decisiones.

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── Bang Chan, ¿vas a pasarte otro día así? Abre la puerta, el desayuno está servido.

Bang Chan siguió mirando la puerta de la habitación con los ojos vacíos, rojos y cansados, viéndola sacudirse por novena vez en el transcurso del día, sentado en el suelo junto a la que ahora era su cama. La voz susurrante de su madre apenas atravesó la habitación y llegó al fondo de sus oídos.

── Los padres de tu novia están acá, no puedes hacerles ese desplante. Ven a tomar desayuno, solo será un momento y luego tenemos que hablar. Me preocupas mucho, cariño.

Cariño.

Ignoró su voz y sus ojos se fijaron en la cantidad de botellas vacías que se amontonaban una sobre otra encima de su maleta, acumuladas como podían; alguna que otra, goteando el líquido restante.

Habían pasado diez días desde que había llegado a Busan y se había encerrado en ese cuarto, negándose a ver a nadie o salir por ninguna razón, solo mirando cada detalle de la puerta. Escuchó los suspiros de su madre y luego el resonar de sus zapatos regresando por donde había venido, dándose otra vez por vencida. Era lo mismo siempre, venía a sacudirle la puerta durante veinte minutos y luego terminaba marchándose, dejándolo solo, así como merecía estar.

Su estómago crujió y se encogió un poco, aunque ninguna de sus expresiones cambió. A pesar de que su cuerpo seguía quejándose, él no sentía nada en absoluto. Ni hambre ni nada que se le pareciese. No le importaba no haber probado bocado durante los diez días completos, no haberse duchado ni todavía tener la misma camisa y el pantalón negro de la última vez en su casa, de aquella vez que tantas veces se repetía en su mente como una maldita pesadilla. Tampoco le interesaba no haber bebido más que todo el alcohol que había encontrado en las estanterías del departamento. Whiskey, vodca, vino, champagne, cerveza, todo le daba igual.

No le importaba nada si no lo tenía a él.

Él, Felix. Solo el acto de pensarlo le removía el estómago y le provocaba una presión desesperante en su cuerpo hasta el punto que todo lo sensible que quedaba en él se estrujaba. Recordaba sus días antes de conocerlo, esos días tan vacíos y míseros. Se había pasado la vida sin tomársela en serio, vagando por donde fuese, disfrutando de todo lo que la vida pudiese ofrecerle, intentando olvidar heridas pasadas. Recordaba cada madrugada en las fiestas y bares más grandes de la ciudad, cada tarde frente al tablero de billar y cada noche en donde le llegase a alcanzar. Había simplemente vagado por la vida, sin cagarse la mente pensando en el futuro, sin hacerse preguntas o líos en la cabeza; solo viviendo. Para él, no había nada en esta vida que no pudiese solucionarse; los problemas le divertían y valían mierda, porque todo era tan simple y fácil de arreglar. Hasta que tenía que haberse encontrado con él. Tenía que haber dado con esos ojos rellenos de un sentimiento que no había visto en ninguna parte antes, de esos labios carnosos, de ese contacto tan electrizante, de esa personalidad que iba más allá de su entendimiento. Y entonces fue cuando su porquería de vida había empezado a dejar de ser tan mísera. Su dedo se deslizó sobre la pantalla de su móvil por milésima vez y el estómago se le revolvió.

Bang Chan: Te quiero aquí. En mi instituto, en el comedor. Ahora.

Felix: ¿Por qué?

Bang Chan: Porque hay muchas que quieren conmigo y creo que deberías venir.

Felix: ¿Quieres verme? <3

Bang Chan: Te lo digo para que vengas a marcar territorio. Tu territorio.

Felix: No entiendo.

Bang Chan: Tú nunca entiendes.

Felix: Lo siento.

Bang Chan: Deja de decir lo siento cada cinco segundos, ¿no tienes algo más interesante que decir?

inocencia pasional › chanlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora