Capítulo 3

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Uno realmente nunca se pone a pensar en lo distinta que es la vida en un momento dado a otro. Las peripecias, vistas desde antaño, nos acechan y envuelven. Son parte fundamental de la vida. He visto imperios caer, cínicos triunfar y hasta hombres que lo tenían todo, al borde del conjuro más oscuro. Lo amargo del caso es que suele ser más común de lo que uno quisiera.

Cuando ves el abismo, es difícil olvidarlo. Cuando empiezas a implorar porque tus ganas mueran y tu espíritu se rinda, se está en otro lugar, otro tiempo, otro gozo. Siempre seré Miguel, pero no lo he sido desde hace muchos años. Y ahora, que estoy en el pináculo de mi vida, ante esta Puerta, no puedo sino sentir las uñas húmedas de mi pasado. ¿Me seguirán a dónde voy? ¿Seré libre algún día? Supongo que al final, hay cosas que solo uno puede decidir.

. . .

Las yagas se abrían, brotando la sal y el sudor. Ella no lo sabía, pero estaba llorando. Me cubrí el rostro en fallido disimulo. Entre sus tantas piruetas, notó el silencio del hacha, hasta en su trono, no podía sino ver a los humildes. Cómo la amaba. Voló hasta mí, no quería arruinar este momento. Pero ya estaba hecho.

-¿Qué pasó gordo? A ver, a ver, ya estoy aquí.

Y me envolvió sin pensarlo. Ya estaba aquí, pero yo todavía no volvía.

. . .

Giro giro piso, giro piso, fuego giro piso. Piso giro-fuego-fuego. Giro giro y- Algo... no estaba bien. ¿Acaso eran las nubes? Me enfada su mala cara, pero no. Hace tiempo que Miguel no decía sola palabra, y su hacha había roto el ritmo que cabalgaba. Al verle, estaba encorvado, difuso. Me veía, pero no me veía realmente. Podía sentirlo en mi corazón, tener este poder solía ser conveniente para una relación, aunque con mi Miguel siempre tan honesto, no era tan necesario. Me acerque hacia su rostro, no te culpes Miguel, estoy aquí. Bailo para ti, pero siempre te puedo apapachar.

Esperaba que algo de mi amor le penetrase, no solo mi abrazo, sino también mis fuerzas, mi ser, lo que fuese. Esto no era normal.

Miguel, siempre le he sentido algo distinto, pero esto, esto es algo que nunca había visto, no así. Era, el, pero, era algo, espantoso. Ciénega tras Ciénega lúgubre. Era algo hondo y frío, que se anclaba a él. El solía llorar sí, pero nunca así. Clamaba no saber la razón de sus lágrimas, y nunca parecía mentirme. Debo estar pendeja... Algo así era esperable, ya han pasado pequeños incidentes sin importancia, pero siempre agarraban fuerza. Y ahora, mi Miguel, algo lo está destruyendo. Tengo que ayudarlo, tengo que saber qué pasa. Esto... duele, se retuerce... es abominable. No era posible, no, simplemente no lo era, semejante dolor no se podía ocultar así de fácil... No... Maldito estúpido, ¿por qué no me lo habías dicho?

-Miguel... lo puedo ver, vamos a casa.

Charlaríamos, le gustara o no.

. . .

Las nubes apenas habían cambiado algo desde que pasamos por última vez. Iba engarzado al cuerpo de mi amada, como si de soltarla cayera en el ocaso eterno. Miraba a un lado, pero sin realmente mirar a algo. Aquello que si veía eran sus ojos, postrados en mi rostro, no sabía cómo sentirme al respecto. Este terror no me dejaba pensar, mientras más tiempo había ocupado mi ser, más devoraba aquello que llamo espíritu. Podía sentirlo, un tumor, devorando y carcomiendo el techo de mi cerebro. ¿Qué era esto? Los pequeños suspiros de Maika eran como láudano para el atormentado, al menos no estaba solito. Caminar por la vereda ayudaba a esclarecer un poco la mente, por poderoso que este terror fuese. Mis manos podían estar paralizadas y mi cabeza retumbar de un dolor agrio, pero aún podía pensar.

-Maika... No me siento bien... Creo... que necesito ir con el doctor.

Era la 3ra vez este mes, y apenas íbamos a su mitad. Su intensidad crecía conforme estos ataques de memorias extranjeras invadían mi día a día. Llegaban como balas perdidas a mi subconsciente, que de por si estaba algo sucio de tanto pensar. Ya lo había pensado, el ir con un doc, pero creo que no había puesto la atención requerida, hasta ahora. Y, sin embargo, un pensamiento persistente, fuera de todo, allanaba mi pensar. "¿Podrían ser estos mis recuerdos?" y se le unía también su amiga "¿Realmente quiero saberlo?". Mi vida, que tanto me había costado formar en este lugar, ¿realmente necesitaba una precuela? Oh Dios, ¡por dios, Dios! No podía dejar que esto arruinara mi día. Mi hermoso día gris que tanto anhele, ¿no fue suficiente mi entusiasmo?

Llegábamos a la casa roja, de ladrillos y amor, a babor de una cueva, La Cueva. Abríase el nido de amor y yo me sentaba a esperar mientras Maika preparaba té de manzanilla, clásico. Perché mi hacha en el suelo sin mucha gracia mientras me derrumbaba. El dolor estaba ganando, tenía que concentrarme. Vino la salvadora Maika mientras se sentaba cerca de mí para revisarme.

-Estás ardiendo. Tenemos que llevarte con el doctor.

-Si, hay que ir. Siento que algo me retumba, no siento mis brazos, mis piernas no responden. Ya no puedo con esto.

Tomé cuanto pude de mi té mientras inhalaba su dulce aroma. Era muy útil, había que decirlo. No pude más que tirarme al pechito de Maika, con la taza aun en la mano, y la otra en su espalda... la mano, no otra taza. A veces no puedo creer como formulo chistes tan culeros en situaciones como estas. Realmente... tenía un sentido del humor muy extraño.

-Vamos de una vez, ya siento que se me pasa, pero vamos, ya no te quiero preocupar.

-Si, y que no te incumba, siempre me preocuparé, hasta cuando ya no estés.

-No digas mamadas... antes yo.

Y las cosas parecían pintar en esa dirección.

-Callate, no digas eso, vamos ya.

Solo podía rezar porque no fuera nada grave, o peor aún, algo más complicado.

Fábulas de pasión y deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora