Noches que nos perdonan todos los pecados

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Calles oscuras que ya no lo son
Envueltos por melodías que brillan
Que nos devuelven la sinceridad
Que nos perdonan todos los pecados

La noche se vuelve a encender, La habitación roja

***

Hay pocas oportunidades de ser un adolescente realmente estereotípico cuando estás a punto de morir cada tercer día.

Es un problema, realmente.

Algunos dirán que ese constante «me voy a morir» es una manera de disfrutar la vida más plenamente. Uno se vuelve capaz de disfrutar los pequeños momentos si hay riesgo que un montón de problemas le revienten a uno el cráneo al día siguiente.

Quizá por eso duermen juntos.

Nadie comenta nada, porque ya están acostumbrados a saltarse todas las reglas que es posible romper, quién tendría corazón para negárselos, si sus vidas ya están dentro de un torbellino en el que solo queda asirse a los otros. Mientras sigan vivos, aprendan y hagan su trabajo, nadie en Jujutsu High tiene motivos para emitir una sola queja por el hecho de que Yuuji se desplaza, noche tras noche, hasta la habitación de Megumi y llama a la puerta. «Déjame pasar».

Sabe que podría entrar sin avisar, pero necesita oír el «sí» o la puerta abriéndose. Es quizá la necesidad de sentirse deseado en el espacio de Megumi, sentir que pertenece a alguna parte. No le da demasiadas vueltas.

La puerta se abre y él sonríe de lado. Megumi sólo asiente y se hace a un lado.

A veces no hablan demasiado. Ninguno de los dos entiende demasiado de convenciones sociales o cosas qué se esperan de ellos en una relación. Van solos, los dos, construyendo el castillo de naipes sobre el que cimentan sus besos, los abrazos, las yemas de los dedos en la mejilla del otro, la delicadeza a la que nadie más se asoma y nadie más conoce.

Hay cierto privilegio en que Megumi deje caer sus murallas cuando él esta cerca y lo deje acurrucarse contra la pared y abrazarlo antes de dormir. Sus cuerpos encajan perfectamente; es fácil caer en esa narrativa de pensar que están hechos el uno para el otro aunque sepan que más bien los une un cúmulo de casualidades, tragedias y sonrisas que nada tienen que ver realmente con el destino.

Nunca despiertan así: Megumi jala las cobijas y se enreda en ellas; Yuuji se extiende todo lo que puede por la cama y a veces roba el espacio del otro. Pero es bonito encajar perfectamente con alguien más, mientras dura.

***

El sol le da en la cara al despertar. Siempre amanece muy temprano, siempre antes de que esté listo para soltar a Megumi.

Se acomoda un poco para no aplastarlo y, con el movimiento, lo despierta.

Megumi sonríe de lado.

Usualmente por la mañana, en ese estado entre despertar y todavía está dormido, su sonrisa hacia Yuuji es siempre dulce. No tiene significados escondidos, no tiene millones de frases no dichas. Es tan sólo una sonrisa.

Yuuji extiende una mano y acaricia una de sus mejillas.

—Carajo... mientras más te miro...

—Idiota cursi.

—Mientras más te miro... Me gustas más.

—Idiota. —Pero Megumi está sonriendo. Ninguno de los dos quiere levantarse y empezar el nuevo día—. Cursi —repite, después de una pausa.

—En serio, podría mirarte todo el tiempo.

—Oh, dios mío. —Megumi se saca la almohada debajo de su cabeza y se la lanza encima. Yuuji puede apreciar que se sonroja—. ¿Por qué eres así a estas horas? Carajo, por qué...

Yuuji se ríe.

Les cuesta levantarse, pero el empezar de un nuevo día siempre lo exigen. No pueden descansar. Afuera siempre hay algo qué hacer, una maldición con la que acabar.

—No mueras —le recuerda Megumi.

—Si muero podrás ir por mí. Para reclamarme.

Hay tradiciones que no mueren. Así empezaron y ahora es un código secreto en el que hablan de que se quieren. Yuuji no tiene permitido morir antes de nuevo.

***

La noche siguiente se repite el ritual aprendido.

Mientras estén ilesos, el baile no cambia. Yuuji llama a la puerta y Megumi atiende, dejándolo entrar en su intimidad cada vez; Yuuji siempre espera, paciente, aquella admisión en el espacio de otro, respeta la espera, respeta no imponer su presencia. Sólo abre la puerta sin tocar cuando está herido o acaba de volver de una experiencia cercana a la muerte. No hablan mucho porque usualmente no saben qué decir. Las palabras les quedan demasiado grandes o demasiado pequeñas. Siempre demasiado y nunca suficiente.

—¿Vas a dormir o vas a quedarte mirando? —pregunta Megumi. No está molesto, Yuuji lo aprecia en sus ojos. Sólo, quizá, confundido.

—No es mi culpa no poder dejar de mirarte.

—Idiota —espeta Megumi, pero de todos modos lo acerca para besarlo.

Yuuji se pierde en sus ojos y se enamora otra vez.

***

Yuuji sabe que una de las razones por las que le cuesta no estar cerca de Megumi es porque quiere asegurarse de que esté sano y salvo. Especialmente después del indicente de Sukuna. Y sabe, también, que una de las razones por las cuales está tan reticente cuando están tan cera es también culpa de Sukuna. Sí. No. La dualidad que viven los hace de esa manera, lo fuerza a aceptar la intimidad de aquella manera, a vivir con el miedo, pero también a olvidarlo para que los besos sepan a algo.

Duerme un sueño intranquilo y despierta acorralado en los brazos de Megumi.

Él no está mucho mejor: tiene las piernas completamente extendidas, una de ellas sobre Megumi y las cobijas.

Se reiría si no temiera despertarlo. En vez de eso, voltea un poco su mirada y le asombra lo tranquilo que parece, aún dormido.

No sabe exactamente por qué se enamoró de él. No cree que sea necesario verbalizar un «porqué». Se enamoró y punto y no quiere morir sin haber probado eso. No puede morir con arrepentimientos y no puede morir solo. Así que se deja que los brazos de Megumi lo acorralen. Lo mira y se enamora un poco más, un poco más, un poco más. Se lo permite porque de no hacerlo, Megumi seguramente le diría que es débil y él mismo se arrepentiría.

Cada que lo mira, un poco más, un poco más.

Tan breve este momento [Itafushi / Fushiita]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora