Capítulo 3: Un inmenso vacío lleno de vida

11 1 2
                                    

Así que una lista de objetivos me ayudaría con este bloqueo... No lo creía. Mis metas no aparecerían mágicamente solo por querer plasmarlas en un papel.

Pero igualmente le daría una oportunidad a Rei. Apenas comenzaba a pensar en él utilizando su nombre y, todavía se me hacía raro.

Rei...

Llegué a la parte más alta de la roca y me senté con cuidado. Eché una ojeada a la playa y no había nadie a excepción de algún que otro bañista o alguna persona paseando por la orilla.

Era una cala entre rocas que no estaba muy concurrida por esas fechas, por eso me gustaba ir.

Desde la roca podía llegar a ver bastante lejos y, recuerdo que de pequeña siempre quise subir, pero a la vez me daba miedo y mis padres me lo impedían. Más tarde, comencé a ir sola a la playa, poco después, un día, tuve las agallas de subir y terminé sentada en la punta viendo el mundo seguir a mi alrededor. Desde ese día he vuelto unas cuantas veces. Cuando estoy en el punto en el que necesito despejarme de mis pensamientos y me apetece echar la vista al pasado, vuelvo a esta roca e intento retomar recuerdos de cuando era pequeña y visitaba esa playa.

Ya era una costumbre para mí.

La gente solía tirarse desde aquí, pero a tanto yo no me atrevía, me conformaba con disfrutar de las vistas y la brisa.

Me fijé en las olas, que iban y venían sin descanso rompiendo contra la orilla y las rocas. Me hipnotizaba ese simple movimiento.

—No sabía que te gustaba el mar.

Me giré alarmada y encontré a Rei a mis espaldas, observando las vistas curioso.

Parecía que le encantaba asustarme cada vez que aparecía cerca de mí.

—Eso es porque no sabes casi nada de mí.

Vino y se sentó a mi lado, cerca del borde extendiendo las piernas sobre el vacío. Este chico no le tenía miedo a nada, un soplido de viento y podría caerse.

—Y yo que pensaba que con lo de ayer te caería un poco mejor.

—Me caes tan bien que me está preocupando que te caigas por cómo te has sentado.

—Es lo más bonito que me han dicho en mucho tiempo. Pero, no voy a caerme.

Sonrió irónicamente y siguió mirando al frente.

—Podría empujarte y te caerías —sugerí y esta vez sí me prestó más atención.

En ese momento recordé que si intentaba empujarlo probablemente lo traspasaría, así que de poco serviría.

Había girado los ojos hacia mí y me miraba aburrido.

—Yo también podría empujarte.

¿De verdad sería capaz de hacerlo?

—Existen maneras más divertidas y originales para matarme —refunfuñé.

—Por eso mismo no voy a hacerlo así.

Él me sonrió y yo augmenté mi cara de desagrado. Aunque me estuviera ayudando, me molestaba saber que tenía más poder en mí del que me gustaría. No era de mi familia y menos un ser querido, ¿por qué podía jugar así conmigo y yo no con él?

Me fijé en el gorro de lana que llevaba en la cabeza. Todas las veces que lo había visto lo llevaba, menos en mi cuarto. En un movimiento rápido y, sin saber muy bien porque, lo agarré poniéndome de pie y extendí la mano con la que lo sostenía hacia el agua.

¿Esa era mi forma de jugar con él?

—¿Por qué me amenazas con tirar mi gorro al agua? —preguntó con esa voz aburrida que ya me molestaba.

El vacío que llenamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora