Capítulo 4: Dejada atrás la máscara

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Sí... Necesita ser corregido y tal, pero realmente me apetecía subir un capítulo antes de que termine el año, un último capítulo hasta el año que viene, je.

Mejor no empiezo con las bromas y os dejo leer, espero que lo disfrutéis.

Ah, sí... ¡Feliz Año Nuevo!

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Abrí la puerta del restaurante y mi madre se asomó desde la cocina.

—Por fin has llegado, pensábamos que habías cogido un bus hacia Austria para dejarnos aquí plantados.

Pasé por su lado para entrar en la cocina.

—Viena... La ciudad de la música, no suena mal.

Ella rodó los ojos y se metió otra vez en la cocina. Agarré el delantal del perchero y me lo puse mientras salía de la estancia.

—Perdón, se me pasó la hora estando en la playa —expliqué mientras me metía una libreta pequeña y un bolígrafo en el bolsillo del delantal.

Me estaba haciendo una coleta cuando escuché la puerta del restaurante abrirse tanto como mis ojos lo hicieron cuando vi quién era.

Dana sonrió al verme tras la barra y no dudó en acercarse.

—¿Tienen algún sitio libre, camarera?

—Dana, ¿qué haces aq...?

—Shh... —Puso en dedo frente a mis labios y una mano tapando parte de su cara mientras se acercaba a mí en tono confidencial—. Soy tu clienta, tú mi camarera, no conozco tu nombre, tú no sabes el mío —me guiñó un ojo y volvió a su tono carismático—. Entonces, ¿tienen alguna mesa libre sin reservar?

Estuve unos segundos mirándola con cara de póker hasta que reaccioné y eché un ojo al restaurante en busca de esa mesa.

Agarré una carta de la barra y me la puse bajo el hombro mientras empezaba a caminar.

—Sí, claro, sígame.

Sonrió de oreja a oreja mientras hundía sus manos en los bolsillos de su ancha chaqueta y me seguía.

La llevé a una mesa libre que quedaba por el centro del restaurante.

—¿Esta le gusta o prefiere más cerca de la ventana?

Dejó su bolso en la silla y se quitó la chaqueta. Era tan grande que sentí que yo misma me había quitado el peso de encima.

Dana llevaba una falda de cuadros verde agua y rosa a juego con la chaqueta —que era verde agua y blanca de esas con estilo vintage— y un top básico blanco.

—No, esta está bien, muchas gracias.

Sonreí ampliamente —como buena camarera haría— y esperé a que se sentara, pero no lo hizo. Ella también sonreía y yo agrandé mi sonrisa esperando una respuesta por su parte, pero simplemente seguía ahí de pie. ¿Qué hacía? ¿A qué esperaba?

Le hice un disimulado gesto con la cabeza para que se sentara, pero lo ignoró por completo.

—¿No vas a sentarte? —susurré tuteándola.

—Estoy esperando a que me aparte la silla para que me siente.

Me golpeé la cabeza internamente y miré hacia el resto de mesas, asegurándome de que no había mucha gente que fuera a ver la escena. No quería que el resto de días todo el mundo me pidiese que hiciera esto.

—Está bien —mascullé.

Le aparté la silla de la mesa y cuando ella estuvo a punto de sentarse la pegué hacia la mesa.

El vacío que llenamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora