𝑶𝒄𝒉𝒐

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𝑫𝒊𝒂𝒔 𝒅𝒆𝒔𝒑𝒖𝒆𝒔...

Desde esa noche, el Gran Visir no volvió a ver a la Haseki. Ya no quería verla. Ya no. Mihrimah Sultan no entendía ni un poquito el repentino cambio de idea de su marido; intentó hablar sobre el tema acerca de su distanciamiento hacia la rutena, él se negaba rotundamente a conversar el tema de su suegra Hürrem.

—Ha cambiado —admitió—. Repentinamente se niega a ver o decir algo con mi madre.

—Eso ya lo sé, Alteza Imperial. —respondió Esma Hatun. Al ser la sirvienta más cercana de la Sultana Mihrimah tenía un mínimo conocimiento de la situación.

No le hizo caso al atrevimiento que la esclava tuvo al responderle y se sumió profundamente en sus pensamientos.

Por otro lado, Süleyman sabía sobrevivir sin su esposa, pero no por mucho tiempo: empezó a verla y a platicar sobre asuntos políticos y de su vida personal. La Emperatriz otomana hacía lo mismo —omitiendo la corta aventura que sostuvo con la tercera persona más poderosa en el plano político, algo obligatorio si no quería perder la cabeza—, preguntaba por Cihangir, como estaba, si estudiaba, si comía, si alguien le leía fábulas antes de dormir: las cosas cursis que una madre muy azucarada haría por y para su primogénito. Parecía que ella muy pronto regresaría a Topkapı.

—Se nota tu ausencia en el palacio.

Hürrem Sultan calló y así se mantuvo hasta que su marido habló. Aleksandra había perdido el interés de charlar con su marido.

—¿Por qué estás tan callada?

Ni yo misma sé mi Majestad…

Se escuchó un intento muy débil de decir «no» dentro de la habitación que estaba muy silenciosa. El Sultán lo notó.

—¿Qué es lo que ibas a decir?

—Iba a decir: «No dormí bien las noches que pasé aquí, es por eso que intentaba relajarme pensado»

—¿Pensando en que?

Pues con como te sacaba la vuelta con nuestro yerno. ¡Nah! Ya era hora que me desahogara con alguien más ¿No?. Esos eran los pensamientos despreocupados de Alex…

—Pensando en Cihangir —una respuesta no muy inteligente, hasta hace poco Süleyman le había puesto al día con el Príncipe, así que le pareció absurdo pensar en el Şehzade. Luego pensándolo bien, sustentó con lo siguiente:—; no me convence la forma en que lo cuidan.

—Oh Hürrem, te dije que está en buenas manos.

¿Con la griega esa? ¡Aléja a mi hijo de esa maldita sucia! ¡No la soporto al lado de MI HIJO!

Aleksandra se contuvo a no gritar lo que creía de su contrincante. —Eso espero Majestad. Si algo le pasa a Cihangir yo muero.

Nunca jamás Süleyman se sintió tan incómodo estando al lado de su esposa —a la cual amaba como desde el primer día—. Hoy era diferente: el silencio, el misterio que mostraba la mirada de Hürrem, el bajo nivel de nerviosismo que se sentía en el ambiente, hicieron que Su Majestad terminara saliendo de allí con una excusa que ni un mocoso de tres años se la cree.

La esposa imperial no fue ajena a esto, notó lo que ocurría con su cónyuge. Cuando este se iba, a su sirviente más fiel le confesó:

—Ni nos podemos ver o hablar como antes. —afirmó con una sonrisa más falsa que la de Mahidevran Gülbahar. Viéndolo marcharse desde una ventana, montándose en su corcel para irse de aquel palacio que cargaba consigo mismo mala vibra.

𝑫𝒂𝒎𝒂𝒕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora