Cuando era pequeña y mi madre me pillaba dibujando en un cristal húmedo siempre me regañaba; sobre todo si era un espejo o la mampara de la ducha.
Ahí estaba yo, en la ducha, trazando dibujos abstractos con mi dedo arrugado por el agua sobre el cristal de la mampara.
Miré el último que había hecho durante unos cuantos segundos, este no era tan abstracto y más o menos podía distinguirse algo.
Yo al menos había intentado plasmar un acantilado.
Podría ser un buen escenario para un artista romántico o el lugar perfecto para un escritor del mismo estilo, ¿no?
Suspiré, y al hacerlo, el dibujo se empañó por el vaho, borrándose gran parte de este.
Por último, pasé el agua para terminar de borrar el dibujo y un par de minutos más tarde estaba sentándome en mi cama, ya en pijama y con el pelo mojado por el agua.
Era lunes, deberían ser cerca de las seis, ya había terminado todas mis tareas y, por lo tanto, no me quedaba nada que hacer.
Ese día no me apeteció ir a nadar, aún seguía asimilando lo del día anterior en la playa; más tarde lo del restaurante. Fue entonces cuando caí en cuenta de que no había vuelto a ver a Rei ni ninguna señal suya.
Recordé como él desapareció ante mí y reapareció en cuestión de segundos mientras nadábamos en el agua, ¿podía él verme a mí mientras yo no podía verlo a él?
Admito que me alteró un poco la idea. No me hacía gracia saber que podía tener a alguien revoloteando alrededor sin siquiera yo saberlo.
Pensar en eso me hizo echar un vistazo rápido por todo el cuarto, intentando buscar algo fuera de lo normal, aunque de poco serviría, pues, por mucho que mire, la invisibilidad seguiría sin ser visible a mis ojos.
De repente me sobresalté al escuchar dos golpecitos en la puerta. Me sobresalté más al recordar que estaba sola en casa.
—¿Quién es? —pregunté mirando la puerta.
Silencio.
Dudé entre si levantarme de la cama y abrir para ver quien era o si mejor taparme hasta arriba con mi manta —altamente cualificada para protegerme ante la presencia de monstruos piadosos, no lo ponía en la etiqueta, pero yo confiaba en que así era— y confiar en que nadie notaría mi presencia de esa manera.
Cuando los segundos seguían pasando sin que nada se escuchara, lo que pasó a escucharse fueron los latidos de mi corazón a alta velocidad. Hasta que pararon de golpe en cuanto la puerta se abrió bruscamente.
No diría que mis pulsaciones bajaron su ritmo, más bien diría que se pararon por unos cuantos segundos, hasta que me di cuenta de qud quién acechaba tras mi puerta era Rei.
Lo que más me extrañó fue que no grité.
Aunque al borde del desmayo sí estuve.
Yo estaba ahí, tiesa, probablemente casi tan blanca como la pared de mi cuarto.
Rei en la puerta, mirándome, conteniendo una sonrisa. Seguía rodeando con la mano el pomo de la puerta.
—Alegra esa cara, parece que hayas visto a un fantasma —vaciló desde la misma posición.
Parpadeé. Creo que llevaba un buen rato sin hacerlo. También tragué saliva para intentar calmarme.
—¿Sabes? Debería haber pensado que serías tú, pero como siempre apareces tan inesperadamente nunca imaginé que llamarías a mi puerta para entrar —expliqué intentando imitar una voz calmada después de todo el agite.
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El vacío que llenamos
Short StoryMireia, como ella dice, está intentando sobrevivir en el enorme vacío que es su vida. Sin cualquier cosa que la emocione, objetivos por cumplir o propósitos que conseguir, una figura llega a su vida, pero no con intenciones buenas. Viene a matarla. ...