Empezando a crecer

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Capítulo 1

Empezando a crecer



Pasaron los años y nuestra familia volvió a disfrutar de nuevo. Seguíamos reuniéndonos los domingos en casa de mis abuelos y la verdad es que parecía todo normal. Sentía como si todo el mundo lo hubiera olvidado. Yo jamás lo olvidaré.

Cuando empezamos el instituto, para nosotros no fue muy difícil. Cambiar de aires nos vino bien. Conocer gente que no supiera nada de nuestra vida y poder empezar de cero era un alivio. Un autobús nos pasaba a recoger muy cerca de casa para llevarnos al pueblo más próximo que tenía instituto. Estaba tan solo a unos veinte kilómetros, aunque el trayecto duraba una hora y media por las diversas paradas que iba realizando.

Esa población era bastante más grande, con mucha diversidad de culturas y distintas lenguas. Para mí fue como descubrir un mundo nuevo. Venir de un pueblo tan pequeño, donde éramos doce alumnos por aula (uno de ellos, mi hermano), no te permitía una gran vida social. En cambio, allí había tres clases de treinta alumnos, en cada uno de los cuatro cursos, distinguidas en A, B y C.

No sé si fue mala suerte o el destino que así nos lo tenía previsto, pero me separaron de Zeus y acabamos cada uno en una clase distinta. Todas las asignaturas comunes las hacíamos con nuestro grupo, aunque coincidíamos en algunas optativas donde quedábamos las tres clases mezcladas. Era algo muy positivo, porque así podías llegar a conocer a más del cincuenta por ciento de los alumnos de tu curso. Pero hay que reconocer que eso, a mi hermano y a mí, nos trajo muchos sentimientos encontrados.

Había una parte de nosotros que deseaba quedarse solo para poder crecer como persona sin tener a alguien que te conoce al cien por cien ahí, pegado a ti; pero, por otro lado, éramos nuestro gran apoyo y juntos teníamos la fuerza suficiente para que nadie ni nada nos pudiera derribar. Era inevitable echarnos de menos. Tuvimos que aprender a dibujar nuestros caminos solos y darle fuerza a nuestra personalidad.

Empezamos a hacer nuestro grupo en clase. No sabemos por qué pasan esas curiosas cosas, pero él formó un grupo de tres chicos, y yo acabé en otro en el que éramos cinco locas sin remedio. Muy típico, ¿verdad?

Casi sin darnos cuenta, nuestras energías nos conectaban y, al poco, las cinco locas quedaron unidas a los tres machotes, formando un grupo de ocho adolescentes cargados de hormonas hasta las cejas a los que nada les importaba más que pasar el tiempo juntos.

En el grupo de las chicas no tardamos mucho en empezar a hablar de chicos, de sus cuerpos, de lo que nos atraían unos u otros..., e igual hacían los chicos, solo que eran más discretos; quizá no contaban con que Zeus me lo acababa chivando todo en el autobús de vuelta a casa.

Al parecer, a Sebas le gustaba mucho mi amiga Eva. Y es que tengo que decir que en ocasiones la mataría, pero era tan buena que no había forma de no quererla. Entendía que le gustara, porque a guapa no la ganábamos ninguna.

—Claro que Eva es guapa, pero tampoco digas que es la más guapa del grupo.

—Claro que sí, ¿tú la has visto bien?

—Por supuesto que la he visto bien. Pero es que todas tenéis vuestro encanto.

—Eso se les dice a las feas, Zeus. Si sigues hablando como el abuelo, no encuentras novia hasta la jubilación —le espeté, riéndome de él (y con él, por supuesto).

Nos reíamos con una complicidad que solo nosotros podíamos tener. Y es que, en ese momento, lo más divertido era hablar de nuestros amigos, e incluso hacerles de celestinos. ¡Ay, lo que nos gustaba a nosotros una buena ración de amor!

***

Pronto llegarían las vacaciones de Navidad y nosotros no tendríamos la opción de vernos, como haría el resto del grupo. Al vivir tan alejados y no poder movernos nosotros solos, nos encontrábamos limitados. Ni siquiera llegaban los autobuses regulares cerca de nuestra casa. Así que teníamos que aprovechar al máximo el tiempo que pudiéramos estar con ellos.

Sin querer, ¡me enamoré!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora