Capítulo 1

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Podía saborear el rocío embriagante de la mañana. Pájaros desconocidos anunciaban el alba. El cielo era gris, no frío, pero sí húmedo, pronóstico de futuras, así como ayer y antier. Mientras la luz besaba mis pupilas y las desenvolvió a mi realidad, sentía como mis fibras se desentumecían y preparaban para otro día más. En un rato más tendría que cortar la leña para la comida y la noche, sin ella no habría nuevos buenos días. Estaba de vacas, así que todo pintaba bien para relajarse como las aguas manda. La lluvia no sería impedimento, si acaso serían un agregado a mi ambiente deseado. Ah y pues sí, mi carne. Ella bien sabía que la vida era pelear, y bien que me gustaba pelear. Así, mientras mi alma regresaba lentamente a mi cuerpo, sentía el suave ardor, entrenzada a mis piernas, cuidándome del gris firmamento. Un milagro tan santo, que siempre me preguntaba si no me había vuelto loco hacía años. Una respiración, tan querida, que hasta los árboles de maple se ponían rojos de enviada, y que va, ni tan rojos como su pelo de brasas; reposaba sobre mi panza desnuda. Aquello era único, y era mío.

Conforme me alivianaba más y más, el éxtasis del encuentro mañanero subía. El pelo, por todo su cuerpo, se mecía sobre mi existencia. ¡Ay! Ojitos santos, se los guardaba solo para mí, los veía pero no, descansaban también en mi pecho. Mis piedritas de ámbar, solo ella sabía cómo usar ese par agrietado en las más tiernas formas. Mi corazón revoloteaba, relinchaba de chorreantes deseos, clamaban manifestarse. No podía conmigo mismo, y no me culpo.

Y así, salté al encuentro de mi Braixen preciada. Salte y enrosqué mis brazos sobre ella así como ella en toda la noche. Uno bien sabe que el amor es de dos, mi chiquita me ayuda a dormir, y yo la despierto, así todos felices. Movímonos como oleaje encontrado, puse sobre ella todo el peso de mi amor. Y luego silencio, de ese que gusta y llena el oído. Ese donde te callas al carajo y el otro lo sabe. Y ahí los volví a ver, entre sus dulces gruñidos que entraban por mí ser, sus ojitos ámbar, llenos de fuego y amor. No esperaba menos. Nuestras esperanzas se unían a un solo son mientras contemplábamos nuestro mayor deseo. Sentí sus garritas envolviéndome más en su agarre, y yo solo me hundí más en su pechito, que parecía una almohada de algodón, arremolinada e imperial.

-Buenos días, Maika.

Y me mordió la oreja, mi hija de la chingada.

-Guenas...

Decía Maika entre gruñidos agudos.

Y pues sí, ella hablaba. No era lo habitual, pero es lo que había. Ambos nos decantamos por el buen saber, y ni uno se daba por vencido cuando había algo de por medio. Y dirás tú como un deseo llevo al otro. El español le costó huevo y medio, pero ya lo hablaba igual o mejor que su servidor. Y qué más da si lo hacía bien o no, yo le entendía y con eso era requeté feliz. Igual yo hablaba un poco de "pokémones" gracias a ella, le echaba ganas, pero no había tenido los mismos frutos que ella. Pero ganas no me faltaban, y ella lo apreciaba al igual que yo.

Ya llevábamos casi una hora entrelazados, que ni se sintió y bien podría llegar a dos, pero había que disfrutar la vida de otras maneras. Tal es el deseo por la novedad, y el vivir.

-Velo el cielo. No se va a poder hoy.

Le decía a mi pechocha mientras le enseñaba con mis uñas la cubierta gris de Los Cielos. Había querido ir a nadar, con una esperanza de ver un fuerte sol justo como habíamos oído en la radio. Trate fingir tristeza, lo cierto era que le tenía algo diferente, y parece que alguien arriba o abajo me quería mucho. Tal vez el frío no estaba presente, pero haría acto de tal en un par de horas. Adoro esa atmósfera, donde uno puede pasarla bien disfrutando las brasas de otra alma, quietecitos. Maika, tenía otras ideas, sin embargo. Gustaba más de librar ese calor en cosas más movidas. Le gustaba expresarse con su cuerpo, estaba en su sangre, su especie, y no podía decir que no me gustara del todo. Bailar, cantar, echar maromas, pintar, nadar, correr, hacíamos de todo. El dinamismo de todo ello le llenaba de algarabías su corazoncito. Eso y más se tenía que hacer. No podía quejarme, en ciertas noches ese lado venía conveniente.

-Igual podemos correr un poco y pasar tiempo en El Cedro. Ándale chiquita bebé, ni te creas voy solo.

Sus ojitos habían perdido brillo desde mis malas noticias. Solo bastó un pequeño estrujo de mejillas y un delicado raspón de narices para que recobrara cierto brillo, pero no suficiente para lo que quería.

-Ándale wey, quiero que me enseñes aquello de la otra vez, porfa amor, ¿si?

Mi pequeña diva no podía con su ego. Adoraba, le mareaba de felicidad cuando alguien la veía hacer sus pequeños grandes bailes. Sangre de Braixen, gente.

Y así, mis esfuerzos se vieron reflejado en ese torrente fulgor que yacía en su elongada iris. Y así saltó, ganándole a mi peso. Aun por su tamaño, arriba del promedio, cambió los papeles en la cama en cuestión de segundos. No opuse resistencia, claro está. Mi pequeña marea arreció con bravura y gentileza, y de un momento a otro estaba junto al respaldo de la cama, ella en los cielo y yo tan en la Tierra. Y me recordó con sus felices orejas lo mucho que amaba vivir.

-¿Deveritas que si?

-Tu bien sabes mi amor. Vamos vistiéndonos.

-Así será, ahora vamos, que tenemos mucho por hacer.

Así me dijo mientras guiñaba una de sus guirnaldas y sonría con boca entreabierta. Estas eran mis mañanas prohibidas, las de todos los días. No merecía tanto, ciertamente. ¿Cómo le hacía un pobre pendejo como yo para salirse con la suya y casarse con una Braixen? ¿Un miembro de un reino animal que solo era visto de forma utilitarista o inferior a la propia? No lo sabía, tampoco. Como uno bien sabe, la vida es todo un miserable misterio. Lo cierto es que esta es nuestra vida, y súdele quien me la quiera arrebatar.

Fábulas de pasión y deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora