Capítulo 2

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Layla siempre había sido muy habladora, su padre decía que el encanto era el mismo que el de su madre, a pesar de que físicamente bien podría ser su copia a excepción de los ojos. Ser sociable nunca había supuesto un problema para ella, al menos hasta ese momento, pues el pelinegro no parecía querer colaborar demasiado en la conversación y eso le frustraba.

No se sintió incómoda a pesar de su silencio, la miraba y escuchaba cada una de sus palabras y eso para ella era suficiente. No podía negar que tenía unos aires muy similares a su padre de querer dominarlo todo y eso le ponía los vellos de punta, la analizaba con la mirada, cada cosa que decía y cada gesto que hacía. Layla no necesitaba que nadie la dominase en ese aspecto de la vida.

Para su suerte, la tarde en la playa se pasó rápida y no fue tan desagradable como al principio había pensado que sería. Se divirtió con sus tías postizas e incluso con sus hijos. Liam, que era el mayor de todos, presumía de sus buenas notas en el colegio y Layla le hacía burla cada vez que se le presentaba la oportunidad de hacerlo.

—Ha sido un día agotador, que ganitas de llegar a casa y quitarme todo...— Cyara estiró sus brazos mientras Christopher rodeaba el coche y entraba.

—Me has mentido — dijo su hija al tiempo que se ponía el cinturón de seguridad, Cyara giró su cabeza para mirarla en busca de una respuesta y Christopher se limitó a mirarla por el retrovisor—. Dijiste que también estabas de regla y no es cierto.

Su padre resopló al tiempo que volvía la mirada al frente y arrancaba del aparcamiento, ni siquiera sabía porque su hija se sorprendía.

—Te lo dije antes de salir de casa, tu madre es una mentirosa descarada.—Su oración le hizo ganarse un golpe en el brazo por parte de la recién nombrada.

—¿Así de mentirosa y todo la quieres?— pinchó el tema al tiempo que se cruzaba de brazos.

—Así de mentirosas y todo la amo — respondió sin despegar la mirada de la carretera, a Cyara se le escapó un "aw" mientras que Layla puso los ojos en blanco con fingida molestia, a pesar de llevar una sonrisa tonta dibujada en los labios.

No quería una relación como la de sus padres, se amaban de una forma que ella no llegaría a entender nunca. Sin embargo, tampoco quería un cuento de hadas como esos de la mayor parte de novelas. Leía cientos de géneros y aún así todos tenían su toque de amor poco sano. No quería ser la protagonista que suspiraba embobada por su amado, no quería una relación tóxica, no buscaba siquiera ser la protagonista de la historia.

Al llegar a casa su madre fue directa a la cocina, la cena no se prepararía sola y estaba segura de que Layla empezaría a quejarse pronto de que tendría antes. Christopher, por su parte, dio unas palmadas en el hombro de su hija y se inclinó para susurrarle al oído.

—Y como también dije antes de salir de casa, debes de aprender a ser sincera — le recordó, dejándola un tanto confundida—. Eres igual que tu madre, pequeño demonio.

—¿Por qué cosa, papá?

—Tú tampoco estás de regla — señaló antes de entrar a la cocina para ayudar a la rubia en la tarea.

Ella bufó, ¿debía de aplaudirle por ser tan observador?

Dejó caer su culo en una de las sillas, apoyó su brazo derecho en la mesa y dejó que su cabeza descansara sobre este. La duda del sexo volvió a su mente sin perdón permiso, haciéndola sentir frustrada de inmediato. Esa tarde se había excitado, o eso había creído... Tal vez fue por ver a dicha persona sin camiseta, quizá por la forma en la que sus ojos la miraban... O puede que solo fueran sus hormonas de adolescente que le estaban haciendo pasar un mal rato.

Sin embargo, había notado la humedad entre sus piernas y había sentido el doloroso pálpito que la hizo removerse incómoda un par de veces.

Si, quería probar.

Pero algo dentro de ella le decía que todavía no era el momento.

—Mamá, estoy estresada — anunció, ganándose la mirada de su madre—. No me vendría mal una de tus charlas en estos momentos.

La rubia secó sus manos con un trapo de cocina que Christopher le brindó y acto seguido acudió al rescate, se sentó en la silla que estaba justo a su lado e imitó su posición.

—Esa mirada la conozco yo demasiado bien— admitió soltando una risa—. Anda, suelta tus dudas sobre el tema.

—Creo que mi cuerpo está preparado pero yo no — confesó —. Es decir, mis inseguridades no me permitirían desnudarme con alguien más.

—Layla, antes de desnudarte con alguien más debes de hacerlo contigo misma. Pasito a pasito, ¿recuerdas? Tienes que describir terreno.— le explicó acariciando su cabello—. Y si, con terreno me refiero a tu propio cuerpo. Cuando te regales a ti misma un orgasmo podrás darte el gusto de que alguien más te lo regale. No es fácil, no es algo que vayas a conseguir el primer día ni mucho menos, pero es importante. Después te abrirás al mundo y dejarás que alguien más te haga lo que te gusta.

—¿Cómo puedo esperar que alguien me haga algo que me guste si ni yo misma sé lo que me gusta?

—No lo sabrás si no lo pruebas— chasqueó su lengua—. En serio, la clave está en probar...

—Bien — asintió—, pero mis inseguridades quedarán ahí...

—Las inseguridades sobre el cuerpo no deberían de existir — bufó, sabiendo que ella misma lo había pasado mal una larga temporada por este mismo tema—. No somos perfectas y nadie espera que lo seamos. No tenemos un coño como el de las actrices porno, el vello es normal en todo el cuerpo y no es un tema para escandalizarse, a cierta edad las tetas están caídas, tenemos estrías, celulitis, lunares... — enumeró un sinfín de cosas que se ganaron la curiosa mirada del hombre que estaba en la cocina preparando la cena—. Pero sobre todo, jamás de los jamases te dejes influenciar por alguien.

—Hay cosas que no me atraen...— confesó después de unos minutos en silencio con la mirada perdida—. No quiero manifestarlo y que me digan que "no es normal".

—Es normal — replicó Cyara con el ceño fruncido—. Es normal si no no te gusta el sexo oral, es normal si no te apetece probar el sexo anal, es normal no querer ser asfixiada durante el acto... Cualquier cosa que te imagines, Layla, es normal.

Layla hizo un mohín con sus labios cuando alzó la mirada para conectarla con la de su madre. Ojalá todas las personas en el mundo fueran como ella, pero sabía que la gente juzgaría y ese era su mayor temor: ser juzgada.

Lujuriosos PensamientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora