar el tiempo me pareció un buen plan.

Apenas giré la cabeza un momento y noté una silueta desplazándose a mi derecha al otro lado del aula, pero cuando me fijé mejor no vi nada. Me pasé un mechón de pelo detrás de la oreja, pensando que tal vez podría haber sido eso y lo había confundido con una sombra.

—Boo —susurró algo a mi izquierda, muy cerca.

Hice un gran esfuerzo por no gritar y, al girarme, me encontré con un chico sentándose tranquilamente en mi mesa. Iba vestido completamente de negro y llevaba un gorro de lana del mismo color.

Miré a mi alrededor y nadie parecía haberse percatado de su presencia.

—¿No sabes hablar? Jo, pensé que me entretendría más contigo... —Hizo un mohín.

En ese mismo momento, la chica de la mesa a mi lado se levantó para dejar su examen; al volver, me miró preocupada.

—¿Te encuentras bien? Estás pálida. —Se acercó a mí.

—Sí, sí, es que me he mareado un poco con los nervios del examen, supongo.

Intenté sonreír para calmarla y ella asintió.

—Está bien, voy a hacer unos ejercicios de biología con música. Avísame si necesitas algo.

Se sentó en su mesa y, cuando ya estaba absorta en los deberes, volví a girarme hacia la figura, que miraba la escena con gesto aburrido y la cara apoyada entre sus manos.

—Al menos hablas.

Su voz volvió a sobresaltarme. Hablaba casi en susurros con un tono algo ronco, como si llevara mucho sin hablar.

—¿Quién eres? O más bien, ¿qué eres?

La chica a mi lado se quitó un auricular y me preguntó si había dicho algo, a lo que inmediatamente negué.

Él, o la figura, me había escuchado a la perfección.

—Creo que tengo una forma bastante humana y que parezco un chico, pero quizá no lo suficiente para ti —ironizó.

Lo observé detenidamente y realmente parecía un alumno más, pero lo que me extrañó fue su piel; a simple vista parecía lisa y clara, no había rastro de ningún grano, pero al fijarme vi montones de marquitas o rasguños que habían dado paso a cicatrices blanquecinas.

Extrañamente, daban ganas de acariciarlo.

Además, tenía el pelo desordenado y oscuro, al igual que su mirada felina. Juntos contrastaban con su piel.

No le quité el ojo de encima cuando me levanté y me acerqué al profesor, mientras él me miraba expectante.

—¿Puedo ir al baño, por favor? —susurré.

—Ignoraré que hace apenas una hora desde que viniste de casa. Sí, ve.

Le agradecí y salí de clase, quedándome en el pasillo donde solté un largo suspiro.

—Es de mala educación pedir permiso para ir al baño y después quedarte en el pasillo.

Esta vez sí solté un grito y él lo ahogó poniéndome una mano con rapidez para taparme la boca.

—No querrás que alguien salga preocupado y te vea aquí sola gritando —amenazó con voz sugerente.

El tacto con su mano era extraño, como si una ráfaga de aire frío se concentrase donde él presionaba, pero a la vez parecía una caricia etérea. Era muy suave.

Apenas ejercía presión e igualmente era incapaz de emitir cualquier sonido. Él pareció notar mi confusión y bajó su mano, haciendo que al momento la anhelase efímeramente y me pregunté por qué.

—¿Q-qué...? Ni si quiera he oído la puerta abrirse. La había cerrado.

—Claro, porque la he traspasado —contestó con obviedad—. La gente se asustaría si vieran que se abre sola.

—¿Quién eres? ¿Por qué no te ven? ¿Por qué yo sí?

Esperó pacientemente a que terminara de bombardearlo a preguntas con los brazos cruzados.

—Tantas preguntas sobran. Simplemente vengo a matarte.

El vacío que llenamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora