El final de mi último día

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Me verás a la luz del día
Cuando el mundo esté de rodillas
Lucharé hasta el final
De mi último día

Me verás, La Santa Cecilia

***

Ocurre uno de los extraños días de descanso. Kugisaku no está con ellos, tenía trabajo qué hacer. Así que están solos, sin nadie que los vigile, sin nadie que los mire. La gente pasa a su alrededor. Pueden pretender, por un momento, que ambos son personas normales sin historias complicadas, que no cargan terribles pasados sobre ellos.

Pretender que Sukuna no los acecha, esperando para hacer pedazos todo lo que han construido poco a poco, un castillo de naipes que se derrumbará con tan solo un soplido.

Yuuji está concentrado en un helado y no se da cuenta cuando Megumi clava en él sus ojos. Megumi tiene una mirada capaz de perforar a los ojos; es determinada. Con un solo movimiento de ojos puede atravesar el alma de otros.

—Me gustas —dice.

Yuuji tarda en darse cuenta de que las palabras efectivamente salieron de los labios de Megumi. Alza los ojos y hace una cara de confusión y desconcierto. Reacciona a destiempo. Parpadea fuerte, como si todavía estuvieran cargando las palabras dentro de su cerebro.

—¿... qué?

Megumi tuerce la boca.

No vuelve a decir nada.

Yuuji se siente vagamente culpable. Una voz interna le dice que es demasiado estúpido. Así no se responde ante una admisión de los sentimientos de otro. «Me gustas». Declararte vulnerable ante el otro.

Intenta remediarlo entrelazando sus dedos con los de Megumi mientras caminan. El otro no lo aparta.

Pero no dice, tampoco.

«Me gustas».

Las palabras están clavadas en Itadori Yuuji.

***

El tema no vuelve hasta más tarde. En modo de silencios y los labios apretados de Megumi, los dedos que intentan escaparse de las manos de Yuuji.

Entonces el «lo siento» se queda temblando en sus labios. No sabe exactamente como decirlo. No sabe reaccionar y a veces eso pasa factura. Que su relación esté llena de palabras en clave y pedazos no dicho no le ayuda. De repente un «me gustas» es demasiado grande.

—Megumi —llama. Su novio lo mira.

«Te quiero». «Gracias por estar conmigo».

Todo eso queda sepultado bajo los ojos que perforan de Megumi. Itadori Yuuji sólo atina a eliminar la distancia entre ambos y besarlo. No hay gente a su alrededor. Están solos. Ellos, Tokyo y el cielo.

De otro modo, quizá no se atrevería hacerlo tan abiertamente.

Cuando el beso termina, Yuuji respira hondo.

—Me gustas —murmura, apenas audible—, también.

Le parece que Megumi sonríe. La vida sigue, después de todo. Caminan de regreso y le siguen robando al tiempo momentos de paz. Nunca tienen demasiados.

***

Probablemente estén incumpliendo un montón de reglas al dormir juntos, pero ambos saben que el tiempo que tienen es prestado. Un día Yuuji cumplirá su sentencia. Un día podrán acabar con Sukuna. Un día todo eso acabará.

Megumi lo aprieta contra sí y Yuuji lo permite.

La oscuridad de la noche no lo deja ver el rostro de su novio, pero siente sus latidos contra su piel. Lo no dicho siempre está presente. Esos «te quiero», «te quiero», «te quiero» que sólo ha escuchado el viento. A veces es mejor así.

A veces uno de los dos dice cosas mucho más poderosas, mucho más peligrosas.

—No quiero que mueras.

Yuuji escucha la voz de Megumi y le parece un sueño. No sabe qué contestar. No hay una respuesta a ello.

Itadori Yuuji va a morir. Está condenado. No importa qué no sepa cuándo ni cómo, ya tendrá tiempo de hacerse a la idea más tarde. Pero aquellas palabras son injustas. Duelen en el corazón.

«No lo digas».

—Lo sé —dice en cambio.

«Y sin embargo».

—Yuuji. No quiero que...

Estira las manos como puede y pone sus dedos sobre los labios de Megumi, interrumpiendo sus palabras.

—Lo sé.

—Yuuji... —masculla Megumi y apenas si se le entiende. Pero consigue que el nombre salga de entre sus labios apachurrados por los dedos de Yuuji.

—Lo sé.

Cada repetición suena más desesperada, más triste, más desesperanzada. Su voz se hace más aguda y expone su propio miedo.

Lo cierto es que Itadori Yuuji tampoco quiere morir.

Aprieta el abrazo contra Megumi. Le alegra y le aterra a la vez que alguien comparta ese sentimiento. Tic, tac. El reloj no perdona. No sabe cuándo ni cómo, pero Itadori Yuuji va a morir. Al menos, se dice, Megumi estará a su lado, cuando llegue el momento.

***

Así como lo entiende, Yuuji no tiene permitido morir hasta que Megumi lo permita. No puede morirse en un entrenamiento y mucho menos en una misión antes de acabar verdaderamente con Sukuna, que late dentro de él, impasible, esperando el momento perfecto. Podría decirse que aquella terquedad de exigirle estar vivo es casi amor, pero Yuuji cree que tiene más que ver con la desesperación; cosas que ocurren cuando tu primer amor tiene una sentencia a muerte sobre su cabeza.

Podrían olvidarse de aquello: los besos, los abrazos, el aire que hay entre los dos y las palabras que se entrelazan en el viento cuando las pronuncian.

Es un poco egoísta, considera Yuuji, porque no quiere morir sólo, como su abuelo.

—Ey, Yuuji —llama Megumi. El sol ya está alto y ellos deben levantarse pronto.

Siente un dedo sobre su mejilla.

Sonríe enseñando los dientes y la sonrisa llega a los ojos. No es una mentira cuando tiene a Megumi tan cerca, tan ahí, entre sus brazos.

—Eres hermoso —murmura Megumi. Yuuji no está completamente seguro de haberlo escuchado bien.

Pega su rostro contra el de Megumi, frente contra frente.

«Gracias».

—Te quiero —murmura.

Son palabras tan grandes, los aplastan. Y ellos se los permiten. Cosas de ser adolescentes y estar enamorados.

***

Si le preguntaran a Yuuji, diría que no es muy cursi. Cero. Nada. Ni un poquito. Pero tener quince años y estar enamorado es otra historia.

«Eres hermoso».

Las palabras de Fushiguro Megumi brillan en su interior.

Tan breve este momento [Itafushi / Fushiita]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora