𝑺𝒊𝒆𝒕𝒆

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Mihrimah se había preocupado mucho por su marido. Se suponía que ya debía haber llegado a casa, pero él no se dignaba a aparecer y cenar con su esposa.

—Allah te ruego protejas a Rüstem. —rogó, con miedo a que algo le haya sucedido. La Sultana ya pensaba en lo peor.

Las risas de suegra y yerno ya eran de lo más normal para los eunucos que estarían de guardia en las puertas

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Las risas de suegra y yerno ya eran de lo más normal para los eunucos que estarían de guardia en las puertas. Cada una de sus sonoras carcajadas se oía por el palacio. Esto empeoró cuando Hürrem Haseki pidió vino. Ya se sabía lo que iba a pasar; o se ponía violenta o se ponía melancólica por el Príncipe Cihangir —a quién amaba con todo su corazón, incluso más que a su propio cónyuge—.

—A-ahora yo —dijo un poco mareada—. Süleyman no fue el p-primer hombre que besé.

—¿Entonces quién fue? —por parte del Paşa, él bebió una copa de vino.

—Se llamaba I–Iván. ¡Él si era un hombre fiel! —gritó— ¡Tampoco era igual de promiscuo que mi actual esposo! —se acercó mucho a su yerno y le acarició la barba y empezó a sonreír.

Rüstem se puso todo rojo y dijo: —Sultana me avergüenza.

—Ya, ya. Tú eres de los que aman con sinceridad y hasta el final, sé que le harás muy feliz a Mihrimah. —acercó la copa a los labios de Rüstem y le dió de beber.

Nadie había probado bocado de la comida, y el primero que notó aquello fue el Gran Visir. Así que rápidamente empezó a comer, aún y estando fría. Alex también repitió la acción del marido de su hija.

—Cuando era niño mi familia era pobre, muy pobre —narró—, así que muchas noches mis hermanos y yo íbamos a la cama sin algo que comer. Es por eso que cuando llegué aquí nunca desprecié la comida por más rara que sea, y nunca lo haría.

—Es casi lo mismo conmigo. Con la diferencia de que pasé hambre tan solo como esclava, nunca al lado de mi familia. Mi padre era un sacerdote ortodoxo y mi madre era una sirvienta, por cierto.

Un extraño sentimiento de calidez y nostalgia apresó el lugar. Siguieron comiendo en silencio hasta que dejaron el plato vacío. Hürrem ordenó que se llevaran todo lo que estaba sobre la mesa.

Lo que él pensó que era la despedida, recién era la mitad de la velada.

Lo que él pensó que era la despedida, recién era la mitad de la velada

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—¿Ya sabes dónde está mi esposo?

—Sí, Majestad. —contestó con la cabeza gacha.

—¿En donde?

La sirvienta dudó si debía decirle cual era la ubicación de su consorte, ella también era de las personas que creían en el romance de la Sultana Haseki y el Gran Visir, y también creía que Mihrimah tenía sus sospechas acerca de los supuestos amantes. Más cerca de la realidad no podía estar.

—Habla.

—De hecho, se encuentra con su madre.

Esa respuesta calmó a la Sultana del Sol y la Luna, le tranquilizaba que estuviera con su progenitora; pensaba que nada malo podía pasar entre ellos. Además sabía que Su Majestad había empezado a llevarse mejor con el Visir. Qué ingenua.

La unión de los labios de ambos fue inevitable estando tan cerca del otro

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La unión de los labios de ambos fue inevitable estando tan cerca del otro. Esto fue una gran sorpresa para Rüstem, le valió un comino su lealtad hacia el Sultán Süleyman y correspondió el beso muy apasionadamente. Rápido atrajo el cuerpo de la Sultana hacia el suyo. Se había olvidado de casi todo. Luego apareció la imagen de su esposa, impidiendo que ocurriera algo de lo que después pudieran arrepentirse.

Él la liberó del acercamiento, para ese entonces el beso ya era historia.

—Rüstem. —fue lo único que alcanzó a decir, Aleksandra se hallaba apenada.

Se levantó del almohadón y abandonó así por así a Aleksandra que se encontraba de pie, que también perpleja se desplomó en su diván. El sabor de los labios de su yerno seguían sobre los suyos, inconcientemente llevó las yemas de sus dedos y se tocó en las zonas en donde llegaron los besos de él.

Mientras que para Rüstem eso era imperdonable, no llevaba ni dos meses casados con la hija de el Magnífico y ya le había puesto el cuerno, y lo peor de todo ésto es que fue con la madre su esposa, con su suegra, con la mujer que juraba “odiarlo” con todo su ser.

Apenas entró a sus habitaciones empezó a llorar de la vergüenza que le causaba su misma persona. La noticia de su llegada no se hizo esperar e inmediatamente la Sultana Mihrimah con una gran sonrisa acudió a ver a su esposo.

—¿Por qué lloras? —le preguntó preocupada, sus dicha se había ido—. ¿Qué ha sucedido?

Él vió la mirada llena de amor e inocencia de la Sultana y empezó a llorar más fuerte esta vez.

—Rüstem dime qué sucedió —pidió—. Así no podré ayudarte amor mío.

«Así no podré ayudarte amor mío» resonó en su cabeza. «Amor mío» resonó esta vez haciendo que se sienta más culpable.

—Mihrimah yo… —el Paşa no sabía que decirle.

—¿Es algo malo?

—No sé que decir.

La fémina supuso una infidelidad.

—¿Te has enamorado de otra?

Tuvo que hacer un esfuerzo muy pero muy enorme para no decir la verdad.

—No —mintió—. Es con tu madre, me hizo sentir mal.

La cara de angustia de ella cambió por una de “es enserio”.

—Qué marica.

¡Oh Mihrimah Sultan!, si supieras Sultana lo que te han hecho…

𝑫𝒂𝒎𝒂𝒕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora