Caminamos por largos segundos en las campiñas toscas, mientras peleábamos con los oleajes del cielo. El horizonte gris se volvía naranja, y luego rosa. Las nubes bramaban en barítonos lentos, les ganábamos y no se iban a dejar. Tenían envidia de los meneos carmín que acariciaban mi hombro. O tal vez de nuestras palmas pegaditas, que ni el agua ni el viento ni Arceus iban a despegar, no por ahora. Vete tú a saber.
En los fines del campo verde, y en los principios de una amplia arboleda, se divisaban claramente unos Sawsbuck alazán, orgullosos, no nos quitaron la mirada de encima. De vez en cuando les echaba un ojo, con algo de miedo de no provocar algo de lo que me arrepintiera. Estaban inconmovibles, no había belleza o adversidad que los alterara, solo nos veían, quietecitos en tierras transitorias. No sabía si ofenderme o sentirme seguro. Lo cierto es que no quería meter más flores en mis llagas.
El rosa dejó de serlo y volvió a un gris menos hondo.
-Me encanta que te guste, ha.
Decía mi güera mientras me miraba. Sabía que amaba estos paisajes, bien lo sabía.
-Ya verás que a mí me encantará que te guste, solo espera.
El lugar era tranquilo, si, cuando estos tiempos lo permitían. Vivir cerca de un pueblo tiene sus bajas, una de ellas siendo los murmullos y alaridos de fiesta en temporadas de cielo gris. Mi Maika, siendo más de la guitarra colorida e incesante castañuela, lo adoraba. Dentro de unas semanas sería La Noche de Todos los Muertos, y ella estaba más que impaciente por devorar elote tras elote. La comida y fiesta bajo la aurora le daban un brillo de oro a su espíritu, entre los designios quimeristas y gritos borrachos que colmaban el todo. Ya podía sentir lo seco del asunto.
Unos últimos cometas nos saludaron mientras el gris se hacía más claro, y luego un poco verde. Y luego más verde, y algo naranja. Parecíamos llegar a nuestro destino.
-¿A veces no te cansas de andar agarrados de la mano?
Decía la tonta de Maika. A veces no la entiendo, pero bueno, que se levante quien se conozca a uno mismo.
-Antes muerto que sin tu garra, mensa.
-Yo decía por el sudor.
-Ah, pues menos.
-Así me gusta.
Y se me pegaron sus fibras mostaza y ocre. A medida que el frío se hacía evidente, más acto de presencia hacía mi buen desear por un chocolate caliente.
-Ya casi llegamos Mai.
-Eso lo sé. ¿Ya hueles eso?
-¿Oler qué?
-Eso y aquello y lo de allá para acá.
Mire a mi escolta con fútil duda.
-Ah, ya.
Así era, habíamos llegado al bosque de maples. Había pocos pokémon, si acaso uno que otro Kakuna quietecito o Wurple casual, montado a uno que otro maple, devorando en sosiego la vida del tronco, lento pero seguro. El bosque guardaba un mutismo agradable y prudente, nos recibía con los brazos abiertos. Maika camino apresurada a un tocón de antaño, húmedo y raspado de tanto uso.
-¿Listo gordo?
-Date, yo desde acá te veo.
Y empezó el dueto.
...
..
.
..
...
El techo gritaba palabras grises de angustia, me veían pálido entre las esquinas, con un viejo abanico que hacía nevar polvo si uno no tenía cuidado. El gran terror melancólico me acechaba. La ciudad amarga alumbraba pobremente el lugar, y yo no podía hacer más que mirar. En las periferias y aristas, cruces y ojos brotaban voces y sonidos enloquecedores, que estremecían al hombre, y que arrullaban al diablo. Se escurrían aquellos murmullos por las bases de cemento, deslizándose por entre los cañones diminutos entre las vigas y la madera. Se acercaban y no podía hacer mucho. A su cercanía, venía un descontrol paralizante, y de ello, la impune debilidad del muerto. Mientras entraban por mis brazos sudados, mientras se burlaban sobre mi corazón pulsante, mientras me atormentaban con lo que alguna vez fue, yo gritaba en silencio.
Todo era negro entre rayas. Lo pálido de la cómoda hacía brotar aquello que llamaba realidad, entre los valles de mi vista. Y justo cuando creía que perdería el juicio y caería en la noche, algo se aferró a la vigilia y me hizo levantar mi espíritu fuera de ese espantoso trance. Sentí el incómodo sudor de mi espalda y axilas, así como mis decadentes ganas de gritar y pedir por mi alma. ¿Por qué? Aun después de ese episodio, ¿No podía sufrir?
La apatía mundana volvió a su trono y la ciudad palideció ante lo opaco de mis ojos. Estaba vivo, y lo odiaba.
Sentí sed, y mi cuerpo autómata respondió a esa necesidad inmediata y calculada. Un pie, dos pies. Estaba caminando. ¿Quién necesita chanclas? Cuando regrese me sacudo, no hay pedo.
Pero si lo había.
Mientras pasaba por mi puerta alcancé a ver las 3:46 en un reloj.
-La puta madre, otra vez.
Esta noche y día iba a volver a sufrir. Dicen que cuando interrumpes tu sueño, no hay forma de arreglarlo, aunque te vuelvas a dormir. Eso dicen y eso digo. Estaba encabronado, pero qué más daba, siempre estaba cansado, y una buena noche de descanso no cambiaría nada en mi vida, todo era siempre igual. Como el agua.
Algunos odian el agua de grifo, pero siendo honesto, siempre he pensado que el agua de botella sabía a miados. Mi padre me enseñó a tomar de la manguera y así me gustaba. Mientras tomaba del grifo, prendí la luz, y me preparé una vez más para ver mi faz. Me quedé viendo el fondo del lavabo, allí en lo oscuro, donde toda el agua que nunca nos sirvió caía y se nos olvidaba. Pero tenía que verlo, no podía escapar de mí mismo, aunque lo deseaba todos los días, ahora más que ayer. Giré mi cuello y vi mi piel café, llena de grava y puntos irregulares, girando y retorciéndose en burlas y payasadas. Curvas desfavorables y llantas por ojos. Estaba demacrado, como era costumbre. Pero si algo odiaba, más que todo lo demás, eran mis ojos. Eran... Uno tenía un lunar, horrendo, imperceptible para aquel que no le importase, pero no para mí. Hechos de un café oscuro, simplón y aburrido. No soportaba ver a los demás, ojos miel, ojos ámbar, ojos cuarzo. Yo, un simple licuado de lodo. Ni siquiera un brillo lustrado, algo que indicará que había vida y esperanza. No, nada había.
Y quién puede amar a un cadáver enlodado...
Mientras mi aspecto dejó de ser importante, empecé a reflexionar, como mi mente me obligaba.
-Otra vez el muerto, se me subió otra vez. Ya son 4 días, verga...
Mis ojos rotaban, buscando respuestas. Yo no siempre fui así. Mi melancolía recitaba poemas de tiempos en donde esperaba el día siguiente con ánimos. En donde mis ojos y manos bailaban al son de la pasión y no se hacían grandes preguntas. Solo degustar los placeres más mundanos y más llenadores. Porque eso era lo esencial y sano. Eran otro tiempo, y yo era otro Miguel. Pero ese Miguel ya no era más que una casa de gusanos y arañas, en algún panteón mental. Y ninguna magia podría regresar ese mismo brillo a mis ojos.
Los volvía a ver, secos y sin vida. Me miraban y se burlaban de un Dios caído. Quería sentir algo, un enojo, un coraje, una tristeza o frustración. Algo que me sacase de un trance como en las películas de superación, que me sacase de mi eterno asco y me abriese la mente a nuevas fronteras, nuevos sueños, amigos y anhelos. Quería volverme a sentir humano. Pero lo único que obtuve fue una toda dolorosa apatía, justo a tiempo, como todos los días.
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Fábulas de pasión y deseo.
Fanfiction"¿Qué va a hacer un hombre y un Braixen?, más de lo que el corazón blando puede aspirar. En esta novela costumbrista de romance, descubrirás los ratos brillantes y hondos de una pareja poco usual, mientras disfrutan y le lloran a la vida por más con...