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Los rayos de luna iluminaban cada rincón de aquellas calles desoladas.
La brisa fría de aquella noche parecía esconderse ante la presencia de aquel ser mágico que devoraba almas por mandato y por placer.
Un ser sin escrúpulos, incapaz de perdonar a toda alma viviente que causara un mal a los débiles.
Vagaba por las oscuras calles de Seúl con su tapado negro, sin llamar la atención, pasando desapercibido para aquellos mortales que mantenían sus pensamientos ocupados en sus problemas cotidianos, cosas absurdas las cuales hacían que su mandato fuese aburrido día a día.
Hasta que la vio...
Su mirada achocolatada lo observaba atentamente mientras ambos esperaban la señal para cruzar la calle.
Sintió una extraña sensación recorrerle por completo.
Jamás en sus mil años había experimentado dicha sensación con solo mirar a una mujer. Pudo ver a través de sus ojos la pureza de su alma, y lo puro en sus sentimientos.
Abrió los ojos desconcertado.
En su tiempo como Ángel de la Muerte jamás había encontrado un alma tan pura como la de ella.
Se estremeció al verla caminar hacia él con gracia y delicadeza.
El tiempo pareció detenerse cuando pudo tenerla cerca suyo, su mirada, sus movimientos y su aroma eran exquisitos.
Endiabladamente hechizantes y enigmáticos, de todos los seres mortales ella era un enigma, sus pensamientos eran dispersos, pensaba en todo y a la vez en nada, confundiéndolo y deseando descifrar su misterioso ser.
La vio pasar a su lado, sin prestarle más atención.
-Disculpe...
Articulo antes de perderla entre las bulliciosas calles.
La chica viro el rostro y lo miro con asombro.
-Me preguntaba si usted sabe o tiene un lugar donde pudiese quedarme por unos días.
Explico, esperando una respuesta afirmativa de su parte.
-Lo siento, no creo poder ayudarle.
Respondió con una leve inclinación. Retomando su camino.
Él la miro desconcertado.
Jamás en su tiempo en la tierra una mujer le rechazaba o negaba algo.
Se sintió frustrado, ninguna mujer le rechazaba y ella no sería la excepción.
Camino tras ella tratando de leer exactamente cada uno de sus pensamientos, para saber cómo hacerla ceder, pero no había nada en concreto, todo era trabajo y una preocupación oculta, pero no lograba diferenciar bien cual.
