El lunes de esa semana estábamos en el recreo. Las niñas saltando a la comba mientras lo niños jugaban al fútbol. Yo estaba sentada en un banco leyendo. De vez en cuando alzaba la mirada para ver cómo el recreo estaba dividido en dos grupos. Digamos que yo podía ver esas líneas sociales imaginarias que distinguían un sexo del otro.
Recordaba la última vez que intenté jugar con los niños. La directora llamó a mis padres preocupada por mi comportamiento. Por suerte no tomaron medidas muy macabras.
Alguien interrumpió mi pensamiento. Era un chico castaño y de tez blanca. Me preguntó si podía sentarse conmigo. Me pareció muy extraño. Hacía años que nadie quería estar conmigo.
Me di cuenta de que nunca antes lo había visto. Era nuevo en la escuela, eso o explicaba todo. Con una mirada fría y con un tono un poco borde le hablé:
- ¿Porqué no te vas a jugar con los niños al fútbol? Tú al menos puedes.
Me miró un poco extrañado. Ahí me fijé en sus ojos grises, pensando en que podría descifrar su pensamiento. No era la primera vez que lo haría.
-Prefiero leer, me aburre estar pegando pataditas a un balón todo el día, además, los niños son muy brutos.
Entonces lo vi, era una chica con quién estaba hablando. Me disculpé por la confusión. Siempre nos habían enseñado a que teníamos que llevar el pelo largo y los niños el pelo corto. Ella llevaba el pelo en un undercut.
Pasamos lo que quedaba de recreo juntas hablando de libros e inventando relatos. Al fin había hecho una amiga, una amiga de verdad. Y que encima tenía mis mismos ideales. Pero por desgracia no duró mucho. La expulsaron por su vestimenta y corte de pelo y tuvo que abandonar el pueblo.
Seis años más tarde terminé selectividad. Podía escoger la carrera que quisiese ya que tenía la nota más alta de toda la clase. Yo quería escoger ingeniería, pero lo que pasó al llegar a casa acabó con todas mis esperanzas.
Mi padre empezó a chillarme que no iba a pagarme una carrera, y menos una de "hombres". Empezó a decirme que era una desagradecida solo por pensar en ese futuro. Y que tendría que quedarme en casa cuidando de mi hermano recién nacido y limpiando la casa ya que mi madre enfermó tras el parto y a penas podía moverse.
Y así fue. Dos meses después me levanté escuchando unos golpes. Mi padre había vuelto a casa a las cuatro de la madrugada otra vez borracho. Mi madre, que ya estaba mejor, se levantó a recibirle. Éste le pegó diciendo que había tardado demasiado.
Empezaron a discutir y lo último que recuerdo es ver el cuerpo de mi madre inerte en el suelo y a mi padre con una pistola en la mano diciendo:
- Yo soy el hombre y ninguna mujer me va a controlar lo que haga o deje de hacer
El juicio fue cinco meses más tarde. Sí, cinco meses, a nadie le importaba lo que había ocurrido, ya que la asesinada era una mujer ama de casa. Lo peor fue que casi ningún abogado quería llevar el caso para encerrar a mi padre. Al menos ninguno decente. Mi hermano estaba en casa de mis abuelos. Con ellos estaría más seguro mientras mi padre siguiese suelto. Esa misma noche yo volvía a casa sabiendo que íbamos perdiendo. Claro, como tenía un pene, tenía más credibilidad en las estúpidas leyes de este pueblo.
Era tarde, muy tarde, pero me daba miedo coger un taxi, por lo que fui andando a casa. No iba ni por la tercera calle cuando varios grupos de chavales ya me habían gritado guarrerías. A esos hombres que decían por la tele que sufren más que nosotras, ¿alguna vez habrían ido con este miedo por la calle? ¿con miedo de ser violados o asesinados por unos neardentales? Saber que si llegara a darse te podrían echar hasta a ti la culpa con el argumento de la ropa que llevases.
Por suerte llegué sana y salva a mi casa.
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Una lucha inacabada
Short StoryUna lucha inacabada es un relato corto con el que gané el concurso de mi instituto "mujer tenias que ser Estuaria". El concurso fue organizado por el día de la mujer, por lo que en mi relato se narra la historia de Venus Torres la cuál cuenta en pri...